Miré en derredor. Las paredes de mi casa parecían ser fuertes y firmes. Yo, por lo menos, no veía ningún agujero. ¿Dónde podían estar? Yo sabía que tenían que estar en alguna parte, pero aunque buscaba algún hueco o alguna grieta esto no daba resultados. Así que pensé que tal vez era la casa de mi papá la que tendría agujeros. Pero cuando fui hasta allá para mirar las paredes, tampoco encontré nada. Y a pesar de eso, la gente insistía en que yo venía de un hogar roto.
Eso fue hace varios años atrás. Ahora, como adulto sé que no se estaban refiriendo al término “roto” en el sentido literal. Sin embargo, aún hoy puedo recordar la confusión que sentí en ese momento, la pregunta que me ardía en mi interior era si mi hogar era igual de macizo que el de los demás, entonces, ¿por qué decían que yo era diferente?
Esta era una realidad muy dolorosa que me llevó todos estos años aceptar: ser diferente, estar quebrantado. Recuerdo que me solía preguntar si estaba mal quebrar cosas, ¿también estaba mal estar quebrado?
Yo veo que en mi familia hay algo roto. Muy roto. En vez de ser una unidad que me ofrece apoyo, nuestro hogar es escenario de constantes peleas, altercados, fricción y preocupación. Eso significa que en vez de seguir las directivas de mis dos padres, me veo forzado a decidir a cuál de ellos hacerle caso.
Y eso es algo que odio. Odio estar atascado en medio de ambas partes, atrapado en el centro del conflicto sin tener dónde dirigirme. No estoy ni de un lado ni del otro, simplemente, estoy perdido en el medio.
Cuando cierro los ojos, me imagino que es un juego de tira y afloje. Y yo soy la soga que cada uno de mis padres está tan desesperado por ganar. Cada uno tira para su lado sin ceder, resuelto a ganarme. Cada vez que tiran de la cuerda, me dan un golpe dolorosísimo, que me provoca un dolor punzante que me parte el alma.
A veces, pienso que la solución sería simplemente ir a uno de los dos lados, darle la victoria a uno de los dos. Pero eso significa que el otro tiene que pronunciarse derrotado. Y entonces, me veo forzado a elegir entre las dos personas que más amo en el mundo, me veo obligado a decidir por cuál de las dos debo renunciar. Pero ¿cómo voy a desgarrarme yo mismo una parte del corazón haciendo algo así? Por más que deseo tener un lugar seguro de pertenencia, no puedo elegir. No cuando hay tantas cosas en juego.
Pero entonces aún estoy atascado en el medio. Y cuanto más tiempo estoy allí, más siento que me voy desgarrando, una hebra cada vez. Y con cada tirón, esos lazos que unían a mi familia se van deshaciendo. Y yo sé que si dejo las cosas así, al final me voy a quebrar del todo. Muy pronto, la soga se va a cortar por el medio y, entonces, mis padres se van a caer al suelo. Si esto ocurre, estaré completamente perdido.
Ojalá dejaran de tirar cada uno para su lado. Ojalá dejaran de pelearse por mí con tanto vigor. Con cada tirón es como si me dijeran: “Cada uno de nosotros te quiere tanto que vamos a pelear por ti, incluso si en el proceso te lastimamos”. Dicho así, suena ridículo, pero es cierto. Ojalá mis padres se dieran cuenta de lo abrumador que me resulta su amor. Ojalá pudieran ver las cosas como las veo yo.
Si yo quiero que miren las cosas de otra manera, entonces, yo también tengo que hacer lo mismo. Sin embargo, a veces, sucede que, en medio de todas las peleas, simplemente cierro los ojos y me digo: “Sonríe. Da gracias por todo el amor que sienten por ti. ¿Sabes por qué mamá está llorando? Porque te ama y quiere estar junto a ti. ¿Sabes por qué papá salió dando un portazo? Porque te ama tanto que no puede soportar irse sin ti”.
Cuando logro ver la vida de esa manera, siento que me lleno de esperanza. En la mente, la soga se transforma en un pedazo de elástico. Y cuanto más tiran, más se estira. La presión es enorme y es fácil rebotar, pero aún estoy creciendo. Y con cada tirón, con cada golpe doloroso, me vuelvo más grande, más fuerte, más resistente. Es en ese momento, cuando me doy cuenta de que el verdadero luchador en esta batalla soy yo. Yo soy el que lucha contra todas las probabilidades, contra la fricción; yo soy el que va caminando por un campo minado. Yo no soy simplemente un sobreviviente: ¡yo soy un luchador! ¡Puedo ganar y voy a ganar!
En la vida, siempre hay que elegir. Puedo elegir o bien ser una soga, o bien ser un elástico. Puedo quedar aplastado por el amor de mis padres o puedo usarlo como trampolín para crecer y prosperar.
Esta es la actitud que me mantiene en pie y me ayuda a apreciar los momentos difíciles de mi vida. Ya no siento vergüenza por mis problemas, los sostengo bien alto como una insignia de honor. Yo puedo decirle al mundo: ¡Estos son míos! Así es como crecí. A través de ellos, desarrollé mi madurez y mi integridad, mi amor a la vida. Y ustedes, ¿qué tienen para mostrar? Tal vez, piensen que estoy loco, pero esa es la forma de pensar que me permite vivir la vida con una sonrisa.
Hay veces en que la vida parece tan difícil que la madurez que yo pueda obtener no vale la pena comparada con este terrible dolor que estoy sufriendo. Obviamente, no hay forma de justificar mis problemas, ese cuchillo que constantemente me va dejando marcas. Pero entonces, me recuerdo a mí mismo que cada uno de nosotros es un diamante y que son esos cortes los que nos permiten brillar y refulgir sacando a flote lo más bello de nosotros mismos. Sí. Duele ser hermoso.
Tal vez, piensen que me estoy dejando llevar mientras describo lo maravillosa que es mi vida. No voy a negar que la vida sea difícil y que mi realidad no sea tan rosa como la hago sonar. Pero algunos me enseñaron que todo sucede por una buena razón. Así que estoy seguro de que Di-s tiene un muy buen motivo para cada uno de los desafíos que me está proponiendo. Y tal vez, haya sido bueno que mis padres se separaran. Al fin y al cabo, ahora mi hogar es mucho más tranquilo que antes.
Me gusta mirar la vida a través de anteojos aún más rosas porque tengo el conocimiento de que todo lo que hace Di-s, sí, es bueno. No existe “lo malo”. Todo lo malo que ven no es más que una ilusión: da la impresión de que es malo solamente porque nuestra perspectiva es limitada. Si tan solo diéramos un paso atrás, podríamos apreciar la bellísima obra maestra que está diseñando Di-s. Quizá, cuando enfocamos solo en una parte de esta obra de arte, nos parece oscura o fea, pero son esos los detalles que hacen falta para hacer resaltar la verdadera belleza de la pintura. Tal vez, ellos sean tan importantes para la obra maestra como los puntos fundamentales porque sin la simplicidad del fondo, los colores fuertes no sobresaldrían. Gracias a las partes oscuras, los colores pueden verdaderamente brillar.
Recién ahora, muchos años después, cuando me elevo por encima de mí mismo y veo mi vida desde una perspectiva mucho más grande y más clara, desde la perspectiva de Di-s, puedo ver las cosas bajo una luz mucho más positiva. Ahora, sé que mi hogar no está roto en absoluto. Al contrario, está arreglado. Quizá, hace diez años mi hogar haya estado lleno de gritos y de peleas; tal vez, por ese entonces, sí, haya estado roto. Pero ya no. Es verdad, ahora tengo dos hogares, dos hogares macizos y sólidos.
Hay ciertas ocasiones en que la mejor manera de arreglar algo es desmontándolo y empezando de nuevo. Como cuando uno desmantela un coche viejo y usa los repuestos para construir otro nuevo. A veces, el auto nuevo es mejor que el que teníamos y uno sencillamente se pregunta para qué quería arreglar el primero.
Yo podría decir que mi hogar está quebrado o podría decir que está arreglado. Podría ver la vida desde mi limitada perspectiva o podría tratar de adoptar la perspectiva ilimitada de Di-s. Yo elijo la segunda opción.
Oí decir que antes de que cada alma baje a este mundo, elige quiénes serán sus padres. Yo nunca voy a poder entender por qué elegí esta familia. Por qué decidí aterrizar en un hogar de padres divorciados. Por qué no elegí un hogar más tranquilo, más sereno. En ese momento, entonces, me acuerdo de la segunda opción.
No entiendo. ¿Acaso mis padres se casaron únicamente porque mi alma pidió nacer dentro de su familia? Ese es un pensamiento que me resulta muy cálido, porque me recuerda que Di-s siempre me está custodiando. Él dispuso que surgiera mi familia, que mis padres se casaran si bien no eran la persona indicada el uno para el otro, solamente para que yo pudiera nacer en las circunstancias que yo deseaba, para que pudiera transformarme precisamente en la persona que soy hoy.
Lo único que hizo falta para que mi ceño fruncido se transformara en una sonrisa y me secara las lágrimas fue ese cambio de perspectiva. Y de mí depende cómo quiera ver la vida. Puedo usar los anteojos de sol o puedo cambiarlos por anteojos rosas. Puedo sonreír o puedo llorar. Puedo ser una simple soga o puedo ser un elástico. Yo soy quien elige que quiero ser. Y elijo la segunda opción.
Anónimo
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