Ella da vueltas por la habitación como un león enjaulado. Tiene la espalda encorvada por el peso del mundo. Con los ojos enloquecidos y el corazón poseído, ella va corriendo de una a otra ventana. Tal vez, aquí encuentre la luz del sol; tal vez, aquí encuentre la compasión de Di-s.
Ella corre y sigue corriendo hasta que ya no da más. Las lágrimas que mojaron su rostro dejan rastros junto a sus pasos.
Se mira al espejo. Esther ¿por qué estás tan pálida? Tiene las mejillas hundidas, los ojos oscuros de miedo. Su cuerpo inclinado se desgarra al ritmo de su llanto, un llanto que nadie puede oír, que nadie puede comprender.
Su silencio grita a viva voz las preguntas que rondan en su alma. ¿Cómo salvar a su pueblo del decreto del rey? Ella tenía que ir a visitar al rey. Sabía que era la única manera. Pero ¿cómo podía hacer algo así? No había visto al rey en los últimos días, y ¿quién sabe en qué estado de ánimo lo iba a encontrar?
Ahora las lágrimas caen libremente, ella no se molesta en detenerlas.
Pero el destino de su pueblo descansa en sus hombros. Ella también sabe eso. ¿Cómo podía quedarse sin hacer nada?
¡Oh, Di-s mío querido! ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Qué es lo que debo hacer?
Ella se dirige al balcón y sale a la luz del día. La ciudad yace a sus pies. Las casitas se extienden hasta donde llega la mirada.
Todo parecía ser tan pequeño. Querido Di-s, Tú creaste esta ciudad. Tú creaste este pueblo y Tú has estado aquí todo el tiempo. Padre de huérfanos, ¿cómo no vas a responder al clamor de los huérfanos? ¿Cómo no vas a sentir las lágrimas amargas de las viudas? ¿De los niños cuyos labios puros entonan tu alabanza?
Querido Di-s, yo también soy huérfana. ¿Acaso no oirás mi llanto?
Ella extiende sus brazos en dirección al cielo mientras sus ojos buscan ese rayo de esperanza. Ahora, las lágrimas caen libremente; ella no se molesta en detenerlas. Un silencio derrotado va filtrándose en la sala. El techo, las paredes y los tapices están todos teñidos de desesperación.
Querido Di-s, por favor, haz que tenga éxito. Tú eres el único que puede salvarnos.
Ella baja la cabeza, su cabello cuelga en señal de sumisión. Querido Di-s, tengo miedo. Tengo miedo de Ajashverosh. Querido Padre de Huérfanos, párate a la derecha de esta huérfana y haz que tenga éxito. Recuérdame, yo soy tu hija en Israel.
Poco a poco, el sol va asomando por entre las nubes, cauteloso, más osado. La suave luz del sol da golpecitos en la ventana en el palacio del rey. Ella oye los golpes, pero se niega a hacerles caso. La luz del sol va adentrándose en la habitación y la mira. Ella levanta la cabeza tanto como para sentir su calidez, tanto como para oír su mensaje. Ella sabe lo que debe hacer y sabe que no está sola.
Ella iba a ir a ver al rey. Di-s era el único que podía ayudarla y a Él oraría. Él ya los había ayudado antes, Él también lloró junto a los ríos de Babilonia y Él había susurrado palabras de redención. Ciertamente, no los iba a abandonar ahora.
Voy a ir, tal como le prometí a Mordejai.
Querido Di-s, por favor, haz que tenga éxito. Tú eres el único que puede salvarnos, yo no puedo, la Reina Esther no puede, ni siquiera mi hermosura.
Voy a ayunar. Voy a demostrarle a mi pueblo que la belleza no obtendrá el favor de Ajashverosh.
Voy a ayunar. Voy a rezar. Y Di-s nos salvará.