A comienzos de 1992, no mucho después de la disolución de la Unión Soviética, el señor Sami Rohr aprovechó las incipientes oportunidades de negocios que aparecieron en los países Bálticos, que acababan de independizarse. A medida que comenzó a invertir en esa zona, le escribió al Rebe, de bendita memoria, ofreciéndole su apoyo para enviar a un shalíaj a Riga, Letonia.
Cuando mi marido y yo aceptamos esa shelijut, no nos dimos cuenta de que estábamos recibiendo no solo un patrocinador, sino también un amigo y un socio de por vida en nuestra shelijut.
En uno de sus viajes a Riga, pocos meses después de nuestro arribo, el señor Rohr vino a visitarnos a nuestro pequeño departamento. Nos hizo muchas preguntas acerca de cómo nos íbamos adaptando y si la vida no nos resultaba demasiado difícil. Y entonces, me preguntó con gran interés: “Señora Glazman, dígame, ¿usted tiene amigas acá?”. Aún puedo oír su voz y ver su rostro amable mientras esperaba mi respuesta. Este era un hombre al que realmente le importaba el otro.
Ya en aquellos años, el señor Rohr nos alentó a que promoviéramos el brit milá bizmaná (llevar a cabo la circuncisión ritual en su debido momento, o sea, a los ocho días de nacido el bebé) y nos ofreció un subsidio total para traer un mohel del extranjero cada vez que hiciera falta. Después de tantos años de régimen comunista, esta mitzvá prácticamente había sido olvidada, y los judíos del lugar ignoraban por completo su gran importancia. Recuerdo una vez, a principios de la década del noventa, cuando mi marido le contó acerca de un brit que tendríamos inminentemente, el señor Rohr nos pidió que, por favor, le compráramos un regalo a la familia en su nombre.
Con su ayuda, pudimos adquirir un edificio en 1995 y allí inauguramos el Jardín de Infantes y la Escuela Hebrea Ohel Menajem. Durante sus viajes a Riga, vino a visitar la escuela en varias oportunidades y demostró gran interés por todos los detalles. Lágrimas de dicha le cayeron de los ojos cuando vio a los niños orando y estudiando. A menudo, nos llamaba por teléfono y nos preguntaba cómo iban las cosas y cómo progresaba la escuela. Sabiendo la importancia de una educación secular de gran nivel, el señor Rohr nos alentó a que contratáramos a los mejores maestros de matemática, química e inglés. También, se ocupaba de pagar el transporte para que cada niño judío, incluso los que vivían en las zonas más alejadas de Riga y en los suburbios, pudiera asistir a una escuela judía.
De pronto, sonó el teléfono, era el señor Rohr, quien con su cálida voz me preguntó cómo estaba. Yo, dominada por la emoción, no pude responderle.El señor Rohr solía citar al Rabino Sharabani, el rabino sefaradí de Bogotá: “En cada cosa hace falta mazal, también en la ‘caridad’. Y Baruj Hashem, aquí en Riga, tuve mazal”.
Hace muchos años, Rabí Shelomo Wilhelm abrió su escuela en Zhitomir, Ucrania, y necesitaba una gran suma de dinero para comprar pupitres y demás elementos, entonces, mi marido llamó al señor Rohr y le explicó la situación. Él dijo que si bien tenía pensado en un futuro ayudar a los shelujim de toda la ex Unión Soviética, por desgracia, en ese momento no podía.
A los pocos minutos, el señor Rohr volvió a llamar y nos dijo: “¡Los niños de Zhitomir no tiene que sufrir! ¿Cuánto le hace falta?”. ¡Y enseguida envió los fondos, ese mismo día! Y por cierto que hizo realidad sus planes, manteniendo posteriormente a cientos de shelujim en toda la ex Unión Soviética.
Una vez, yo estaba sentada con mi marido conversando acerca de los grandes desafíos que teníamos que afrontar. De pronto, sonó el teléfono, era el señor Rohr, quien con su cálida voz me preguntó cómo estaba. Yo, dominada por la emoción, no pude responderle. Él insistió: “Pero señora Glazman, usted tiene aquí un amigo que quiere ayudarla. Dígame qué problema tiene”. Yo todavía no podía hablar y simplemente le pasé el tubo a mi marido, mientras caían lágrimas por mi rostro. A partir de ese día, durante todos estos años, cada vez que él hablaba con mi marido, siempre le preguntaba cómo estaba yo. Y cada vez que lo veía u oía su voz, me llenaba de fuerza, sabía que no importaba lo que ocurriera con mi shelijut, ya que siempre había alguien a quien, realmente, yo le importaba y que estaba dispuesto a hacer lo que estuviera a su alcance para ayudarme y para que tuviéramos éxito.
Nosotros tuvimos el privilegio de que el señor Rohr nos invitara personalmente a la inauguración del Centro Jabad Feldinger en Basilea, en abril de 2012, cuando él retornó al refugio de su juventud. ¡Nos reservó una habitación en el mejor hotel y nos prodigó un trato principesco! Cuando me senté a hablar con él, me quedé absolutamente impresionada. ¡Qué gran hombre, cuántos logros tuvo en toda su vida! Y aun así, me hizo sentir como si yo fuese una heroína por ser shelujá del Rebe en las primeras líneas.
El señor Rohr, ciertamente, tuvo mazal en Riga. Sin embargo, lo más importante es que dado a que gracias a él miles de niños judíos recibieron una educación, él fue el que “trajo” la mazal a Riga y, a través de su legado, continúa haciéndolo, incluso, un año entero después de su fallecimiento.
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