El tercer libro de la Torá recibe en español el nombre de Levítico, palabra que deriva del griego y del latín, cuyo significado es “Concerniente a los levitas”. Esto refleja el hecho de que, para el judaísmo, los sacerdotes –descendientes de Aarón– pertenecían a la tribu de Levi y de que el antiguo nombre rabínico para el libro era Torat Koanim, “La ley de los sacerdotes”. Este título resulta bastante apropiado. Mientras que Shemot y Bamidvar están repletos de narraciones, el libro que se encuentra entre ambos trata principalmente acerca de los sacrificios y de los rituales asociados, primero, con el tabernáculo y, después, con el templo de Jerusalén. Reflexiona acerca de los sacerdotes y de su rol como guardianes de la santidad, conforme lo indica su nombre, Torat Koanim.
El nombre tradicional vaikrá, “Y llamó”, parecería ser un mero accidente. Vaikrá es la primera palabra del libro, y no existe relación entre esta y la temática que se desarrolla. Sin embargo, me atrevo a decir que esto no es del todo así. Existe una conexión profunda entre la palabra vaikrá y el mensaje que subyace a todo este libro.
Para entenderlo, debemos percatarnos de que hay algo inusual acerca de la forma en la que la palabra aparece en el Sefer Torá. Su última letra, la alef, está escrita en un tamaño más pequeño, como si apenas existiera. Las letras de tamaño normal forman la palabra vaikar, que significa “Y encontró”. A diferencia devaikrá que se refiere a un llamado, una convocatoria, una reunión extraordinaria, vaikar sugiere un encuentro casual, una simple coincidencia en tiempo y espacio.
Haciendo uso de su sutileza para los matices, los sabios notaron la diferencia entre el llamado a Moshé, “Vaijkrá el Moshe”, con el que comienza el libro, y la aparición de Di-s ante el profeta pagano Balám, “Vaikar Elokim el Bilam”1 . Esto es lo que dice el midrash:
¿Qué diferencias existen entre los profetas de Israel y los profetas de las naciones paganas del mundo? R. Hama ben Hanina dijo: “El Santo, Bendito sea, se revela ante las naciones paganas de forma incompleta, como está dicho, ‘Y el Señor apareció (vaikar) ante Balám’, mientras que ante los profetas de Israel se revela completamente, como está dicho, ‘Y llamó (vaikrá) a Moshé’”.
Rashi es más explícito y dice:
“Todos los mensajes [que Di-s le transmitió a Moshé], ya sea mediante el uso de las palabras hablar, decir u ordenar fueron precedidos por un llamado, keriá,que es un término cariñoso utilizado por los ángeles cuando se refieren los unos a los otros, como está dicho, ‘Y se llamaban entre sí’, vekará ze el ze2 . Sin embargo, ante los profetas del resto de las naciones, Su aparición se describe como algo casual e impuro, como está dicho, ‘Y el Señor apareció ante Bilám’”.
Baal Ha Turim va un paso más allá en su comentario respecto de la alef pequeña y dice:
“Moshé era grande y humilde a la vez y solo quería escribir vaikar para referirse a un encuentro casual, como si el Santo, Bendito sea, hubiese aparecido ante él en un sueño, como en el caso de Balám [vaikar, sin la alef]. Sin embargo, Di-s le ordenó escribir la palabra con alef. Entonces, Moshé le dijo a Di-s, por su extrema humildad, que escribiría la alef más pequeña que todas las demás que existen en la Torá, y de hecho así lo hizo”.
Este suceso destaca un acontecimiento de gran importancia. Pero antes de desarrollarlo en profundidad, vayamos al final del libro en cuestión. Justo antes del final, en Bejucotái, se encuentra uno de los dos fragmentos más aterrorizantes de toda la Torá, conocido como tjejá3 . En él, se detalla el terrible destino que le espera al pueblo judío si no cumple con el pacto que hizo con Di-s:
“Y entre los que queden de vosotros en las tierras enemigas, enviaré debilidad en sus corazones de modo que se atemorizarán por el simple susurro de una hoja que se agita y huirán continuamente de la espada, aun cuando nadie los persiga… Y las tierras de vuestros enemigos os tragarán4 ”.
De todos modos, a pesar de lo aterrador del fragmento anterior, este termina con cierto grado de consuelo:
“Recordaré mi pacto con Iaacob, mi pacto con Itzjak y mi pacto con Abraham, y me acordaré también de la Tierra…, y aunque se encuentren en tierras ajenas, no los desecharé totalmente ni me dejaré llevar por mi ira para anular mi pacto con ellos. Yo soy su Di-s, el Eterno. Por ellos, me acordaré de mi pacto con sus ancestros, a quienes liberé de la tierra de Egipto ante los ojos de todos los pueblos para que Yo fuera su Di-s, el Eterno”5 .
La palabra clave del párrafo anterior es keri, que aparece exactamente siete veces a lo largo de la tojejá, hecho bastante significativo. A continuación, citamos solamente dos, a modo de ejemplo:
“Y si con todo continuaréis sin escucharme y desdeñándome, seguiré dando rienda suelta a mi ira e intensificaré mi castigo siete veces más”6 .
¿Qué significa la palabra keri? Aquí la hemos traducido como desdén e ira. Pero existen otras alternativas. El Targum lo expresa como “endurecerse”, Rashbam como “rehusarse”, Ibn Ezra como “sobreestimarse”, Saadia como “rebelarse”.
Pero Rambam sugiere una interpretación completamente diferente dentro del contexto halájico:
Existe un mandamiento que ordena rezar y hacer sonar las trompetas a modo de alarma cuando la comunidad se encuentra en problemas. Esto se infiere de cuando la Escritura dice: “Contra el adversario que los oprima, harán sonar la alarma con las trompetas”, que significa: Irrumpan en rezos y hagan sonar la alarma… Este es uno de los caminos hacia el arrepentimiento, ya que cuando la comunidad reza y hace sonar las alarmas por alguna amenaza o peligro, cada uno toma conciencia de que el mal ha caído sobre ellos a causa de sus errores… y que el arrepentimiento disipará los problemas.
Sin embargo, si el pueblo no reza ni hace sonar la alarma, sino simplemente acepta que ese es el modo en que se deben desarrollar los acontecimientos y que, por ende, sus problemas son pura coincidencia, entonces, ha elegido el camino equivocado que hará que siga cometiendo actos errados y, como consecuencia, habrá más desgracias. Ya que cuando la Escritura dice: “Si continúan siendo keri para conmigo, entonces, en mi ira yo seré keri con vosotros”, significa: Si cuando los problemas recaen sobre el pueblo para que este se arrepienta, lo que verdaderamente ocurre es que se cree que fue algo accidental, entonces, Di-s hará caer sobre el pueblo su ira por haber dejado las cosas libradas al azar”7 .
Rambam entiende que keri está relacionado con la palabra mikré, “azar”. Las maldiciones ‒conforme a esta interpretación‒ no son una retribución divina en sí mismas. No será Di-s quien haga sufrir a Israel, sino otros seres humanos. Lo que ocurrirá es que Di-s retirará su protección. Israel deberá enfrentar al mundo por sí solo, sin la presencia protectora de Di-s. Esto, para Rambam, es sencillamente medida-por-medida (midá kenegued midá). Si Israel confía en la Providencia divina, será bendecido con ella. Si ve la historia como puro azar –lo que Joseph Heller, autor de Catch-22, denominó “un conjunto de coincidencias azarosas traídas por el viendo”‒, entonces, sin duda, será librado al azar. Al tratarse de una nación pequeña y vulnerable, las probabilidades no les serán favorables.
Ahora sí podemos entender el mensaje que conecta el comienzo y el final de vaikrá, que es una de las verdades espirituales más profundas. La diferencia entre mikrá y mikré ‒entre la historia como un llamado de Di-s y la historia como una sucesión de eventos sin ningún significado o propósito subyacente‒ es en hebreo casi imperceptible. Las palabras suenan iguales. La única diferencia es que la primera tiene una alef, mientras que la segunda no. El significado de la alef es obvio: la primera letra del alfabeto, la primera letra de los diez mandamientos, la “I” de Di-s.
La letra alef es casi inaudible. Su aparición en el Sefer Torá al comienzo de vaikrá (la misma alef) es casi imperceptible. Por ende, la Torá nos está diciendo que no esperemos que la presencia de Di-s en la historia sea siempre tan clara y directa como lo fue durante el éxodo de Egipto y la división del Mar Rojo, ya que muchas veces, dependerá de nuestra sensibilidad que nos demos cuenta de su presencia. Para aquellos que sepan mirar, estará presente. Para aquellos que sepan escuchar, se hará oír. Pero primero, debemos ver y escuchar. Si elegimos no hacer ninguna de las dos, vaikrá se transformará en vaikar. El llamado será inaudible. La historia nos parecerá una mera sucesión de hechos azarosos. No hay nada de incoherente en dicha idea. Aquellos que creen en ella tendrán muchas herramientas para justificarla. De hecho, dice Di-s en la tojejá: “Si creen que la historia es puro azar, entonces, yo me convertiré en eso”.
Pero en realidad, no lo es. La historia del pueblo judío –incluso según la describen los no judíos, como Pascal, Rousseau y Tolstoi– da cuenta de la presencia de Di-s entre ellos. Solo así es posible entender cómo un pueblo tan pequeño, vulnerable y relativamente sin poder ha sobrevivido ‒y aún lo hace‒ luego del Holocausto. Am Israel Jai, el pueblo de Israel vive.
Y así como la historia del pueblo judío no es puro azar, tampoco es una mera casualidad que la primera palabra del libro central de la Torá sea vaikrá,“Y llamó”. Ser judío es creer que lo que nos pasa como pueblo es conforme al llamado de Di-s, quien nos insta a convertirnos en “un reino de sacerdotes y una nación santa”.
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