Durante los siete días de Sucot, los judíos dan vuelta en círculos llevando una variedad de flores verdes y amarillas. Luego, en Simjá Torá, bailan en círculos portando los rollos de la Torá, y casi llegan a un estado de frenesí.
¿Dijimos bailan? Bueno, es más una especie de marcha con las manos sobre los hombros de quien está delante, se va cantando y zapateando al mismo ritmo que se empezó. Esto se repite incansablemente hasta que alguno sucumbe ante la excitación y cae al suelo.
¿Son normales los judíos?
La respuesta corta es: Sí.
Aunque esto es algo que se ve en un típico evento de un club social. Pero como diría cualquier antropólogo, lo que es extraña1 es la modernidad, y no viceversa. Las personas han bailado en círculos a modo de celebración, en rituales, y simplemente para divertirse en todas partes del mundo desde que han existido personas y círculos. Simplemente, ocurre que se necesita de la genialidad de los judíos para continuar haciendo algo tan tribal en un mundo tan extremadamente postribal.
En lo que a mí respecta: no soy una de esas personas modernas raras.
Cuando fui invitado por primera vez, trataron de persuadirme para que me una a esta festividad circular. Yo estaba un tanto dubitativo. Intenté explicarles que no le veía el sentido a caminar de tal forma, sin llegar a ningún sitio más allá de donde uno comienza. De más está decir que mi argumento fue rápidamente desestimado y fui arrastrado al círculo sin importar mí consentimiento.
Durante las primeras 40.000 rondas, me sentí ridículo. Luego, me abstraje de mí mismo, de cómo me sentía, de qué estaba haciendo, de por qué lo estaba haciendo, de si me sentía estúpido haciéndolo y, en primera instancia, de por qué estaba ahí. Y en ese momento, la ronda se convirtió en algo bueno, muy bueno.
Y fue bueno justamente debido a aquello que subliminalmente temía. Porque al estar de pie aquí, yo soy yo. Dentro del círculo, el Yo se disolvió para convertirse en Nosotros. Y en ese preciso acto de trascendencia, de pérdida del ser, se encuentra la felicidad infinita.
Nosotros, sin causa
Existen otras formas de disolver el Yo para convertirlo en Nosotros. Ya sea marchando a la guerra o marchando por una causa; ya sea gritando en un concierto o tirando piedras en forma de protesta. Hasta incluso alentando a nuestro equipo de futbol desde las gradas del estadio.
Pero existe una diferencia. La marcha va en alguna dirección, sea contra alguien, a favor de algo o expresando un mensaje. El concierto, la protesta, el juego; detrás de ellos, existe algo, una fuerza extrínseca, que reúne a todas las personas, despojándolas de su sentido de individualismo y empujándolas hacia una masa monstruosa.
En la ronda, no hay una causa determinada ni una razón ni un lugar a donde ir. Somos uno por el simple hecho de serlo.
Rashi, Rabi Shlomo Yitzjaki, el comentarista bíblico y talmúdico medieval, lo sabía muy bien. Cuando el Faraón y su ejército fueron en busca de los Niños de Israel, Rashi dice que fueron “con un único corazón, como una única persona”. Primero, el corazón; después, la persona.
¿Por qué el cambio?
Porque el Faraón y su ejército eran muchos individuos unidos por una misma causa. Los Niños de Israel eran uno de forma innata, por lo que tenían un solo corazón.
El pueblo zulú tiene una palabra para definir esto: ubuntu. Por lo general, esta palabra es traducida, por los raros occidentales, como “comunidad” o “responsabilidad social”, porque eso es lo único que conocemos. Pero cuando le preguntamos a un hombre de la tribu acerca del significado de esta palabra, se nos abre un mundo nuevo que aparentemente hemos perdido a causa de nuestra modernidad. La explicación es la siguiente: “Yo soy porque nosotros somos; nosotros somos porque Yo soy”2
El sentirse uno con los miembros de nuestra ciudad, es un tesoro que hemos perdido. El sentirse uno con un pueblo que ha sido esparcido por los rincones más remotos del planeta por más de 2000 años hablando idiomas diferentes, viviendo vidas diferentes, eso es Divino.
Aferrarse
Luego de regocijarnos en una festividad de unión de los judíos, donde nos reunimos debajo de la sucá y en la sinagoga, donde compramos cantidades industriales de comida en supermercados kasher para agasajar a nuestros invitados bajo la sucá, Di-s nos pide que celebremos un día más, llamado “Shemini Atzeret”, es decir, “el octavo día para aferrarse”.
Pero ¿aferrarse a qué?
El Midrash explica que: Di-s dijo: “Me es difícil verlos separarse los unos de los otros. Aférrense un día más, y celebraremos juntos”.
Entonces, celebramos que somos una unidad, por medio de una ronda. Para que permanezcamos como uno, incluso, cuando debamos separarnos. Porque en esencia, lo somos.
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