En la lectura de la semana pasada leemos como Moshé se dirige a los cielos y la tierra, convocándolos como testigos eternos para testimoniar lo que le está por decir al pueblo judío antes de fallecer.

“Escuchen cielos y hablaré y que la tierra oiga los pronunciamientos de mi boca.”

¿Por qué se dirige Moshé a los cielos con el verbo “escuchar” y a la tierra con el verbo “oír”? Nuestros sabios explican que el verbo Haazinu, “escuchar” implica escuchar de cerca mientras que el verbo “oír” implica oír a la distancia. Moshé, que estaba más cerca del cielo que de la tierra, empleaba el verbo que denota proximidad cuando se dirigía a los cielos y empleaba el verbo que denota distancia cuando se dirigía a la tierra.

Cielo y tierra a nivel personal

Cada hombre es un compuesto entre la dimensión celestial y la terrenal, entre lo espiritual y lo material. La diferencia entre una persona y otra es es el grado de proximidad que tiene a cada uno de las dos dimensiones. Hay quienes están más cerca de lo espiritual y hay quienes están más cerca de lo terrenal. Hay quienes aspiran a conectarse con la dimensión espiritual de la existencia y hay quienes aspiran a conectarse más con la dimensión material de la existencia.

Moshé estaba más cerca de lo espiritual que de lo material. La dimensión material de la existencia era para él nada más que una herramienta por medio de la cual posibilitar, expresar y plasmar lo espiritual.

¿Ejemplo a seguir?

¿Es Moshé un ejemplo para nosotros o una excepción, representando un ideal inalcanzable para la mayoría de nosotros (los de “a pie”)?

La pregunta se agudiza más aún cuando vemos que el profeta Isaías también se dirigía a los cielos y la tierra con los mismos términos que Moshé pero de una manera invertida: “Oyen cielos y escucha tierra”. Si para Isaías la tierra le era más cerca que los cielos, ¿qué nos queda a nosotros? ¿Qué podemos aprender de la manera en que Moshé se dirigía a los cielos y la tierra, de su relación con las dimensiones espirituales y terrenales de la existencia, si ni el profeta Isaías lo alcanzó?

¿Qué es superior?

Para poder responder a esta pregunta hace falta aclarar, primero: ¿Qué es superior, lo celestial o lo terrenal?

Si Ud. es lector asiduo de esta columna, seguramente habrá adivinado que la respuesta sería: “depende”.

Si bien todos estamos compuestos de alma y cuerpo, la pregunta es: ¿Somos el cuerpo y tenemos un alma o somos el alma y tenemos un cuerpo?

Según la primera posibilidad lo principal en la vida sería la satisfacción física y personal y el alma vendría a cumplir la función de “batería” que vitaliza el cuerpo para que pueda funcionar. Según la segunda perspectiva es al revés. Somos el alma y el cuerpo es nada más que un vehículo por medio del cual el alma puede movilizarse e impactar el mundo físico.

Estudio y acción

El Talmud pregunta: ¿Qué es más importante, el estudio de la Torá o el cumplimiento de sus preceptos? La conclusión es que el estudio es más importante porque lleva a la acción. O sea, dedicarse al estudio y la sabiduría como un fin en sí mismo es un objetivo elevado pero incompleto, ya que el objetivo último sería expresar los conocimientos en el plano de la acción.

Hete aquí, entonces, la respuesta a la pregunta inicial, ¿cómo se supone que podemos aspirar a emularlo a Moshé si ni siquiera el profeta Isaías pudo lograrlo?

Moshé e Isaías representan dos valores y etapas en el desarrollo de cada uno de nosotros.

El primer objetivo en el camino del desarrollo personal debe ser aspirar a emular a Moshé, o sea que lo espiritual importe más que lo material. El segundo paso, y el verdadero objetivo, es el representado por Isaías: conquistar al mundo material y transformarlo en un vehículo por medio del cual se cumpla el plan Divino para lo cual el mundo haya sido creado.

La respuesta, entonces, a la pregunta de “¿cuál de los dos es más importante?” sería la siguiente: Lo espiritual es más elevado aunque lo material es más importante.

El resumen de toda la Torá

Con todo lo antedicho podemos explicar una historia curiosa en el Talmud.

El Talmud cuenta que había un gentil que quería convertirse en judío. Fue a consultar con el sabio Shamai y le planteó que quería convertirse con la condición de que le enseñara toda la Torá mientras estaba parado en un solo pie. Shamai lo echó.

Fue a plantear su propuesta al sabio Hillel, quien le contestó: No hagas a tu prójimo lo que no te gusta que te hagan a tí. El resto [de la Torá] es meramente comentario. Andá y estúdiala.

Hace falta entender: ¿Por que le dijo Hillel que el resumen de toda la Torá era amar al prójimo como a uno mismo si hay muchos preceptos en la Torá que no tienen nada que ver con el prójimo, como por ejemplo las leyes de Kósher, Mezuzá, Tefilín y Shabat?

En su libro fundacional de la filosofía de Jabad, el Rabí Schneur Zalman aborda esta pregunta por medio de otra: ¿Acaso es siquiera posible amar al prójimo como a uno mismo?

Responde que “depende”. Depende de si le damos más importancia al cuerpo o al alma. Para aquel que le da más importancia al cuerpo que al alma, es imposible amar al prójimo como a uno mismo ya que los cuerpos compiten entre sí por los mismos recursos. Lo que el otro come, no me llena el estómago a mí. En cuanto al alma, empero, todos compartimos la misma esencia espiritual. Somos todos “chispas” de la misma alma. Compartimos todos el mismo objetivo. Así que uno puede amar al prójimo como a sí mismo porque, efectivamente, es una extensión de él mismo.

El entrenamiento para poder lograr semejante perspectiva es por medio de las Mitzvot. Las Mitzvot nos acostumbran a relacionarnos con la dimensión espiritual de las cosas. La prueba para ver si realmente lo logramos es la manera en que nos relacionamos con el prójimo. ¿Lo vemos como una competencia o como una extensión?

El Gártel

Para concientizarnos de las dos tendencias que tenemos en nuestro relacionamiento con el mundo que nos rodea los jasidim utilizamos el Gártel (cinturón) cuando cumplen con una Mitzvá y especialmente cuando hacen Tefilá. El Gártel está puesto a la altura del diafragma para separar entre la parte superior del cuerpo (que contiene la cabeza y el corazón) que nos distingue de los animales y la parte inferior (que contiene los órganos de la digestión y la reproducción) que nos asemeja a ellos.

El concientizarnos de dichas dos dimensiones que poseemos nos ayuda optar por fortificar nuestra conexión con la dimensión superior para poder luego incursionar, canalizar y elevar la dimensión más importante, o sea la animal.

Aprovecho para desear a todos los lectores una Guemar Jatimá Tová.