Iánkel, el bobo de Jélem, se encontró un día ante un gran dilema. Estaba en el baño público, sacándose la ropa para bañarse, cuando se le ocurrió: “Si me desnudo, ¿cómo voy a saber después quien soy yo, si sin ropa somo todos iguales?” No era tan bobo y se le ocurrió una solución genial. Ataría un hilo rojo en el dedo gordo del pie derecho y así sabrá identificarse aun sin ropa. Dicho y hecho, Iánkel se fue a bañar con confianza. Sucedió que bañándose el hilo se le desenredó, sin que se diera cuenta. Cuando terminó de bañarse y quiso vestirse, se fijó en el dedo gordo del pie derecho y vio que el hilo rojo no estaba. Totalmente consternado, salió a buscarlo y vio que estaba enredado en el dedo gordo del pie de un desconocido. Se le acercó y le dijo: “Sé, sin ninguna duda, quién es Ud. Pero, dígame, entonces, ¡¿quién soy yo?!”

Somos una minoría en el mundo. Muchas veces nos definimos de acuerdo a cómo nos definen otros. Veamos el origen de nuestra identidad y qué podemos aprender al respecto.

Nuestros orígenes

Avraham y Sará, los progenitores del pueblo judío, si bien compartían la misma visión y misión de vida, cada uno de ellos ponía el énfasis en otro aspecto. Avraham se dirigía más hacia afuera, hacia el mundo en general, buscando imbuirlo con la conscientización de su Creador. Sará, por otro lado, se concentraba más hacia adentro, cuidando el bienestar físico y espiritual de su hijo, Itzjak, único eslabón que perpetuaría la cadena milenaria iniciada por su padre, Avraham.

Ambas tareas se complementan entre sí. Uno no puede aportar al otro si no se valora y no reconoce sus propias virtudes.

Hay tres opciones que el judío que vive en una sociedad no judía tiene: 1) aislarse; 2) asimilarse; 3) integrarse.

El que se siente amenazado por las sociedad o siente que no tiene algo especial para aportar como judío, opta en general por mantener su judaísmo en su casa y sinagoga y ser un ciudadano “normal” en la calle. Prefiere que su condición de judío pase desapercibida.

El que no ve nada especial en su condición de judío, especialmente si no se cree “religioso”, o prefiere sustituirla por un estilo de vida más acorde a la sociedad que lo rodea, opta generalmente por asimilarse totalmente, o sea abandona su condición de judío para adquirir en su lugar una identidad laica y más “universal”. Es un buen espécimen de los resultados del experimento de crear un mundo “sin fronteras”.

El que se siente seguro de su condición de judío y del aporte que tiene para dar a toda la humanidad, desde su judaísmo, no tiene por que escaparse ni tiene porque asimilarse. Su preferencia es integrarse como judío en la sociedad en general y enriquecerla desde su lugar particular.

Claro está, que para poder integrarse sanamente e influir en la sociedad más amplia, uno debe estar fuerte y claro en su propia condición y orgulloso de las responsabilidades que dicha condición implica.

De hecho, Avraham y Sará son prototipos de la dinámica en la familia judía a lo largo de las generaciones. El hombre es el que se ocupa, prioritariamente, con el mundo exterior; la mujer es la que nutre el mundo interior de la familia. Solo el que tuvo y tiene un mundo interior sólido puede enfrentar y conquistar al mundo exterior.

De la identidad del pueblo judío, pasemos a la tierra judía.

Israel: ¿Tierra de los judíos o tierra judía?

La Tierra de Israel es patrimonio nacional del pueblo judío. Según el Talmud, cada judío del mundo es dueño de por lo menos medio metro cuadrado en Israel, lugar suficiente para abarcarlo mientras esté parado. Es nuestra herencia eterna.

No voy a entrar en este tema general ahora; simplemente quiero señalar que hay tres ciudades en Israel cuya compra por los judíos están documentadas en la Biblia: Hebron, Shejem (Nablus), Jerusalem. Debería ser más que claro que no hay disputa con respecto al vínculo histórico y legal entre ellas y los judíos, por más que los árabes quieren lograr que sean Judenrein.

En la lectura bíblica de esta semana, Jaié Sará1 , leemos como nuestro patriarca, Avraham, compró la cueva de Majpelá y tierras circundantes a Efrón el Jiteo, con el expreso objetivo de enterrar a su esposa, Sará. Eventualmente fueron enterradas ahí también los patriarcas Itzjak y Iaakov y sus respectivas esposas, Rivká y Lea. Todo esto está documentado en la Torá, documento considerado como históricamente legítimo por más del 50% de la población mundial2 .

Aunque digan que también son descendientes de Avraham por medio de su hijo Ishmael, carece de validez por dos razones: 1) los árabes de hoy no son descendientes de Ishmael, sino que fueron trasladados a Israel por Sanjerib desde otras regiones; 2) aun si aceptáramos que son hijos de Ishmael, no les corresponde Israel como herencia, ya que Ishmael fue hijo de la sirvienta de Sará, Hagar, y Avraham le dio su herencia en vida y lo mandó a vivir lejos de Israel.

Cabe destacar que Israel no es solo la tierra de los judíos; es tierra judía. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos conceptos?

Propiedad es una condición circunstancial. Hoy la tengo yo, mañana la tienes tú. No hay una diferencia intrínseca en mi auto antes que te lo vendiera y después que pase a tu propiedad. Simplemente antes era mío y ahora es tuyo. Hay, no obstante, vínculos que son esenciales e incondicionales, por ejemplo mi cuerpo. No tengo el derecho a regalar o vender una parte de mi cuerpo. Uno no puede desdueñarse de su cuerpo y de las responsabilidades para con su cuidado que esto implica.

La Tierra de Israel fue creada para el pueblo judío, para que el pueblo judío pueda cumplir con su razón de ser de manifestar la presencia de D-os de una manera óptima, y desde ahí, como el corazón, bombear espiritualidad a todo el mundo. No en vano todos la llaman Tierra Santa; reconocen que hasta la tierra misma de Israel es sagrada.

En otras palabras, el vínculo entre la Tierra de Israel y el pueblo de Israel no es meramente histórico y circunstancial; es esencial y de alma. Compartimos juntos una misión Divinamente otorgada.

Es importante señalar que luchamos por nuestra tierra no sólo pensando en nuestro beneficio, sino también en el de nuestros enemigos. Es para beneficio inclusive de nuestros enemigos que dejen a los judíos desarrollar su misión de vida en su tierra y que ellos la desarrollen en paz en otra.