Esta historia es acerca de un hombre en busca de un tesoro enterrado. Pero ese tesoro no es de los que se pueden ver o tocar. Más bien se trata de un tesoro completamente diferente, que es mucho más precioso y valioso – ya que no tiene precio.
Ese hombre soy yo, Shlomo Lewis.
Fui criado como un judío secular. Tuve una educación de excelencia: fui a un colegio y una universidad muy buena. Sin embargo, a diferencia de muchos de mis pares, no me convertí en abogado, médico o contador. Habiendo crecido en los 60’s, incorporé los valores e ideales del amor, la paz y de algunas drogas leves. Sentía que había mucho más por hacer en esta vida que casarse y adquirir bienes. Ese no era el tipo de vida que yo deseaba – mi objetivo era cambiar el mundo.
Por ende, me interese por la política ya que creía que ese era el primer paso para hacer del mundo un mejor lugar.
Al mismo tiempo, era consciente de que existía una dimensión espiritual respecto de la vida. Pero para mí, no se vinculaba a la religión. La religión tenía demasiadas reglas y restricciones, y por ende me costaba creer que ese fuera el camino para convertirme en una persona más espiritual e íntegra.
Después de algún tiempo comencé a lidiar con la depresión. Me costaba mucho permanecer en un trabajo y ganar un sueldo que me permitiese vivir dignamente. Finalmente, en 1996, después de vivir en el sur de Inglaterra por 15 años, perdí mi empleo y mi hogar y regresé a mi pueblo de origen, Manchester, para vivir cerca de mis padres, que ya eran acianos.
La zona en la que vivía, Broughton Park, tenía una comunidad Ortodoxa bastante grande. Sentía que no tenía nada en común con ellos y hasta creía que me miraban con desdén.
El tiempo transcurrió y las cosas parecían ir de mal en peor. En diciembre de 2010 nuevamente perdí mi empleo y me encontraba al borde de la desesperación.
Luego llegó Jánuca del 2011. Era tarde y estaba caminando de regreso a mi hogar luego de ver al médico que me estaba tratando a causa de la depresión.
Por algún motivo que no puedo explicar lógicamente decidí tomar un camino distinto para volver a casa. Este camino me llevó a pasar frente a lo que hoy sé que es la Yeshivá de Lubavitch.
Era tarde y el sol estaba por ponerse. De pronto escuché una voz que me llamaba “Disculpe señor, ¿es usted judío?” intrigado por ver quién me llamaba, crucé la calle y me encontré con dos jóvenes de sombrero negro y capota, el típico uniforme de judío ortodoxo.
Se presentaron como estudiantes de una yeshivá de la zona. “Hoy es Jánuca” dijeron. Luego de hablar por algunos minutos acerca de la festividad y de que me dieran una rosca kasher recién freída junto con un kit de menorá y velas, me invitaron a estudiar más acerca del judaísmo en la yeshivá. Intrigado acepté la invitación para el jueves siguiente.
La sesión de estudio con mi joven “maestro” me resultó sumamente interesante y esclarecedora y me dije a mi mismo que volvería por más charlas.
Desde aquél día han pasado algunos años y he vuelto cada jueves, e inclusive algunas veces las noches de Shabat, para estudiar y quedarme con algo, por poco que sea, de todo el conocimiento que me brinda. Incluso los he observado en sus maravillosos farbrengens (reuniones jasídicas).
Siempre me ha interesado la espiritualidad. He leído libros sobre Kabbalá, pero no los he entendido en realidad. En la yeshivá, estudie Tanya, un clásico del mundo jasídico que ha hecho que el judaísmo se volviera más significativo para mí.
No alcanza solo con leer acerca de espiritualidad, debemos cumplir con el llamado y el mandato divino que tenemos de convertirnos en seres más espirituales. He aprendido que la mejor forma de conectarse con lo divino es a través de las mitzvot. Esto me resulto profundamente fascinante.
Pero por sobre todas las cosas, me he sentido inspirado por la dedicación, la creencia, la calidez, el compromiso y la generosidad de los estudiantes, y por su devoción hacia el Rebe.
Había odio hablar del Rebe de Lubavitch, pero conocía muy poco acerca de él. Ahora que estoy estudiando más acerca de su vida he llegado a apreciar lo maravilloso y santo que fue para inspirar tal compromiso, reverencia y dedicación por parte de sus seguidores.
Finalmente encontré el tesoro que tanto había estado buscando.
Mirando en retrospectiva, pienso cuánto ha cambiado mi vida desde mi encuentro fortuito con esos estudiantes. Comencé a ponerme tefilin a diario, encender las velas de Shabat, coloqué una mezuzá en la puerta de mi hogar y comencé a ir al shil en Shabat. Sin duda me he reconectado con mi espíritu judío.
Encontré el tesoro que había estado buscando durante tantos años – y estaba en mi propio jardín todo este tiempo.
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