¿Se puede hablar del presente sin un pasado? Al menos para mí resulta muy difícil, tal vez sea una persona en extremo nostálgico. Me basta con cerrar los ojos y viajar en el tiempo de la memoria, ubicarme en el Séder de Pésaj en la casa de la calle Colonia esquina Juan Paulier donde vivían mis abuelos Shraga Faivel y Bluma, A”H. Mis padres, mis tíos, mis primos todos mayores que yo, reunidos en la noche conversando muy animadamente y una mesa resplandeciente con velas y diferentes comidas, Matzá, Jrein, vino y un aire de historia inolvidable e intransferible que graba cada instante en mi memoria con detalles que el tiempo no puede diluir, todo lo que allí acontecía.
En fin, un evento que se repetiría por varios años y que luego continuaría en la casa de mis padres, cada vez con nuevos participantes. Recuedo tambiénRosh Hashaná y Iom Kipur en el Vaad Hair de la calle Canelones y Andes, la reunión comunitaria por excelencia en esa época, la acústica del lugar, su aroma a maderas lustradas, sus luces, su Arón Hakodesh, todo. Mi vida transcurría en un mundo tradicionalista, parte del concierto judaico general de Montevideo de las décadas del 60 y del 70.
Combinado a estos ingredientes de valores históricos y familiares, un país complicado donde un niño/adolescente perteneciente a una clase media no tenía mucha idea de los hechos que ocurrían por ese entonces, y donde el objetivo era estudiar preferentemente una carrera universitaria para de esa forma garantizarse un medio de vida posterior. Algunos sumábamos a nuestro devenir preasignado una cuota de lirismo intelectual, como en mi caso, mi curiosidad por todo lo que fuese científico me empujaba a explorar la realidad que me rodeaba y marcaba un destino claro en mi formación, obviamente yo era un científico, así que entre las opciones decidí estudiar Ingeniería, pero perfectamente podría haber optado por un camino más humanista como la Medicina, ciencia que mueve mi curiosidad aún hasta el día de hoy.
Pues, la Ingeniería no fue suficiente, no sació mi sed, así que proseguí estudiando Física con un resultado paradójico, más allá de no contestarme preguntas, me permitió ver con claridad la complicada trama del mundo que nos rodea y su curiosa armonía. Mis preguntas se hacían cada vez más filosóficas y menos ecuacionables, mi curiosidad ahora se focalizaba en tratar de entender la realidad.
Una figura que influyó mucho en mi forma de pensar fue Albert Einstein, me cautivó su forma tan reaccionaria de ver el mundo, además el hecho que fuese judío me inflaba el orgullo. Pero su intento de demostrar que la realidad existe como un facto fuera de nosotros mismos, no me dejaba tranquilo, me hacía cuestionarme el propósito de mi presencia en el cosmos. ¿Sería que estar o no estar era lo mismo? Algo me decía que no podía ser así.
Entonces, ya con más años biológicos encima abrí mi mente a escuchar el eco de algunas palabras de aquellos Séder de Pésaj en lo de mis abuelos, donde se cruzaban discusiones entre alguno de mis tíos más intelectuales y humanistas y mi abuelo, un simple “Kuentenik” que sólo hablaba Idish y no se cansaba de decir “Ij Hob A Tate in Hímel” (Yo tengo un Papá en el Cielo). El solía decir, “todo está en la Toire”. Pero lamentablemente, la “Toire” estaba cerrada para mis ojos, no sabía su lenguaje... no me lo habían enseñado.
Me faltaba esa información, así que debía conformarme con la escasa litertura en Español que había sobre el tema. Por aquellos años, llegó de visita a Montevideo un grupo de 3 jóvenes incluso un par de años menores que yo, y entre ellos estaba el hoy Rabino Eliezer Shemtov, y estos jóvenes dieron algunas charlas en Inglés en casas de familias y tuve la oportunidad de participar en alguna de ellas.
Pasó el tiempo, yo seguía en mi camino de trabajo y de investigación con los ojos puestos en formar un hogar así que me casé con Liza allá por 1986. En esa época vino a instalarse a Montevideo el ya Rabino Eliezer Shemtov con su esposa Roji y de a poco fuimos acercándonos, me parecía muy interesante la coherencia entre su pensamiento y su forma de vida, lógicamente con el tiempo fui entendiendo que había una directiva muy clara y contundente del Rebe de Lubavitch, responsable de la toma de conciencia que la ignorancia que gente como yo tenía sobre nuestra función en el mundo debía ser abolida. A través de difundir conocimiento y proveer las herramientas educativas necesarias ya no había excusa para que cualquier judío que quisiera pudiese acceder a lo que mi abuelo decía: todo está en la Toire!
Es así que comencé a estudiar primero el lenguaje de la Torá, después un paso más, el estudio del Talmud y así durante años, trabajando, ejerciendo mi vida profesional y científica, desarrollando mi familia en un marco de judaísmo en su más pura y profunda expresión con el empuje que nos dio el Jasidismo para entender la realidad que nos rodea y la claridad que su luz puso en mi mente, mis dudas existenciales se desvanecieron, mi convicción sobre cómo funciona el mundo ya no era un tema que me detuviera, ahora ya sabía que lo importante no era tanto el cómo como el para qué. Encarnizar el sentimiento de que mi presencia en el mundo es trascendental es una experiencia inefable, la única forma de entenderla es viviéndola.
Mi formación estructurada y analítica me ayudó en mi afán de conocimientos. Estudiar se me hacía cada vez más fácil y más atrapante, el océano de conocimientos de nuestra Torá es tan vasto y tan inabarcable que se hace apasionante el desafío. Estudié ordenadamente, con ayuda de Rabinos que fueron extraordinarios maestros, en cuanto a darme información y formación. Me enseñaron incondicionalmente, Jasidim del Rebe con todas las letras, con ellos pude obtener mi ordenación rabínica que con tanto sano orgullo hoy comparto con todos mis seres queridos. Es tan sólo el principio, ser Rabino hoy significa una responsabilidad personal, es el punto de partida para proseguir con mis estudios y poder volcarlos al gran objetivo de nuestra existencia: preparar al mundo para la inminente llegada del Mashíaj
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