Donde quiera que existan judíos viviendo, podemos dar por sentado que habrá gente de Lubavitch en los alrededores, bien en las esquinas o visitando las oficinas de ellos y con una amable sonrisa invitarles a cumplir una mitzvah (precepto).

¿Disculpe señor, tuvo oportunidad hoy de colocarse sus tefilim?

¿Señora, podría ofrecerle un par de candelabros para Shabat?

“Tenga la amabilidad de pasar a la Sukah móvil y por favor sacuda esto que le estoy entregando”

Desde hace pocas décadas, desde que el Rebbe envío sus contingentes a las calles, millones y millones de judíos han tomado breves instantes de sus apretadas agendas para arremangarse sus camisas para colocarse tefilim o bien tomar tiempo de su hora de almuerzo para murmurar breves rezos.

¿Pero por qué tomarse la molestia? Mejor sería no perturbar a quien no tiene interés alguno en el asunto. La mayoría de las personas acceden participar no tanto por fe o creencia, sino debido a que un chico sonriente les solicitaba realizar la acción de una forma tan sincera y amable, que les era muy difícil asumir una posición de resistencia a realizar la acción solicitada ¿cómo rehusarme? ¿Pero D-os? EL no estaba en mis planes.

Cabe preguntarse entonces qué valor tiene la mitzvah ejecutada de este modo. Es evidente que son palabras vacías acompañadas de gestos nada sinceros. Los chicos al menos, no pretenden engañar a D-os, ¿entonces por qué participar en una charada sin sentido?

Cada persona es única

Moisés se hizo la misma pregunta.

D-os ordenó que cada persona del Pueblo de Israel debería ofrecer una media moneda de plata como contribución al Templo y como un acto de contrición por el pecado del Becerro de Oro. Sin tomar en cuenta la condición de la persona, fuera rica o pobre, cada judío debía acudir y contribuir con el mantenimiento del Templo.

Para explicar a Moisés a que moneda exactamente se refería, D-os le mostró una visión de una moneda de fuego, indicando que cada judío debería donar una réplica de dicha moneda hecha de plata.

Moisés no entendía. El asintió en principio, pero alegó ante D-os que aceptaba alguna manifestación física del arrepentimiento, pero, ¿no debe darse a cada uno en particular una oportunidad para hacer introspección y arrepentirse? Cada quien piensa siente y actúa diferente. Nuestras intenciones son personales, y el camino al arrepentimiento debe estar a la medida de las necesidades de cada quien.

¿Por qué razón entonces cada uno debería estar obligado a realizar rituales sin ningún tipo de sentimiento? Si disfrutas al colocarte lo tefilim (filacterias) o aprecias el encendido de velas de Shabat, sientes placer al hacerlo. ¿Por qué entonces deberíamos involucrar en ello a personas que no piensan, sienten y creen igual que nosotros?

Cada mitzvá enciende una chispa divina en nuestro interior

Eso es precisamente a lo que se refería D-os al ordenar contarse mediante media moneda de plata. Para cualquiera esto constituiría solo una simple moneda de plata, incapaz de medir a una persona que además no tiene apego emocional con el acto que realiza; pero desde la perspectiva Divina las llamas de intención y pasión brillan cuando un judío realiza cualquier acción, aún sin intención evidente. Todos somos creaturas individuales, D-os nos habla a cada uno y cada quien responde. No podemos apreciarlo en el momento ya que nuestra visión es limitada, pero allí en lo oculto, tiene lugar un increíble cambio cada vez que realizamos una mitzvah, ella tiene la capacidad de encender dentro de nosotros una chispa divina.

En términos prácticos, tener un encuentro con estos animados chicos invitando a cumplir un precepto, y el solo hecho de aceptar realizarlo, constituye la chispa inicial para que cientos de miles de judíos lleguen a sentir un despertar interior hacia D-os y el judaísmo. Estos pequeños actos de observancia asemejan una impronta hecha con hierro incandescente, y además del placer que ello causa, se convierte en una gran fuerza inspiradora para la persona.