Era Purim, 1985. Los alrededores me parecían muy extraños. Desde mi niñez, Purim significaba la lectura de la Meguillah (rollo de pergamino), ruidos de matracas, música en volumen alto, danzas alegres, gente disfrazada, mucha buena comida, intercambio de cestas de regalos por Mishloaj Manot (comestibles) y un pequeño “l`jaim” (“a la vida”, palabra hebrea para brindar) para completar la celebración. Ese era el exactamente el tipo de Purim que tuve en 1984, 1983, 1982….remontando hasta 1964, el año de mi nacimiento.
Este año, no se parecía en nada a los anteriores. No había ninguna Meguillah a la mano para realizar la lectura. Aunque había algunos sonidos estridentes, pero no provenía de niños jugando con sus matracas. No había música para bailar, y nadie estaba de ánimo para bailar tampoco. No había nadie con disfraz, es más todos los presentes estaban vestidos de la misma manera. La comida era sobra del día anterior recalentada, los únicos intercambios eran saludos de “Purim sameaj” (Feliz Purim), los cuales muchos recibían como respuesta: “Si, en verdad este es un Purim feliz ¿no lo crees? Si decíamos “l`jaim” no era antes de brindar; acá tenía un sentido literal porque nuestra esperanza era salir vivos de aquel lugar.
No había ninguna Meguillah a la mano para realizar la lectura. Aunque había algunos sonidos estridentes, pero no provenía de niños jugando con sus matracas. No había música para bailar, y nadie estaba de ánimo para bailar tampocoPurim 1985, sur del Líbano, Un solitario pelotón de soldados de la IDF (ejército israelí) varados en una pequeña fortificación. Ciertamente no era el mejor sitio donde permanecer, pues solo se escuchaba el ruido de metralla que ni por asomo parecía música bailable para la celebración de Purim. Chicos vestidos tan solo con uniformes khaki, vecinos que ni por asomo deseaban hacer intercambio de cestas de regalos. Extraño, surrealista. “Durante el mes de Adar incrementamos en alegría”, dice el Talmud. Pero no en este lugar. Nada de alegría, nada que celebrar.
Solo largos cambios de guardia y patrullajes podían garantizarnos “lejaim”.
Esa noche de Purim fue muy parecida a cualquier otra noche allí. Igual fue la mañana siguiente, sin novedad alguna. Pero esa tarde definitivamente nunca se borrará de mi memoria.
Estaba de guardia junto a Moti, mi sargento, con quien había entablado amistad desde que culminó el entrenamiento básico. Siempre nos asignaban juntos para la guardia, así que solíamos tener largas charlas acerca de la vida, nuestros sueños y proyectos para el futuro. Nos turnábamos los binoculares para dar un vistazo a la larga carretera que teníamos que vigilar. Por allí pasaban todo tipo de vehículos; camiones despachando mercaderías, civiles dirigiéndose de un pueblo a otro, convoyes de nuestro ejército, ambulancias.
Dado que habían aumentado los atentados suicidas con carros bomba al sur del Líbano, el ejército israelí estableció una normativa que establecía que de ser observado un vehículo con un conductor y sin pasajeros inmediatamente era considerado sospechoso de ser un conductor suicida llevando explosivos en el vehículo, debiendo los soldados abrir fuego contra dicho vehículo. Ambos teníamos el cuestionable honor de dar cumplimiento a esa orden en la carretera que vigilábamos.
Moti estaba observando la carretera con los potentes binoculares y me dijo que se acercaba un convoy del ejército israelí. “Algunos vehículos de los nuestros se acercan”, dijo, “y también se acerca otra camioneta que no es de las nuestras, pero no logro verla bien desde acá. Dale un vistazo.” Mire a través de los binoculares y pude distinguir el convoy de vehículos todo terreno de nuestro ejército, así como camiones militares de carga, un poco más atrás, efectivamente venía siguiéndoles una camioneta blanca, pero no alcanzaba ver ninguna señal distintiva que la identificase. Mire por largo rato hasta que pude distinguir una señal distintiva.
Así de sorprendente fue su llegada, como salidos de la nada, en medio de una zona de guerra, permitiendo a nuestra pequeña fortaleza cobrar súbitamente nueva vida con el ambiente festivo de Purim. Verdaderamente ahora si era un panorama totalmente surrealista.“D-os no puedo creer lo que ven mis ojos”, dije en inglés, “¿De qué se trata?” preguntó Moti. Mientras más se acercaba, aumentaba mi cara de sorpresa mientras observaba a través de los binoculares las señales distintivas a un costado de la camioneta: Jabad. Efectivamente, el convoy era acompañado por una camioneta de Jabad.
El convoy llegó a las puertas de nuestra pequeña fortaleza, y mis compañeros encargados de los portones le dieron acceso a los todo terreno, camiones blindados y una camioneta blanca de Jabad que traía como pasajeros rabinos y estudiantes (de religión). Como un espejismo en medio de aquel desierto avanzaba la camioneta, hasta estacionarse, y salieron varios miembros de Jabad. Uno de ellos traía consigo una Meguillah, otro traía un acordeón cargado al hombro, otro descendió de la camioneta llevando consigo una bolsa contentiva de pequeños rollos de Meguillah, tarjetas de felicitación por Purim confeccionadas por niños y notas manuscritas contentivas de bendiciones del Rebbe de Lubavitch, de bendita memoria. Finalmente, para nuestro regocijo, descendió el último de ellos cargando varias bolsas contentivas de pastitas “hamantashen” (pastitas tradicionales de Purim), así como también otros dulces y no podía faltar una botella y vasos para hacer “lejaim” como corresponde.
Así de sorprendente fue su llegada, como salidos de la nada, en medio de una zona de guerra, permitiendo a nuestra pequeña fortaleza cobrar súbitamente nueva vida con el ambiente festivo de Purim. Verdaderamente ahora si era un panorama totalmente surrealista. A partir de una situación tan desoladora como la que inició este relato, de repente todo cambió súbitamente y se podía ver alguien leyendo la Meguillah desde un rollo manuscrito sobre cuero, y otros le seguían leyendo desde una Meguilah de papel (aún conservo una hasta el día de hoy). Luego se escuchó una alegre melodía que provenía del acordeón y gente bailando sonrientes en pequeños círculos que se formaban. Otros comían los hamentashen, y el “le jaim” no tenía que ver con la supervivencia de nuestra patrulla sino con buenos tragos de vodka. Hicimos arreglos para turnarnos en los puestos de vigilancia para que todos pudiesen disfrutar un poco de aquella explosión de alegría festiva. ¡Purim estaba aquí, en vivo y directo en una fortaleza del desierto en el sur del Líbano!
Acá algunos éramos religiosos, otros seculares y otros sencillos soldados, oficiales, mecánicos y cocineros, junto a estos cuatro “ángeles” de Jabad, que nos trajeron la más pura esencia de la alegría festiva y nos mostraron las más sinceras expresiones de solidaridad, respaldo y unidad que alguna vez haya experimentado.
No existe mención alguna del nombre de D-os en el rollo de la Meguillah. La tradición rabínica interpreta esto señalando que la historia de Purim es un ejemplo de “la acción de D-os”, donde acontecen milagros tras bastidores.
No estaba en Sushan hace 2500 años, por lo que solo puedo referirme a lo que la Meguillah nos relata. Pero hay una cosa de la que puedo estar seguro: en el día de Purim del año 1985, para mis compañeros y todos los que nos encontrábamos en la fortaleza del ejército en el Sur del Líbano, no hubo “milagros ocultos”. El nombre de D-os estaba en el aire, así como el milagro estaba a la vista de todos, en el lugar menos esperado y fuimos testigos de ello todos los presentes.