¿El mundo es un lugar bueno o malo? Claramente eso depende de lo dispuestos que estemos a encontrar el verdadero sabor de las cosas.
Verán, el Zohar describe el mundo como un huerto de frutas deliciosas y nueces exóticas. Suena maravilloso, ¿no es cierto? Pero este huerto presenta un problema. Cada uno de esos deliciosos manjares está recubierto por una cáscara dura y gruesa. Por ejemplo, el coco. Uno podría morir de hambre en una plantación de cocos.
Y ese es sólo el comienzo. Los verdaderos problemas surgen cuando empezamos a meternos con esa cáscara, a darle más importancia de la que tienen en verdad, como si el único objetivo del fruto fuera servir de sostén para la cáscara que lo recubre.
Los frutos representan el verdadero significado de la vida, de aquello para lo que fuimos creados. La cascara representa el contexto, el escenario en el que todo transcurre. No debemos confundir aquello que constituye el plano principal y lo que forma parte de la escenografía. Si esto ocurre, probablemente nunca terminemos de encontrar el verdadero sabor de las cosas. Y entonces sí que nos veremos envueltos en una situación verdaderamente angustiante.
La cáscara que recubre al fruto está allí por un buen motivo: para proteger al fruto en su interior y permitirle que madure y se vuelva dulce, hasta que llegue el momento indicado en que podamos romper la cáscara y extraerlo. Y en ese momento, hasta la propia cáscara puede convertirse en algo útil.
Observen el siguiente ejemplo:
Ir al trabajo día tras día, soportar el tránsito de la hora pico, lidiar con jefes insensibles, tratar con clientes enojados y trabajar con colegas incompetentes puede resultar un gran fastidio. Si somos capaces de ver el fruto que hay en el interior de toda esta situación, toda la angustia y el dolor que sentimos desaparecerá.
El fruto es el objetivo detrás del trabajo que realizamos. Se trata de enfrentar el mundo de forma ética, dignificante y humana. Establecer nuestras prioridades, como dedicar tiempo al estudio de la Torá y a nuestra familia. Tratar a los clientes con integridad, para transmitirles verdaderos valores y así asegurarnos de que el mundo que dejemos sea mejor que aquel en el que vivimos. Y usar el dinero que ganamos para cosas buenas, como hacer actos de caridad, o asegurar una educación en los valores de la Torá para nuestros hijos y ofrecer maravillosas cenas de shabat para muchos invitados.
Eso es quitarle toda la cáscara al fruto y quedarse con el interior, que es la parte más dulce y jugosa. Y una vez que encontramos el fruto, debemos celebrarlo, para que todo lo demás se vuelva aún más dulce.
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