Estimados lectores:

Este shabat conmemoramos el aniversario del fallecimiento del Rebe de Lubavitch, de bendita memoria.

Cuando llega Guimel Tamuz me es imposible no sentir emociones encontradas. El Rebe fue para mí una figura presente en todos los aspectos desde mi más tierna niñez. Poco después de pronunciar papá y mamá, ya decía Rebe. A los 2 años de edad fui por primera y última vez a Nueva York a visitarlo (tengo imágenes de ese viaje, aunque con el tiempo se fueron mezclando con otras memorias).

Recuerdo vívidamente a los nueve años explicándole a un no judío que estaba trabajando en mi casa que el Rebe había dicho que el Mashiaj estaba llegando y debíamos prepararnos.

También recuerdo ese domingo de 1994. Mis padres estaban de viaje y nos cuidaba una pareja amiga a mí y a mis hermanos. El teléfono sonó y el señor que nos cuidaba atendió el llamado de mi papá, vi que su cara estaba muy seria y el tono de su voz sonaba preocupado, - ¿Cómo le decimos a los chicos?, escuche de fondo. Me pasó el teléfono, y yo ya estaba preparado para una mala noticia, mi papa con la voz quebrada me dijo “El Rebe falleció”, inmediatamente mis ojos se llenaron de lágrimas y no pudimos hablar más. Por ser el mayor me tocaba a explicárselo a mis hermanos menores, estábamos todos desolados. Vivíamos a más de 10.000 kilómetros de Nueva York y a más de 1200 del enclave de Jabad más próximo, de todas formas el Rebe siempre había sido como un familiar cercano, como un abuelo que siempre se preocupaba por nosotros, el golpe fue durísimo.

En mi juventud y durante mis estudios en la Yeshiva, siempre pensaba, ¡Que distinto sería todo si pudiera viajar a Nueva York y ver al Rebe físicamente! ¡Qué culpa tenemos nosotros que no podemos recibir lo que recibieron nuestros padres y maestros! ¡Por qué no tenemos el mérito de vivenciar lo que ellos vivieron en forma directa y no a través de libros o videos!

Pero, a la largo de mi vida, una y otra vez el Rebe estuvo presente en los momentos clave, los lindos y los difíciles, de formas increíbles pude conectarme con su espíritu cuando lo necesite. Sentir su mirada cuando sabía que estaba haciendo algo mal, imaginarme su sonrisa cuando sabía que estaría orgulloso de mi, pedirle consejo y bendición en su lugar de descanso y sentir que una roca pesada era levantada de mi corazón e sus enseñanzas me guiaron y me guían para formarme en quien soy hoy en día.

Sé que estas palabras son muy personales, y no todos tendrán la misma conexión con el Rebe, pero creo importante compartirlas para poder transmitir, aunque sea mínimamente, lo que siento por el Rebe.

Con su desaparición física, su presencia se hizo más masiva que antes, sus enseñanzas se difundieron en forma exponencial, su legado se expandió a todo el planeta, sus emisarios cumplen la función vital de asegurar la existencia del pueblo judío, su lugar de descanso se convirtió en un centro de consuelo y bendición para cientos de miles de personas que los visitan al año.

Su último deseo era que la redención mesiánica sea una realidad, y nos dejó a nosotros a cargo de cumplirlo, tomemos la posta y hagamos nuestra parte.

¡Shabat Shalom!

Rabino Eli Levy