Soy el Dr. Avraham Lorber, y mi especialidad médica son las cardiopatías congénitas. Estudié medicina en la Universidad de Tel Aviv, completé mi residencia en el hospital Carmel, y luego estudié cardiología pediátrica en el Guy’s Hospital de Londres, bajo la tutela del profesor Michael Tynan. Tuve el privilegio de ser su alumno desde 1983 hasta 1985.

Durante el tiempo que estuve en el Guy’s Hospital, un bebé, cuyos padres eran judíos, de Golders Green, acudió al hospital para ser tratado. Este niño no aumentaba de peso como se esperaba; le faltaba el aire y estaba extremadamente agitado. Sus alteraciones funcionales eran muy notorias.

Todo esto se debía a una cardiopatía congénita. La cardiopatía se trataba de un gran agujero entre las cámaras del corazón. Causaba un exceso de flujo de sangre a los pulmones, lo que a su vez provocaba que el corazón se hinchara, incrementando la presión sobre las arterias pulmonares. El niño boqueaba por aire y agotaba toda su energía para lograr sobrevivir, solo para respirar y mantener un latido. La ingesta de alimento no podía proveerle la energía suficiente para crecer.

Mientras el niño era evaluado en el hospital, la familia se enteró de que yo era de Israel y pidió que me involucrara, a pesar de que no era más que un alumno del profesor.

Cuando se completó la evaluación, le expliqué a la familia que la condición del niño se agravaba, que se necesitaba medicación para salvarle la vida de un peligro inminente, y que luego de estabilizarlo habría que realizarle varios procedimientos invasivos. Era preciso insertarle un catéter diagnóstico en el corazón, para poder recolectar información desde dentro de las cámaras —como la presión sanguínea y los niveles de oxígeno— y para hacerlo, debíamos inyectarle un líquido de contraste para localizar el punto exacto de la cardiopatía. Esta información luego se presentaría al equipo de cirugía principal que realizaría una cirugía a corazón abierto y cerraría el agujero; durante la cirugía, el niño permanecería conectado a una máquina cardiopulmonar. Los cirujanos lo suturarían y luego habría un período de rehabilitación y recuperación.

La familia recibió estas noticias comprensivamente. Estaban agradecidos con el equipo médico por su atención, pero pidieron que suspendieran la intervención por un rato, hasta que pudieran consultar al rabino y recibir su guía y bendición para realizar la cirugía.

Por supuesto, nosotros lo respetamos, aunque el personal no judío no entendía a qué se debía esto. Como alguien que entiende un poco de estas cosas, les expliqué y les dije que, sin dudas, la familia regresaría con la bendición del rabino para seguir adelante con la cirugía.

Ciertamente regresaron. Acudieron al rabino para pedirle consejo y él les dio la bendición para el niño. Tenían en sus manos un billete de un dólar que les había dado para que donaran en nombre del niño. Dijeron que el rabino los bendijo, que Di-s cuidaría de la salud y el bienestar del niño, y les aconsejó que no interviniéramos, sino que simplemente monitoreáramos su desarrollo y funciones vitales.

El profesor Michael Tynan
El profesor Michael Tynan

Estábamos sorprendidos. Naturalmente, el profesor Tynan no estaba de acuerdo, ya que estaba convencido de que la intervención quirúrgica era necesaria para que el niño recuperara la salud. Pero como la decisión de los padres era firme —y la relación con el niño era cariñosa— ideamos un plan alternativo. Acordamos que el niño volviera a su hogar mientras se le administraba la medicación para estabilizarlo, pero debía regresar al hospital para ser evaluado y monitoreado con frecuencia. Todo el equipo médico esperaba que luego de dos o tres visitas la condición del niño fuera tal que los padres les rogaran salvarlo.

Desde el segundo control, sin embargo, notamos que estaba mejorando. Para el tercer y el cuarto control —y no pasó mucho tiempo entre ellos— las mejoras eran tan significativas que la apreciación del equipo médico cambió.

Ante nuestros ojos vimos a un niño muy enfermo transformarse en un niño con una discapacidad controlada. Todos estaban sorprendidos por los acontecimientos, desde las enfermeras que lo pesaron y monitorearon su ritmo respiratorio hasta el equipo médico principal, cuyos miembros supervisaron el procedimiento para asegurarse de que no se cometieran errores que pudieran comprometer el bienestar del niño a largo plazo. Todas esas personas se dieron cuenta de que había algo diferente a otros casos. Lo mismo sucedió con el profesor Tynan y conmigo. Con cada visita veíamos grandes mejoras.

Ante nuestros ojos, vimos cómo las irregularidades cardíacas se reducían gradualmente. Y mientras el ventrículo izquierdo se achicaba y se acercaba a su tamaño normal, el agujero entre los ventrículos también se encogió. ¡El niño ya no estaba en peligro!

Todos los que seguíamos el caso nos dimos cuenta de que no se trataba de un incidente de rutina o una casualidad estadística. Jamás podríamos haber predicho algo así. Cada vez que teníamos una reunión de equipo o en una fiesta, salía el tema del niño y lo discutíamos bastante.

Mientras tanto, él seguía mejorando significativamente: comenzó a desarrollarse, a crecer, a gatear… todas las cosas que eran imposibles para un bebé con una cardiopatía.

En ese tiempo finalicé mis estudios y regresé a Israel, pero me enteré a través de la familia de Golders Green que el niño se había recuperado completamente.

Años más tarde, vinieron a Israel y organizaron un gran bar mitzvá para él en el Muro de los Lamentos, al cual fui invitado. Hasta pude realizarle un control al niño —ya un muchacho— y comprobar que estaba completamente desarrollado para su edad y, puedo agregar, que también era muy inteligente. En resumen, lo encontré completamente sano, sin rastros de la cardiopatía que había tenido de bebé.

Esta es una historia fascinante con un final feliz que me enorgullece contar. En toda mi carrera jamás vi un cambio tan inesperado, y aunque he visto muchos cambios, nunca fui testigo de uno tan poderoso; poderoso para el paciente y para los doctores, que eran grandes científicos en el campo de las cardiopatías congénitas.

Quizá la respuesta más sorprendente provino del mismo profesor Tynan. Hasta él —que fue muy escéptico y cientificista— entendió que este caso no tenía una explicación racional, que los acontecimientos que vimos eran milagrosos. Él mismo habló en estos términos. Cuando nos encontrábamos en conferencias profesionales o reuniones del hospital, él solía sacar el tema. Era una persona de mente abierta, pero también tuvo que aceptar que su formación académica, su conocimiento y su extensa experiencia se vieron alterados por un milagro.