Tenía la cara hinchada de dormir y mis manos se acercaban tímidamente al bebé cuando abrí los ojos rápidamente, impulsados por un incontrolable antojo de chocolate.
¿Chocolate?
Somnolienta, entrecerré los ojos para ver el reloj. Tres cuarenta y cinco. Moví la cabeza de lado a lado, parpadeé y reí. Le di al bebé Hershy su bocadillo de pasada la medianoche, exhalé y comencé a dormitar.
¡Chocolate!
Me tranquilicé y miré a mi alrededor, desconcertada. Hershy se alimentaba de manera ruidosa, con los ojos cerrados. ¡Habían pasado siete meses desde el último antojo de chocolate! ¿Qué significaba todo esto?
¡Chocolate, chocolate, chocolate, consígueme chocolate!
Me reí sin abrir la boca. Todo esto era ridículo. Aún así, tenía tanto antojo de chocolate, que podía sentirlo en los huesos.
Está bien, está bien, me dije, tratando de apaciguar al monstruo del chocolate que hervía de rabia dentro de mí. Tan pronto como termine Hershy, iremos a buscar algo de chocolate.
Me sorprendí al ver que mi esposo había terminado los últimos pedazos de chocolate con coco luego de la cena. El monstruo del chocolate gritó. Angustiada, dejé a Hershy y tragué saliva. Tenía la garganta seca. Está bien, busquemos algo para beber, e iremos a buscar a la cocina. Estoy segura de que encontraré algo.
Un poco más calmo, el monstruo se recostó y cambió sus iracundos gruñidos por un gimoteo. Miré a mi hermoso bebé, y me lo comí con la mirada hasta que comencé a dormirme otra vez. Para cuando Hershy terminó de comer y lo acosté en la cuna. Mi cama llamaba con mayor ímpetu que la cocina.
¡Bebida! Chocolate, algo dulce. . . El monstruo rogó.
¡Sh!, déjame dormir. . . Antes de apoyar, exhausta, la cabeza en la almohada decidí pedirle a mi marido que me trajera un chocolate Torino, para poder comerlo luego de la oración de la mañana.
Estoy segura de que soñé con suculentos y cremosos Torinos, envueltos en papel rojo y plateado, pero soñé demasiado. Cuando el llanto de Hershy me despertó, mi marido ya había vuelto de la sinagoga, por lo que debía apurarme si quería llegar a tiempo al trabajo.
Seguí con rapidez mi rutina matutina, me abrigué y abrigué al bebé, saludé a mi esposo y salí, apresurada y quejándome.
Excelente chocolate, pensé, amargada, mientras me apuraba por la calle hacia el transporte. Mi lugar de trabajo está a media hora de casa, y no encontré lugar para comprar un chocolate casher. Mientras me enfrentaba valientemente a las congeladas avenidas, fantaseé con una mañana tranquila, leyendo una revista mientras disfrutaba de una barra cremosa de Torino, tomando un café irlandés.
Fue un poco cómico, para ser honesta, pero no podía quitarme esa capa de tristeza que me cubría como una segunda piel. Había tenido un despertar súbito, literalmente, y lo único que se me antojaba era un poco de comodidad. A lo largo de la mañana, la idea constante de una barra de chocolate me hizo sentir marchita.
Todavía estaba triste cuando decidí prepararme una taza de café. Suspirando con frustración, empujé mi silla, avisé que comenzaba mi descanso, y me dirigí a la máquina de café en la oficina contigua.
Es un buen momento para comprar una buena máquina de café, pensé de nuevo mientras tomaba una taza y medía los granos de café como si fueran encantadoras perlas. Un poco más, un poco menos. . . Moví hábilmente la cuchara, agregué otro grano, decidida a preparar el café perfecto. De todas formas, no hubiera ayudado. Lo que realmente necesitaba era un chocolate.
"Buenos días, Faigy", dijo la Sra. Strauss. Inmediatamente giré para ver la puerta de la oficina entreabierta.
"Buenos días". Sonreí y la saludé con la mano antes de volver a la preparación de mi café.
"Faigy", dijo otra vez la Sra. Strauss, haciendo señas para que me acercara.
Sonreí. La Sra. Strauss es una señora muy amable, similar a una abuela, por lo que me acerqué feliz. Casi me atraganto cuando me ofreció una barra de chocolate. Es verdad, no era la barra con leche envuelta en papel metálico con la que había soñado, pero ¡aún así!
"Toma un poco", me dijo, dándome algunos cuadrados de chocolate. "Compré esta enorme barra, y no quiero tanto chocolate. Es delicioso".
Algo impactada, me reí. Acepté su oferta y volví para terminar el café mientras mi corazón se inflaba de amor.
Era un beso de Di‑s, ¿verdad? Había trabajado allí durante los últimos dos años, pero era la primera vez que la Sra. Strauss me ofrecía algo de comer. Pero ahí estaba, en un día extraño y cualquiera, satisfecha de chocolate. Di‑s me había visto y me había enviado un paquete de alegría, envuelto en capas y capas de amor.
Puedo sentirme agobiada como madre, cansada, apenas puedo tener un respiro. Pero también soy una madre judía, y los ojos de Di‑s están sobre mí todo el tiempo. Incluso cuando estoy de malhumor, o cuando deseo algo en particular.
Miré fijo mi café, y vi cómo el líquido espumoso giraba, tostado y blanco. Algo dulce inundó mi corazón, similar a los gustos combinados de muchos Torinos, Rosemaries, Schmerlings y demás.
Es real. Di‑s es real, está aquí y quiso darme un poco de su dulzura, de su preocupación. Me senté y probé cada cremoso y delicioso pedacito de cielo. Tenían el sabor del amor.
No puedo quejarme, sin embargo. Fue, por lejos, el chocolate más delicioso que probé.
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