Una de las historias bíblicas más famosas es la que trata acerca de Noé y el Diluvio. No es mi propósito aquí contar esta historia tan conocida por todos, sino explorar algunas enseñanzas prácticas aplicables a nuestra vida cotidiana. La Torá ciertamente es un libro de historia pero, sobre todo, es un libro de enseñanza de vida para todos, siempre y en todas partes.

Sin duda, uno de los grandes padecimientos de la vida moderna es el estrés; las preocupaciones de la vida diaria atentan contra nuestra tranquilidad y paz interior. Pareciera que luchamos tanto para sobrevivir que no nos queda tiempo ni fuerzas para vivir.

Esta condición humana turbulenta es representada por el Diluvio, que amenaza con destruir la vida humana. ¿Qué podemos hacer para defendernos contra este peligro incesante? Entrar al “Arca”.

El Baal Shem Tov1 explica que teivá quiere decir ‘arca’ y también ‘palabra’. La orden de “entrar a la teivá” implica, entonces, tanto ‘entrar al Arca’ como ‘entrar a la palabra’, refiriéndose a las palabras de laTorá y la Tefilá.

Cada palabra de la Torá tiene un aspecto externo y un aspecto interno. La traducción literal de la palabra es su “cuerpo”, mientras que el contenido puede entenderse como su “alma”. Para poder reforzar la flotabilidad del alma y neutralizar el lastre del cuerpo, es preciso conectarse con la dimensión espiritual de la existencia o entrar a la palabra para alcanzar su aspecto interior, más allá de su apariencia.

Quien se conecta con la dimensión interior adquiere el poder de abordar las cosas con una solvencia diferente: en lugar de amenazas, ve desafíos y oportunidades de crecimiento. Este es, de hecho, uno de los objetivos de las plegarias matutinas: recargar la fuerza espiritual cada mañana antes de entrar a enfrentar las “aguas turbulentas” de la vida cotidiana.

Salir del arca

Al terminar el Diluvio, D-os le ordena a Noé salir de la teivá.2 La pregunta es: ¿por qué tuvo que mandarlo a salir? ¿No sería natural que, al cabo del Diluvio, Noé saliera solo, sin necesidad de que D-os se lo ordenara?

Si entendemos teivá como ‘palabra’, se puede dar respuesta al interrogante. Una vez que uno entra al mundo espiritual de las palabras de la Torá y de la plegaria, puede llegar a un punto de elevación espiritual tal que pierda las ganas de bajar a “ensuciarse” con el mundo material. Ahí es cuando se debe recordar la segunda orden Divina: la finalidad de la existencia no es escudarse en la torre de marfil del estudio de Torá, sino salir a conquistar al mundo y activar su sensibilidad y potencial Divinos.

Una lección de historia

Según la narración bíblica, “En el sexto siglo de la vida de Noé… se abrieron todas las fuentes del gran abismo y las ventanas del cielo y llovió sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches”.3 El Zohar4 considera esta referencia temporal un vaticinio que describe la época en la cual vivimos actualmente:

“En el sexto siglo del sexto milenio se abrirán los portones de la sabiduría superna como también los manantiales de la sabiduría terrenal, preparando así al mundo para ser elevado en el séptimo milenio.”

El siglo VI del sexto milenio corresponde al año 5500 de nuestro calendario, que coincide con el año 1740 del calendario gregoriano. Dos acontecimientos significativos ocurrieron hacia esa fecha: la revelación del jasidismo por el Baal Shem Tov y la Revolución Industrial. Ambos acontecimientos representan una aceleración sin precedentes en los avances y la difusión del conocimiento, tanto espiritual como terrenal. Coinciden perfectamente con la referencia bíblica al “Diluvio” de sabiduría celestial y sabiduría terrenal.

La “recta final”

Según la cosmovisión tradicional judía, el objetivo final de la creación del mundo es el logro de una realidad en donde cada ser se encuentre en perfecta sintonía con su esencia y propósito Divinos, cosa que llevará a una armonía a todo nivel, tanto personal como comunitaria, nacional e internacional. Como lo expresara el profeta Isaías: “Y convertirán sus espadas en arados, y sus lanzas en ganchos de poda; Una nación no levantará la espada contra otra y no aprenderán más la guerra”.5

Para lograr semejante realidad hacen falta dos cosas que se facilitan mutuamente: educación y comunicación. Cuanto más sofisticados y ubicuos son los medios de comunicación, tanto más proximidad hay al conocimiento. Internet ha abierto la posibilidad de acceso instantáneo a todos y en todas partes a prácticamente toda la sabiduría que está al alcance del hombre. Las noticias del mundo se difunden instantáneamente.

Hoy ya no es tan difícil imaginar cómo una sola persona podría afectar a toda la humanidad. Si bien hace no tanto la idea del Mashíaj —un ser humano que lleve a toda la humanidad hacia la paz y la armonía— parecía una fantasía o una cuestión de fe, hoy se ve como una posibilidad cada vez más real. Un diluvio de sabiduría tanto de índole terrenal (la tecnología) como de sabiduría Divina (el jasidismo) está preparando al mundo en ese sentido.

¿Y entonces?

Esta visión tiene una conclusión práctica: la toma de conciencia respecto de encontrarnos en medio de un proceso de desarrollo espiritual humano que nos acerca cada vez más a la realidad vaticinada en las profecías bíblicas milenarias nos sirve para fortificar nuestra fe en ellas. Asimismo, esto nos permite reorganizar nuestras prioridades de forma tal de tomar parte más activa en la aceleración de esta transformación histórica, empezando con una mayor educación personal sobre el tema.