En algún momento de la conversación telefónica, David me hacía saber por qué no podía continuar conversando: “Tengo que… (cualquier excusa)”. Siempre había algo que reclamaba su atención, dándole una oportunidad ideal para dar por terminada la enrevesada conversación que sosteníamos. Solíamos hablar de política, filosofía, y algún que otro acontecimiento de nuestras vidas. Eran conversaciones plácidas, nada desagradables, y de alguna manera incluso agradables, hasta que repentinamente surgía “algo” que le hacía dar por terminada la conversación.
Conocí a David en el programa de encuentros de Shabat para personas solteras, por allá en los años 80: “Anímate a encontrarte con personas religiosas jóvenes provenientes de todo Israel, en un entorno campestre y tranquilo”, así decía aquel anuncio de invitación. A mí me pareció fabuloso, así que decidí asistir cargada de mucha expectativa y algo de ansiedad.
En la mesa donde todos se sentaban a cenar, yo estaba justo frente a David. Él era muy inteligente, tenía buen aspecto y un humor inglés. Terminada la cena, continuamos charlando más de una hora. A pesar de provenir de lugares distantes (yo de Los Ángeles y él de Londres), teníamos muchas cosas en común. Yo vivía en Jerusalem y él en Ramat Gan, a una hora de viaje en auto.
Nos reencontramos en el almuerzo y en seudá shlishit (la tercera comida de shabat). El sábado en la noche, cuando todos ya se despedían, David se acercó a mí y, luego de hablar algunas palabras, me propuso intercambiar números telefónicos. Le entregué mi tarjeta personal y él escribió su número en un pequeño trozo de papel.
Transcurridas dos semanas, David me llamó. Me contó que había solicitado un libro sobre sueños a una librería de Jerusalem y que lo habían llamado para informarle que el libro había llegado y podía pasar a recogerlo, por lo cual me propuso encontrarnos en la librería misma.
Yo había leído algunos libros sobre “cómo atrapar a un chico” y estaba al tanto de que no podía mostrarme demasiado interesada la primera vez, ¡y menos para un compromiso el día siguiente! Pero no consideré que la invitación a la librería fuese una cita formal, no estaba llamando un viernes para salir el sábado a la noche. Además, sinceramente, tenía ganas de verlo, así que acepté la propuesta y quedamos en encontrarnos a las cinco y media de la tarde.
Comencé a hacer conjeturas de si debería comer antes de salir, ya que el encuentro era a las cinco y media y era muy temprano para que me invitara a cenar; por lo que tampoco era una cita para cenar, o tal vez ni si quiera era una cita… Y luego yo misma me contestaba: “No, él está verdaderamente interesado en verme, si no no hubiese llamado, ¿verdad? Y llamó… Eso significa algo. Al menos así lo pienso”.
Entonces, ¿como algo antes de salir o no? ¿Me visto bien o normal o bien elegante para una eventual cena? El modo de vestirse en Israel es casual, así que opte por ello, arreglándome solo un poco más, pero sin llegar a vestirme con un traje de noche. Por suerte… él vino en remera y pantalón de trabajo arrugado, el típico modo de vestir de un ingeniero en su trabajo.
Llegó puntualmente a las cinco y media. “¡Que gusto verte!”, dijo sonriente. Entonces me relajé. Él estaba contento de verme, y yo estaba contenta de verlo. David recogió su libro y examinó con detenimiento los títulos en inglés mientras charlábamos sobre nuestros autores favoritos y las novelas que ambos habíamos leído.
Entonces miró su reloj y dijo: “Tengo que tomar el bus casi dentro una hora, pero nos da tiempo a comer algo, ¿quieres acompañarme?”. Así que fuimos a un café al descubierto donde comí la más deliciosa pasta que jamás había probado. Charlamos sobre el libro que había pasado a recoger y el interés que él tenía sobre los sueños; yo, por mi parte, compartí algunas historias de sueños. Cuando trajeron la cuenta, yo le sugerí pagar a mitad, pero se rehusó argumentando que me había invitado.
Nos despedimos en la parada del bus. “Mantengamos el contacto”, dijo.
Un par de días más tarde recibí una llamada de David. Quería decirme algo acerca de un sueño que le había comentado (un sueño acerca de haber descubierto un cuarto oculto en mi propio apartamento y que me había causado sorpresa y agrado de descubrir un espacio extra con el cual no contaba) y sobre lo cual leyó en su nuevo libro y me dio un par de interpretaciones al respecto. También habló sobre un sueño recurrente de su niñez, de que era perseguido y se despertaba sobresaltado. Yo lo interpreté como algo fabuloso: me estaba hablando de de su niñez, y a las mujeres nos encantan ese tipo de cosas, pues interpretamos que la otra persona quiere un poco más de cercanía, ¿cierto?
La conversación transcurría divinamente hasta que de pronto él dijo: “Bueno, tengo que seguir, te dejo”. ¿Cómo? Justo cuando la conversación estaba en su punto más interesante… Tal vez precisamente por ello cortó el diálogo.
David siguió llamándome esporádicamente, y cuando tenía una buena excusa, yo también lo llamaba. Una vez me llamó para comentarme sobre un concierto que tendría lugar la semana siguiente en la Alberca del Sultán, un sitio de conciertos muy famoso en Jerusalem. Una filarmónica europea ejecutaría El mesías de Händel, con un despliegue tecnólogico de gran envergadura. Me preguntó si estaba interesada en asistir. ¡Por supuesto que estaba interesada! Esto era lo más cercano a una invitación para una cita que había obtenido de él. Una velada musical a la noche con un ambiente que se podría considerar romántico… me pareció grandioso.
El concierto estuvo maravilloso. David y yo quedamos boquiabiertos ante el despliegue en el escenario y el fantástico juego de luces. Nos sorprendimos al ver una fila de hombres con largas togas y antorchas en la mano haciendo su entrada al escenario. Sinceramente, fue una experiencia muy agradable.
Cuando concluyó el concierto, David tenía que correr a tomar su bus a Ramat Gan. Al día siguiente lo llamé para agradecerle la invitación y ambos estuvimos de acuerdo en realizar alguna otra actividad como esa.
Nunca lo hicimos. Nunca logré confrontar a David y preguntarle cual era nuestra situación real, si de verdad teníamos una relación, porque en realidad no lo habíamos formalizado en ninguna cita verdadera. No me sentí lo suficientemente cómoda como para preguntárselo, y hasta tenía temor de que si lo presionaba, él huiría y desaparecería.
Pero la verdad es que David nunca me dio una razón de peso para tener esperanzas de que nuestra relación pudiera madurar y tornarse más formal de lo que era: una simple relación de amistad casual. A pesar de que la relación entre nosotros se desarrollaba con bastante fluidez y teníamos muchos temas de los que hablar, caí finalmente en la cuenta de que cualquier sueño que hubiera tenido acerca de una relación entre David y yo era solo eso, un sueño. Mi anhelo era sostener una relación que me llevara al matrimonio, algo tan vívido como ese cuarto extra que veía en mis sueños. Me resultaba increíble que un hombre en sus treinta no tuviese la capacidad de transformar una relación de amistad en una relación de citas, sobre todo si estaba interesado, como yo creía que él lo estaba.
Las llamadas telefónicas continuaron, hasta que decidí suspender mi trabajo y regresar a la universidad en Estados Unidos durante un semestre.
Allí conocí a mi esposo, Yacov, y regresé comprometida a Israel. Lo conocí en la cena de shabat en casa de unos amigos de Nueva York, a pesar que yo me dirigía a California y él a Israel… Bueno, ustedes saben cómo se desarrollan este tipo de historias. Él si estaba verdaderamente interesado en una relación, y me lo hizo saber.
Y David, ¿pueden adivinar? Pues sí, sigue soltero, con casi 50 años de edad. Por cierto, debo que retirarme, pues tengo arreglarme para una cita con mi esposo.
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