Al contrario de la percepción popular, la profesión más vieja del mundo es la agricultura. La Torá nos dice que Cain, el hijo mayor de Adam y Javá, era un "labrador de la tierra".

Aún hoy, cuando únicamente un 4,2% de la población de los países desarrollados vive de la agricultura, uno de los pasatiempos más populares es la jardinería. El increíble poder de la tierra para cosechar una infinidad de plantas y vegetales continúa atrayendo al hombre moderno, aún cuando viva en un penthouse a cientos de metros del suelo. El instinto agrario está internalizado en la psiquis humana, y continúa controlándonos.

De acuerdo a la Torá, la tierra de Israel era ideal para cultivar siete especies: trigo, cebada, uvas (vino), higos, granadas, oliva (aceite), y dátiles (miel), y la sociedad bíblica que primero se estableció allí era principalmente agrícola (a años luz de distancia de la "nación emergente" que conocemos hoy).

Sin embargo, en una de las historias más dramáticas de la Torá, los 12 espías difamaron la Tierra Prometida, alegando, de manera extraña, que la tierra “consume a sus habitantes”. El jasidismo explica que los espías temieron abandonar la vida de ermitaños, espiritual y desértica –en la cual todas las necesidades físicas eran satisfechas milagrosamente por Di‑s, liberándolos de cualquier preocupación material– en favor de una dura vida agrícola en una tierra que algún día los “consumiría” con materialismo.

En última instancia, el ascetismo no cumple con el propósito para el que Di‑s diseñó al mundo; en vez de eso, el ideal divino está representado por el labrado de la tierra, por la realización de "tareas" cotidianas reales, al tiempo que se vive de acuerdo a los principios de la Torá.

Sin embargo, el peligro de la “tierra que consume a sus habitantes” –es decir, el peligro de ser completamente absorbidos por el materialismo– es una preocupación muy real, que requiere algún tipo de antídoto preventivo.

Es por esta razón que la Torá nos impone lo siguiente: “Seis años sembrarás la tierra, pero el séptimo año la tierra tendrá completo descanso, un reposo para Di‑s” (Levítico 25:2). Cada séptimo año deberíamos tomar un descanso de nuestras tierras, para enfocarnos en objetivos más nobles y espirituales. Este respiro recalibra nuestro equilibrio de manera tal que, al reingresar al vulgar mundo del materialismo, no perdamos de vista el objetivo esencial de nuestra vida.

La observancia de la shmitá, sin embargo, se ocupa únicamente del individuo. El ser humano es también una criatura social, que depende de una sociedad y de su ambiente. Es por eso que tiene igual importancia la fijación de prioridades sociales, con el objetivo de brindar apoyo a un medio ambiente que sustente esos objetivos.

Esto nos lleva a otro mandamiento que está directamente asociado con la observancia de la shmitá y con la festividad de Sucot. El anteúltimo mandamiento de la Torá (Deuteronomio 31:10) ordena: “Entonces Moisés les ordenó, diciendo: al fin de cada siete años, durante el tiempo del año de la remisión de deudas, en la fiesta de Sucot, reúne al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que está en tu ciudad, para que escuchen, aprendan y teman al señor tu Di‑s, y cuiden de observar todas las palabras de esta ley”. De hecho, la Torá le ordená a Israel, en su conjunto, que escuche la Torá y se fortalezca en ella.

Así describe el Rambam (Leyes de Hagiga 3) el evento, conocido como hakhel: todo el pueblo debía reunirse en el Templo de Jerusalem durante los días intermedios de la fiesta de Sucot, donde, al sonar las trompetas, el rey ascendería a una plataforma especial dentro del patio del Templo, para leer secciones del libro del Deuteronomio, seguido de una serie de bendiciones especiales.

Si bien la falta de un Templo no permite que completemos esta mitzvá de manera literal, su significado e intención son eternos, al igual que toda la Torá.

Debemos ser conscientes de la misión especial que Di‑s nos ha encomendado. El objetivo de esta misión no es habitar una porción de tierra y desarrollar una cultura enfocada únicamente en la subsistencia física, aún si somos muy exitosos. La Torá nos llama “pueblo bendito”, un pueblo enfocado en un objetivo más profundo, un pueblo al servicio directo de Di‑s.

Sucot, la fiesta de la reunión, es un festival de extrema alegría, y con este sentimiento de alegría y celebración nos reunimos como individuos y pueblo, para volver a dedicarnos al legado de 3000 años de nuestro pueblo: nuestra relación de alianza con Di‑s Todopoderoso.