Es la noche del viernes y me dirijo a la casa de mi rabino en el barrio Armon Hanatziv del este de Jerusalem.

Las calles están desiertas y tengo un nudo en el estómago. Los últimos ataques han dado cerca de casa, en un sentido literal y figurado.

Los últimos cuatro meses han estado llenos de las emociones y sentimientos que una puede esperar para una olá jadashá (inmigrante reciente a Israel): emoción, gratitud, felicidad, esperanza, expectativas, incertidumbre, ansiedad, cierta nostalgia, pero más que nada un profundo sentido de pertenencia y un incontenible cariño de parte de la gente y del país. Pero por primera vez, mientras camino por las calles vacías esta noche, siento miedo.

Suelo jactarme de mi casi total incapacidad de sentir temor (ya lo sé, no es muy inteligente de mi parte, ni seguro). La noche de Tishá Beav, cuando caminé una hora y media desde el Kotel (Muro de los Lamentos) hasta mi departamento, fue muy placentero y seguro, hasta donde tenía entendido.

Entonces, ¿qué es lo que me hace verificar tres veces con el guardia de la entrada a qué hora me dejará entrar, en lugar de esperar fuera un minuto o dos por mí misma?

Sea lo que sea, me está carcomiendo por dentro. Sigo revisando las sombras que se mueven a izquierda y derecha, tratando de evitar la acera, por si alguien se me viniera encima, pero también lejos de la calle, por si a un conductor asesino se le diera por acelerar al verme. Mientras intento mantener la calma, en mi mente aparece un nigún (una melodía jasídica) y comienzo a cantarla:

אמר ה' ליעקב אל תירא עבדי יעקב

Dijo Di-s a Iaakov: “No temas, mi siervo Iaakov”

Y de pronto, pero con firmeza, las palabras me calman y prosigo:

אמר ה' ליעקב

יא טאטע יא, יא פאטער יא

אל תירא עבדי יעקב

ניין טאטע ניין, ניין פאטער ניין

מיר האבן דאך פאר קיינעם קיין מורא נישט, נאר פאר דיר אליין


Dijo Di-s a Iaakov

Sí, padre, sí.

"No temas, mi siervo Iaakov".

No, padre, no.

No tenemos nada que temer, excepto a ti.

Las calles desiertas me favorecen en este punto, ya que no hay nadie que me haga sentir vergüenza por desafinar, y recupero la sensación de seguridad que me ha abandonado un breve instante.

La llaman la “Intifada de los cuchillos”, según oí. Y no me malinterpreten, el peligro es real. He ido a presentar mis respetos a la familia de Aharon Benita, el hombre de 22 años asesinado a puñaladas la semana pasada en la ciudad vieja, y el dolor también es real. El ataque en el autobús en Armon Hanatziv en el que dos hombres fueron asesinados sucedió a minutos de donde vivo y estudio, en un bus de la línea que tomo todos los días hacia la ciudad y desde ella, y me ha impactado en lo más profundo.

Desde luego, debemos estar alertas y emplear todos nuestros recursos (ya sean un rodillo de cocina, un selfie stick o un paraguas). Y gracias a Di-s por nuestros excelentes y desinteresados soldados y policías, así como también por quienes confrontan de primera mano día tras día situaciones de las que otros escaparían corriendo. Di-s bendiga a cada uno de ellos.

Pero, ¿quién es el enemigo? ¿Los árabes israelíes civiles que viven entre nosotros, nuestros vecinos, la persona que se sienta a mi lado en el autobús, un niño de 13 años que anda por la calle? ¿Y cuáles podrían llegar a ser las “duras medidas” que el gobierno amenaza con tomar contra los potenciales terroristas (a quienes, para empezar, no les importa morir)? No hay un ejército al que contraatacar, ni una organización que asuma la responsabilidad o sufra las consecuencias, ni ninguna clase de enemigo identificable.

Alguien me enseñó una vez: “Cuando parece que no hay solución, es porque el problema ya está resuelto”. Una vez que hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance y no queda nada por hacer, lo demás corresponde a Di-s.

Cuando parece no haber una solución lógica, política o militar, solo hay una salida: entregarse a Di-s todopoderoso, rezar, creer y confiar en él. Qué afortunados somos por tener un di-s que hace andar este mundo, un di-s que nos cuida y protege, y oye nuestras plegarias. Qué desesperados, aterrados y desesperanzados nos sentiríamos si estuviéramos solos en esta lucha contra la violencia total y sin sentido, si no confiáramos en él.

De modo que tal vez haya perdido de vista esa confianza la noche del viernes cuando tuve miedo. Y tal vez recuperé esa fe y esa confianza al recordar el nigún. Y tal vez, solo tal vez, la forma de aplacar las amenazas del enemigo que vive entre nosotros es aplacar a los enemigos que llevamos dentro, a los que llamamos con los nombres de la duda y el miedo.

Mantengamos la frente en alto con orgullo y fe en Di-s

וראו כל עמי הארץ כי שם ה נקרא עליך ויראו ממך

Y todos los pueblos de la Tierra verán que el nombre de Di-s es invocado sobre ti y te temerán.