Era un día de verano como cualquier otro en Midwood, Brooklyn. Andaba caminando, aquél día caluroso, cuando vi a unos niños con kipot corriendo hacia el cordón de la vereda mientras perseguían una pelota que se dirigía a la calle. Siendo la buena vecina que soy, crucé y recogí la pelota, para arrojársela a los niños con una sonrisa, y los felicité por no bajar a la calle por su cuenta. Fue cuando comencé a alejarme caminando que un joven me deseó un "feliz shabat". Estaba impactada.

Miré a mi alrededor para ver si había más judíos cerca. ¿A quién le hablaba? Quizá le hablaba a una mujer que estaba más adelante, pensé, pero estaba tan lejos que no habría podido escucharnos. De cualquier manera, desestimé el asunto, dándole el carácter de una curiosa coincidencia.

Unas semanas más tarde, estaba caminando cerca de mi departamento cuando vi a una pareja con aspecto de pertenecer a Jabad. No me sorprendí demasiado, dado que hay un centro de Jabad a unos metros de mi edificio. Cuando nos cruzamos caminando, la mujer, con su pañuelo en la cabeza y su atuendo elegante de shabat, sonrió, me miró a los ojos y me deseó un "buen shabat". Sonreí, y apenas pude devolverle el saludo. ¿Acaso estaban todos jugándome una broma?

De nuevo, miré a mi alrededor. No había ni una persona a la vista. "Bueno", pensé, "¡quizá sí me hablaba a mí!"

¿Cuál era el problema? ¿Por qué me había sorprendido? Los judíos se desean un buen shabat los unos a los otros desde hace mucho tiempo, en comunidades de todo el mundo.

Para mí, sin embargo, era algo sorprendente. En ambas instancias tenía puesto un par de pantalones, llevaba una cartera en la mano y escuchaba música de mi teléfono, lo que no daba señal alguna que fuera judía. Sin embargo, en un día tan especial, me saludaban como a cualquier otra judía. En ambos casos, aunque al principio quedé boquiabierta, mis labios terminaron formando una gran sonrisa. Sentí que mi ser interior brillaba ante el mundo, y era tan obvio que, a los ojos de los demás, era tan solo otra transeúnte, a pesar de mi apariencia externa.

Cada vez que me deseaban un buen shabat, sentía que me observaban. El impacto de esas dos palabras era tremendo. Estaba siendo escoltada hacia el shabat como miembro de mi comunidad, aunque me viera y actuara de manera distinta. El sentimiento que se generó fue de amor y aceptación incondicional.

Continué reflexionando: Debe haber algo mío que parezca judío. ¿Será mi cara? ¿Mis gestos? ¿Cómo supieron, en ambos casos, que era judía? Al día de hoy, realmente no tengo una respuesta. Pero, de ahora en más, comenzaré a desear un "buen shabat" a más gente. En el peor de los casos, la persona a quien le hable no tendrá idea de lo que estoy diciendo. En el mejor de los casos, llegaré al corazón de otro judío, tal y como hicieron conmigo.