Ayer en el Parlamento Europeo se reunieron representantes de comunidades religiosas y grupos filosóficos para tratar el problema de la radicalización religiosa que está sufriendo la juventud europea. Más allá de las opiniones e ideas expresadas, lo que realmente se vivió fue un ambiente de solidaridad, todos unidos contra el extremismo.
Pero en las calles de Europa se vive una realidad muy diferente. La mirada de la gente cambió.
Hay una notable disminución de la cantidad de gente en lugares públicos. Muchos dicen tener miedo o pensar dos veces antes de salir a la calle, y si salen están alerta en todo momento.
Estos últimos días tuve la oportunidad de conversar sobre esta problemática con gente de diversa religión y convicción, y se escuchan voces muy preocupadas.
La gente que promueve la laicidad dice que hoy más que nunca hay que retirar toda actividad o signos religiosos del espacio público. Otros señalan que el modelo europeo de integración es obsoleto e ineficaz, sugiriendo un cambio hacia el de Norteamérica, donde se permite el uso de diferentes atuendos religiosos aun a funcionarios oficiales y se infunde neutralidad en cuestiones públicas mas allá de las diferencias culturales.
Algunos representantes de la comunidad musulmana marcan la falta de inclusión social y la pobreza como elementos decisivos que estimulan a los jóvenes que se sientes marginados a escuchar las voces de los islamistas extremistas, quienes los reclutan hábilmente.
Otras voces de la comunidad musulmana dicen que el problema está en las "ideas religiosas", acusando a las interpretaciones salafista y yihadista del islam como su causa principal, ya que muchos de los jóvenes belgas que se unieron a las filas de movimientos terroristas eran jóvenes exitosos con educación universitaria, no eran marginados. Ellos llaman a un cambio dentro de su comunidad y a luchar contra esa ideología.
Personalmente, durante estos días me he permitido tomarme el tiempo de observar, escuchar y analizar.
Lo que veo es una sociedad con mucho riesgo de fragmentarse más aún.
En los tiempos de las guerras convencionales, el país se unía frente a una amenaza común. Claro, el enemigo estaba ahí, se lo podía señalar. Tanto era así que los políticos aprovechaban esas oportunidades para realizar actos patrióticos de unión nacional.
Pero frente al terrorismo, un terrorismo con pasaporte europeo, nacido en el ceno de esas mismas tierras, lo que se produce es una separación en el interior de la sociedad.
Al enfrentarse y acusarse los unos a los otros, lo único que se logra es dar más éxito a los actos de barbarie. Lo que quiere lograr el terrorismo es el miedo y el desorden en la sociedad. Actuar con ese miedo y causar más segregación es un regalo a estos enemigos de la humanidad.
Hoy más que nunca hay que celebrar nuestros bien ganados valores de libertad y respeto a la vida.
La religión, sanamente ejercida, le puede brindar a la persona un equilibrio espiritual ayudándolo a estar cómodo dentro de sí, a tener una misión de vida y una visión pacífica de la humanidad.
Si nuestras visiones del mundo o percepciones de la espiritualidad no son idénticas, eso no tiene que ser un problema. Un mundo de opiniones diversas puede llegar a ser algo magnífico si se sabe escuchar y compartir.
Uno de los primeros conceptos que la Torá nos ensena es que aun si nuestra cara o piel, religión o pensamiento es diferente al del otro, todos fuimos creados en la imagen divina. Todos los seres humanos pertenecemos a la misma familia.
En lugar de pararnos frente a frente para debatir, tendríamos que estar lado a lado protegiendo nuestros valores comunes, apoyarnos los unos a los otros. Esa es la mejor manera de hacer la guerra a las ideas de odio y barbarie.
Esto, lo que hoy se ve en el mundo, es una lucha de ideas, y no tiene lugar solamente en Europa. La ganarán los que expongan mejor las suyas.
Nuestras voces, las voces de unidad, educación y respeto, de libertad con responsabilidad y tolerancia, tienen que ser gritadas para que lleguen a los extremos más lejanos de nuestra conciencia como seres humanos. Solo de esta manera la oscuridad se desvanecerá frente a la luz.
Esta es la batalla que determinara qué clase de mundo dejaremos a nuestros hijos, y todos nosotros somos responsables, no solo los gobiernos. El mundo está en nuestras manos hoy y acá. Hagamos que algún día nuestros hijos y nietos estén orgullosos del legado que les hemos dejado.
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