En los años sesenta y setenta, aquellos que trabajaban en el programa de la NASA se preparaban para lanzar el primer cohete que aterrizaría en el planeta Marte. En 1976 hicimos aterrizar dos objetos hechos por el hombre en Marte: los Vikings I y II. La humanidad nunca antes había llegado tan lejos en el espacio en toda su historia. Yo era uno de los principales investigadores en el programa Viking y había diseñado dos grandes proyectos de investigación.
Los tiempos de estos programas fueron únicos: éramos microbiólogos y se nos pidió que tuviéramos nuestros proyectos diseñados y listos seis o siete años antes del lanzamiento. Los ingenieros necesitaban un tiempo prudencial para el diseño de la nave espacial que lo transportaría todo, por lo que varios años antes del lanzamiento ya habíamos terminado esencialmente nuestro trabajo. Pero dado que la NASA todavía nos pagaba, se sintieron obligados a encontrarnos algo útil para hacer.
Uno de los directores del programa convocó a una reunión para los treinta y tantos que estábamos involucrados. Empezó a hablar sobre los verdaderos desafíos de los vuelos espaciales y predijo que, después de que explorásemos nuestro propio sistema solar, nos moveríamos hacia el espacio interestelar: iríamos a las estrellas. Este era el tema que íbamos a explorar.
La estrella más cercana es Alfa Centauri. Está a 4,1 años luz de la Tierra, lo que significa que un rayo de luz que viajara a una velocidad de 300 000 kilómetros por segundo tardaría 4,1 años en llegar a Alfa Centauri.
No hace falta decir que estábamos muy lejos de alcanzar esa velocidad de viaje. Hice los cálculos e incluso si lográbamos construir un cohete que viajara 100 veces más rápido que todo lo que se había diseñado hasta entonces, de todos modos nos llevaría 830 años llegar hasta allí y, por supuesto, otros 830 para volver a casa.
Como alguien dijo entonces: "No más descansos, ¡mejor empecemos a trabajar!".
Claramente, mandar un astronauta no iba a funcionar; nadie podría vivir tanto tiempo. Hay películas que muestran un tipo de animación suspendida, en la que ponen a los humanos en una especie de sueño profundo en el que no envejecen, pero lo cierto es que no sabemos mucho sobre eso. Lo que sí sabemos es que los humanos vivimos 60-80 años y luego morimos.
La única solución real era poner a hombres y mujeres juntos en una nave espacial, y luego sugerirles que siguieran el primer mandamiento: sean fecundos y multiplíquense. Tendrían hijos, que se casarían con otros, una y otra y otra vez, durante muchas generaciones.
Pero no hace falta ser un genio para ver que este plan presenta problemas tanto sociológicos como de ingeniería. ¿Cómo podrían sobrevivir sucesivas generaciones durante los 830 años de ida y los 830 años de vuelta?
Un problema obvio es el de la comida: ¿qué comerían? Recordemos que no hay nada allí afuera. Absolutamente todo lo necesario para vivir debería ser llevado por ellos o, sino, cultivado. No hay recursos en el espacio. Nada.
Este problema ocupó mucho tiempo de la NASA. Una posible solución era el uso extensivo de algas. Hay luz solar en la mayor parte del espacio exterior, por lo que las algas podrían producirse a partir del sudor y la orina recolectadas de las personas. Pero a la gente no le gusta comer algas. Los científicos rusos tuvieron la idea de alimentar con algas a pollos que luego podrían ser comidos por los humanos. Pero estaba el problema de las plumas. Las plumas no se pueden reciclar, ¿qué se podía hacer con ellas?
Por supuesto que no tardaron mucho en darse cuenta de que los problemas de los viajes espaciales eran casi los mismos que los problemas en el planeta Tierra: alimentar a una creciente población mundial, suministrar agua limpia, resolver el problema de los desechos. Este proyecto de la NASA tenía muchas aplicaciones útiles.
Los residuos eran un gran problema. ¿Qué hacer? ¿Tirarlos afuera, como se hace con los contenedores de combustible consumido? Una de las teorías de Newton es que si se tira algo afuera de una cápsula que viaja a esa velocidad, eso viajará junto a la cápsula. No podemos deshacernos de nada, pero tampoco podemos permitirnos el lujo de desperdiciar nada, sea lo que sea.
Abundan otros problemas: si un grupo de personas está confinado durante 830 años, ¿cómo hacer para que se lleven bien? La historia de la humanidad dice que nunca ha habido un período de 40 años sin que un grupo de personas decida eliminar a otro. En la historia judía, 40 años de paz es, de hecho, un tiempo muy largo.
El ocio era otro inconveniente: ¿qué harían las personas? Una vez que la nave espacial estuviera en camino, sólo se requerirían unos pocos minutos para manejarla. ¿Qué harían luego con todo ese tiempo libre? A menos que pudiéramos diseñar proyectos para ocupar el tiempo, sin dudas surgirían problemas.
A medida que avanzaba nuestro seminario, discutíamos todas estas cuestiones. Luego apareció otro tema que me fascinó: ¿cómo les enseñarían los adultos a sus hijos acerca de sí mismos y de su misión?
Pensemos en lo siguiente: durante 830 años, todo lo que tienen es el manual de instrucciones con el que comenzaron. Pero sabemos bien cómo nos sentimos con respecto a las instrucciones viejas: si el manual de un aparato estuviera escrito en el castellano de Cervantes, lo ignoraríamos. ¡A la basura! Demasiado viejo para ser práctico. Lo mismo pasa con los mapas: no nos guiamos con mapas antiguos, ¡los corregimos!
Sin embargo, he ahí la nave espacial llena de gente. Si tiraran a la basura el antiguo manual de instrucciones, ¿qué pasaría? Si empezaran a toquetear las cosas, a jugar con los mapas y el sistema de navegación, una cosa es segura: se perderían. Y entonces ¿cómo aterrizarían? ¿Cómo volverían? ¿Volverían?
En la reunión en la NASA, un profesor hizo una sugerencia interesante. "Hay muy pocos precedentes de este tipo de situación", dijo. "¿Cómo transmite una sociedad su misión y sus creencias a las siguientes generaciones? Creo que deberíamos estudiar el sistema judío. Hasta donde yo sé, son el único grupo de personas que, desde hace miles de años, lograron transmitir sus tradiciones intactas a cada nueva generación. Deberíamos estudiar a los judíos y ver cómo lo hicieron".
Eso fue lo suficientemente interesante como para que mi cabeza se pusiera a trabajar, mucho después de terminada la sesión. Llegué a algunas consideraciones adicionales.
Como judíos, de hecho tenemos un debate continuo. Cada día, donde sea que haya judíos, todavía discuten y debaten qué fue exactamente lo que Moshé escuchó de Di-s, y cómo se aplica eso a los problemas que enfrentamos aquí y ahora.
Desde hace varios miles de años, el concepto que tenemos de nuestra misión se ha mantenido real; no es hipotético. No se puede estudiar el Talmud sin adquirir el sentido de la continuidad. Puedo mirar y ver lo que se ha añadido. Puede que sepa que esto vino —o no— del Sinai, pero el mensaje que recibimos en el Sinai permanece puro. Hoy es tan claro y tan preciso como lo fue cuando se entregó la Torá. Las personas que están guiando el destino del judaísmo saben exactamente lo que están haciendo: están transmitiéndolo con éxito a sus hijos.
Pero la verdad es que hay un problema mucho más grande en el viaje especial multigeneracional que tan sólo retener el sentido de la misión: el verdadero problema es que después de las primeras dos horas, después de que la nave se aleje de la fuerza gravitacional de la Tierra, a partir de ese momento, todos, y para todas las generaciones, vivirán en un ambiente sin peso. Que no se malinterprete: me encanta la falta de gravedad, saltar de un lugar a otro, dejar caer cosas que no caen. Es genial.
El punto es que, durante 830 años, todos vivirán en un mundo sin gravedad. La memoria de la gravedad será tan distante que se convertirá en una leyenda, algo que existía muy lejos en el pasado. Pero asignar el concepto de la gravedad al viejo cubo de las leyendas —junto con los duendes, los ángeles y las serpientes parlantes— significa que cuando tengan que lidiar de nuevo con la gravedad, cuando 830 años después vuelvan a la atracción gravitatoria de Alfa Centauri, no tendrán la menor idea de qué es la gravedad o cómo funciona.
Ni siquiera es algo tan básico como encontrar la manera de aterrizar la nave. Es más fundamental: en un ambiente sin gravedad, no hay arriba o abajo, delante o detrás. No hay dirección. Así que, ¿cómo sabrían orientar la nave espacial cuando intenten aterrizar? Y si arrancaron esa parte del manual de instrucciones de hace 800 años, tienen un problema. Incluso si guardan el manual, tienen que aprender —desde cero— qué es la gravedad.
¿Cómo se puede enseñar el concepto de la gravedad? Es diferente a transmitir una simple misión. Es mucho más difícil: hay que transmitir un concepto que no es real, algo que ninguno de los presentes ha experimentado nunca. El concepto de realidad de las personas que vivieron en la nave espacial durante 830 años no es el modelo con el que podrán seguir viviendo una vez que aterricen.
Así que pensé en ello. Si fuera uno de los investigadores principales de la misión, lo haría de esta manera: elegiría a un hombre del grupo, un hombre digno de confianza, tal vez alguien que sea un poco ingenuo, pero alguien en quien se pueda confiar.
Entonces le diría: "¿Abe? " —y sí, lo llamaría Abe— y le diría: "¿Abe? Además de todas esas otras cosas que te preocupan —de dónde vendrá la comida, cómo deshacernos de los residuos, cómo evitar que estallen las guerras—, hay algo más que debes considerar: tienes que aprender dónde queda arriba”.
Le diría: “Abe, aprende dónde queda arriba y dónde abajo; aprende la diferencia entre lo transitorio y lo permanente; aprende a distinguir entre lo efímero y lo real. Y, Abe, tienes que enseñárselo a tus hijos, y hacer que ellos se lo enseñen a sus hijos, y ellos a los suyos, etc. Porque si se saltea aunque sea una generación todos estarán perdidos, todo desaparecerá. A la gente no le gustará el mensaje; van a burlarse de ti, te van a golpear, a disparar, a gasear. Pero debes hacerlo o toda la misión será un desperdicio".
Cuando se lo piensa, que estés leyendo este ensayo es una buena evidencia de que cuando alguien intentó llevar a cabo este experimento, debió funcionar. No a la perfección, por supuesto, pero bastante bien.
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