En mi familia somos madrugadores: a las 5 a.m., mi marido y yo estamos levantados y, por lo general, uno o dos de nuestros hijos están haciéndonos compañía. Hace unos viernes no era distinto, ya que a las 5:15 a.m. ya estaba amasando mi jalá. Fui al baño y automáticamente tomé mis anteojos del estante para ponérmelos. ¡Estaban tan empañados! Procedí a limpiarlos y me los puse de nuevo. Seguían empañados; ¡ni siquiera podía ver a través de ellos! Mi marido me miraba.

"Dame tus anteojos, ¡no sabes cómo limpiarlos!”, me dijo —él tiene más de 30 años de experiencia en el uso de anteojos. Los tomó y los limpió.
Me los puse de nuevo: “¡Siguen estando empañados! Ni siquiera puedo ver”.

“Tal vez cambió tu prescripción”, dijo mi marido.

“¿En 24 horas? ¡Imposible!”

Intenté limpiarlos una vez más y luego me di por vencida. “¡No puedo con esto! ¡Se ve tan borroso…! Me está dando dolor de cabeza". Y puse los anteojos a un lado.

Avancemos hasta las 11 a.m., casi seis horas más tarde.

Miré el reloj para saber qué hora era y me di cuenta: “Wow, realmente puedo ver los números con claridad”. Y de repente me acordé: estaba usando mis lentes de contacto. Nunca había hecho eso antes, pero debo haber olvidado quitármelos la noche anterior cuando me fui a dormir. Recordé mi pequeño episodio matutino de limpieza de los anteojos y me reí a carcajadas, hasta las lágrimas. No era de extrañar que los anteojos estuvieran borrosos, me los había puesto sobre los lentes de contacto.

¿Qué aprendí de este episodio? A veces, tratar de ver con demasiada claridad puede, de hecho, enceguecernos.

Trabajo como reflexóloga y masajista terapéutica con mujeres en todas las etapas de la vida. El otro día atendí a una mujer que estaba realizando tratamientos de fertilidad. Se la veía muy estresada, exhausta, agotada física y emocionalmente. Mientras yo intentaba poner todo el amor que podía en mis masajes, me contó que su médico sólo llevaría adelante el tratamiento de fecundación in vitro que había comenzado si el revestimiento interno de su útero era de al menos cinco milímetros. Ella sentía que todo su mundo dependía de la medida de su revestimiento uterino.

La miré y vi el dolor en sus ojos, y le dije lo que voy a decir aquí: no hay límite en lo que Di-s puede hacer. Las únicas limitaciones son las que nosotros creamos (al no creer realmente). Di-s creó el mundo de tal manera que cuando uno cree en algo, se le da poder. Como enseñan los sabios: "Las lluvias sólo llegaron gracias a los maestros de la fe [los que creen]".1 Los comentaristas explican que los maestros de la fe son los que creen en Di-s y plantan sus semillas (con la fe puesta en que Di-s enviará las lluvias). Cuando creemos en Di-s, que es infinito y puede hacer cualquier cosa, traemos hacia nosotros el poder de arriba.

Si una persona piensa que con toda la tecnología moderna el hombre tiene más control y sabe más, está equivocada. Es como los anteojos y las lentes de contacto: demasiadas lentes difuminan la visión y limitan nuestra capacidad de ver, ya que nos distancian de creer en verdad que Di-s puede hacer que cualquier cosa suceda.

Después de ir al baño, se recita una bendición muy poderosa. Esta bendición, que consta de 45 palabras que se corresponden con el valor numérico de la palabra adam ("hombre", como en “humanidad”), dice:

Bendito eres tú, oh Di-s, nuestro Señor, Rey del Universo, que has creado al hombre con sabiduría y lo dotaste de muchos orificios (cavidades). Se ha revelado y se sabe ante tu trono de gloria que si uno de esos orificios se cerrara o se abriera, sería imposible existir y estar parado delante de ti, ni siquiera por un momento. Bendito seas, oh Di-s, que curas todo cuerpo y actúas milagrosamente.

Lo primero que se me ocurre cuando digo que esta bendición son las palabras "has creado al hombre con sabiduría". Cuando una persona comienza a contemplar la impresionante sabiduría involucrada en todos los procesos del cuerpo —ya sean, por ejemplo, la digestión y la excreción, o la concepción y el embarazo— uno se vuelve completamente humilde. Hay tanta sabiduría de Di-s en el cuerpo que nosotros, humildes espíritus, no entendemos.

Luego viene "Se ha revelado y se sabe ante tu trono de gloria". Es "obvio y conocido" para ti, Di-s; tú puedes verlo y saberlo todo. Yo, incluso con toda la tecnología moderna, no puedo verlo o saberlo todo. Di-s elige lo que quiere que vea y lo que desea que permanezca oculto.

Al finalizar, termino la bendición con "que curas todo cuerpo y actúas milagrosamente", y aquí está la clave, porque por más de que crea que sé, por más de que considere que tengo el control, por más de que piense que puedo hacer, Di-s, en última instancia, es el único que cura todo cuerpo y actúa milagrosamente.

En este mundo se nos dan herramientas, muchas herramientas. Tenemos medicamentos y máquinas, dietas y terapias. Se nos dan todas estas herramientas para ayudarnos, como los anteojos para una mala visión. Estas mismas herramientas también pueden hacernos daño y limitarnos cuando nos alejan de creer en Di-s.

Cuando una persona dice: "Esta tecnología me dice todo lo que hay que saber acerca de cómo funciona el cuerpo, y puedo, por lo tanto, manipular la totalidad de su funcionamiento", lo que en realidad está haciendo es limitar la capacidad del cuerpo para sanar: la capacidad de Di-s para curar y hacer milagros. Creer que podemos ver y controlar todo nos hará perder de vista que, en última instancia, Di-s es el Sanador. Él lo ve todo y lo sabe todo, y quiere que nos volvamos hacia él, que creamos en él, para plantar las semillas a la espera de las lluvias y las bendiciones por venir.