Pregunta:

Leí en su sitio sobre los 24.000 discípulos de Rabí Akiva que, debido a la falta de respeto con la que se trataban, murieron entre las festividades de Pésaj y Shavuot. Leí también que es por ese motivo que hay leyes de luto especiales durante ese período, como la prohibición de cortarse el cabello o de celebrar bodas. Pero hay una cosa que no comprendo. Sí, 24.000 discípulos muertos es sin duda una tragedia, pero por desgracia los judíos hemos sufrido tragedias mucho más grandes a lo largo de nuestra historia, y no tenemos períodos de luto exclusivos para muchas de ellas. Entonces, ¿por qué nos importa tanto esta tragedia en particular?

Respuesta

Por desgracia, tienes razón. Hemos sufrido demasiadas tragedias en nuestra larga y complicada historia. Algunas de ellas incluso ocurrieron durante el mismo período de luto que comienza con Pésaj y termina con Shavuot.

Antes de ir al quid de esta cuestión, vale la pena resaltar algunos de los motivos adicionales del período de luto del Omer, quizás sólo para reforzar la pregunta.

  • Según una opinión de la Mishná, el juicio de los malvados en Gueinom (en general traducido como “infierno”) también tiene lugar entre Pésaj y Shavuot.1
  • Es un momento de severidad y juicio en relación con la cosecha (razón por la cual la ofrenda del Omer se trae en ese momento).2
  • Desde la Primera Cruzada hasta las pogroms y libelos de sangre, el período entre Pésaj y Shavuot fue especialmente brutal para los judíos: comunidades enteras, de decenas de miles de judíos, fueron asesinadas.3
  • Los místicos enseñan que esos son días de juicio y severidad.4

Sin embargo, ninguno de estos argumentos constituye la razón clásica de este período de luto, lo que nos lleva de nuevo a tu pregunta: ¿Qué tiene de especial la muerte de esos 24.000 discípulos?

La tradición, casi aniquilada

La respuesta puede encontrarse mediante la examinación de una frase clave del relato del Talmud acerca de la muerte de los discípulos de Rabí Akiva:

Se decía que Rabí Akiva tenía 12.000 pares de discípulos, desde Gabata hasta Antipatris; todos ellos murieron al mismo tiempo, porque no se trataban con respeto. El mundo quedó desolado (de la Torá) hasta que Rabí Akiva fue a nuestros rabinos del sur y les enseñó la Torá. Ellos eran Rabí Meir, Rabí Ieuda, Rabí Iosi, Rabí Shimón y Rabí Elazar ben Shamua, y fueron quienes revivieron entonces la Torá. Un tana explicó: todos ellos murieron entre Pésaj y Shauvot. Rabí Jama bar Abba, o según algunos Rabí Jiya bar Avin, dijo: todos ellos murieron de manera cruel. ¿De qué manera? Rabí Najman respondió: laringitis.5

Rabí Akiva era un maestro erudito, y un eslabón clave en la tradición oral inaugurada por Moshé: tanto es así que el Talmud dice que siempre que encontremos una afirmación anónima en la Mishná, en la Tosefta, en la Sifra o en el Sifri, es de uno de los (nuevos) discípulos de Rabí Akiva que relata una enseñanza que él le transmitió.6

Rabí Akiva (c. 20–c. 137 EC) vivió la destrucción del segundo Templo Sagrado, y sus discípulos murieron tiempo después. Cuando la destrucción y el subsiguiente exilio golpeaba con dureza al pueblo judío, siempre estaba la Torá, que nos mantenía fuertes y nos daba la energía vital necesaria para sobrevivir como nación al largo y amargo exilio. Y de todas formas, por la falta de respeto que se tenían los discípulos de Rabí Akiva, el mundo quedó infértil y despojado casi por completo de este elemento clave para nuestra supervivencia como nación.

Es por esto que aún lloramos su muerte. No tiene que ver con la cantidad de gente muerte. Después de todo, como tú mismo señalaste, si bien todo muerto es una tragedia, por desgracia este está lejos de ser un único incidente. Es más bien el golpe a nuestra esencia misma y a nuestra vitalidad como pueblo lo que lamentamos.

Sin embargo, de la tragedia nace la esperanza. Luego de este incidente, no sólo Rabí Akiva no dejó de enseñar la Torá, sino que además algunos de nuestros más grandes rabinos, entre ellos Rabí Shimón bar Iojai y Rabí Meir, se encuentran entre sus nuevos discípulos, asegurando así la continuidad de nuestras tradiciones de la Torá.