Cuando era chico, en el shul (la sinagoga), había un señor mayor que solía sentarse siempre al final de la fila y mascullar para sí. Nunca estaba satisfecho. El aire acondicionado no estaba a la temperatura correcta, el minián (cuórum de diez personas) llegaba tarde, el jazán (el oficiante) tardaba demasiado, y el rabino hablaba demasiado lento. No era el hombre más simpático del mundo para interactuar, pero al menos venía al shul.
Una semana, mientras sacaban el séfer Torá del arca, lo escuché diciendo para sí: “¿Por qué ese tipo Kohen siempre se lleva la primera aliá?”.
Cierto, ¿por qué?¿Y por qué su primo, Levi, tiene el segundo puesto? No parece algo democrático; ¿por qué venir de una familia de konahim (sacerdotes) o leviim (levitas) debería hacerlo a uno digno de un honor extra? Deberíamos hacerlos esperar su turno al final de la fila como el resto de nosotros, los plebeyos. ¿Qué hicieron ellos para merecer un lugar en los asientos de adelante del autobús?
En los días del Templo, la casta sacerdotal era seleccionada de entre sus hermanos para servir a Hashem y traer bendición al pueblo. Los leviim cantaban durante el servicio y los kohanim ofrecían sacrificios. Beneficiarios de regalos y diezmos de sus camaradas judíos, se pasaban la vida enseñando la Torá a la comunidad y sirviendo a Di-s en nuestro nombre.
Hoy en día, ellos hacen menos y reciben menos a cambio. La pequeña medida de honor que se les paga es más una referencia histórica a su herencia ancestral que un reflejo de su fama personal. Los kohanim toman la primera aliá en cada lectura de la Torá y las cinco monedas de plata de un pidión habén (redención de un hijo). Bendicen a la congregación del shul en las festividades, y en ocasiones reciben otras sutiles marcas de respeto. Los leviim se llevan la segunda aliá y no mucho más.
Sin embargo, ser un Levi o un Kohen no se trata en realidad de recibir esas marcas públicas de respeto. El éxito en la vida tiene que ver con dar, no con recibir. La verdadera medida de la distinción de las familias sacerdotales residía en su rol de seguidores de las maneras de Di-s y en enseñar a los demás sobre el judaísmo.
Pero no hace falta haber nacido en una familia de sacerdotes para vivir como uno.
El Rambam enseña:
No sólo la tribu de Levi, sino también cualquiera de los habitantes del mundo con un espíritu que lo motive, y que entienda con su sabiduría que debe apartarse y ponerse delante de Di-s para servirle y asistirle y conocer a Di-s [...] es santificado como santo entre los santos. Di-s será su parte y su herencia por siempre y le brindará lo que sea para él suficiente, como se lo brinda a los sacerdotes y a los levitas 1 .
Cuán maravilloso. Cuán igualitario. Todos podemos ser sacerdotes. Todos podemos alcanzar la santidad. Es posible que nunca se nos elija para la distinción menor de la primera aliá, pero tenemos la oportunidad infinita de alcanzar la grandeza en nuestro servicio a Di-s y a toda la comunidad.
No pongas el foco en una nimiedad como la distinción de clases; en cambio, observa tu relación con tu Creador. Di-s tiene un sistema: te guía hacia tu destino y te aplaude por tus esfuerzos.
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