La otra noche me di cuenta y finalmente entendí: hay una diferencia entre el dolor y la angustia. ¿Qué ocurrió? Me desperté con un dolor agudo en los muslos. Los músculos en la cara interior de mis piernas se congelaron en espasmos dolorosos y el dolor irradiaba hacia los pies y las caderas. Me sentí paralizada. No podía moverme. Respiré hondo y traté de masajearme para calmar el dolor. Aunque podía sentir que mi cuerpo se tensionaba, me forcé a relajar los hombros y la mandíbula, y a aflojar las manos.
“Hay que respirar”, me dije. “Duele, pero al frotar y respirar el dolor se irá. Es por una buena razón. Es porque estás acercándote al final del embarazo y el dolor desaparecerá”. Me recordé el hecho maravilloso de que estaba llevando a un niño dentro de mí, y eso alivió el dolor. Dolía mucho, pero no era sufrimiento. No estaba angustiada, por llamarlo así, por mi dolor. Tenía en claro que había un motivo y que con la ayuda de Di-s podía y lograría atravesar este momento.
¡Qué contraste con un año y medio atrás! Entonces también me desperté en medio de la noche, con el cuerpo sacudido de dolor. También tenía espasmos pero por un aborto espontáneo. Los intensos dolores se extendían hacia mis muslos y el vientre. Me sentía muy débil. No podía soportar el dolor, porque para mí no era solamente que que estaba dolorida; me sentía sola y profundamente preocupada. Estaba angustiada y muy afligida.
Angustia versus dolor. Hay una diferencia.
En el calendario judío hay un periodo que llamamos bein hametzarim, “en los estrechos”, que se refiere al período de duelo en conmemoración de la destrucción del Primer y Segundo Templo. Las Tres Semanas comienzan con el ayuno del 17 de Tamuz y finalizan al terminar el 9º día de Av, el ayuno de Tisha B’Av. Ambos ayunos conmemoran acontecimientos ligados a la destrucción de los Templos y el posterior exilio de los judíos de la tierra de Israel. Si uno se fija en la palabra hebrea para “estrechos”, se ve que contiene la palabra tzar, que literalmente significa “angosto”, pero también significa “angustia” o “aflicción”.
Cuando estamos en un tzar, nuestra visión es limitada. No podemos ver más allá del dolor y el sufrimiento. Nos sentimos angustiados, desdichados. No parece haber una razón para el dolor. No podemos ver que quizás, sólo quizás, hay un panorama más amplio. Que quizás, sólo quizás, hay una razón para todo ello. Nos encontramos atrapados en un pasaje angosto, atrapados en el momento en el que estamos. Sin embargo, cuando ampliamos la visión, vemos más allá del dolor, comprendemos que hay un propósito, un “por qué”; sentiremos dolor, pero no angustia. Sabemos que no estamos solos y que, con la ayuda de Di-s, lograremos atravesarlo.
Ya hemos estado en el exilio durante casi 2000 años. Es mucho tiempo. Es mucho tiempo para estar doloridos. Llegamos a un punto en el que nuestra visión es tan estrecha que todo lo que sentimos es angustia. Lamentamos la destrucción de los templos, y lo hacemos en un periodo que se encuentra “en un pasaje estrecho”, un periodo que se siente sin esperanza y sin fin. No podemos ver el contexto más amplio. Nos quedamos atrapados en el dolor. Pero el dolor no es un fin en sí mismo.
Desde un punto de vista físico, el dolor suele significar que hay un problema en el funcionamiento del cuerpo. El dolor es una señal de Di-s de que algo no está bien. El dolor tiene un propósito: despertar nuestra voluntad de vivir.
También existen los “dolores de crecimiento”: un dolor que se origina al estirar, extender, crecer, usar. El dolor –cuando se lo mira desde una perspectiva más amplia, cuando se lo ve como un vehículo que tiene un propósito y puede ser usado para conectar, aprender y crecer– es bueno. Y esto incluye el dolor de parto.
En este momento, los tiempos en que vivimos se sienten tan duros y difíciles, y a medida que los días se acercan más y más a Tisha b’Av, el duelo, la asfixia, la restricción, se intensifican. Pero estos momentos tan penosos son aquellos a los que los sabios se refieren como jevlei mashíaj, los dolores de parto del mashíaj.
¿Por qué? Porque en el nacimiento una mujer puede sentir dolor, pero si puede ver más allá del dolor y se concentra en su bebé, no sentirá angustia, no sufrirá. Y al final, ¿qué sucede? ¡Nace un bebé! Una nueva vida, esperanza, continuación y conexión. La palabra hebrea para “nacimiento” es leidá, que puede dividirse en las palabras leyad H’, la mano de Di-s. El exilio, como el parto, es duro, doloroso y largo. Pero cada uno de sus momentos, cada una de sus pruebas difíciles, cada “contracción”, tiene un propósito. Sólo tenemos que ampliar nuestra visión, nuestra fe, y concentrarnos en el hecho de que todo ocurre a través de la mano de Di-s. Pronto el dolor terminará y nacerá una nueva era, una nueva vida de dicha y redención.
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