En la parashá de esta semana se esconde discreta una frase breve con un potencial explosivo que nos lleva a pensar de nuevo acerca de la naturaleza de la historia judía y acerca de la tarea que tiene hoy en día el judaísmo.

Moshé le recordaba a la nueva generación, a los hijos de aquellos que habían abandonado Egipto, la extraordinaria historia de la que eran herederos:

Ciertamente, pregunta ahora acerca de los tiempos pasados que fueron antes de ti, desde el día en que Di-s creó al hombre sobre la tierra; inquiere desde un extremo de los cielos hasta el otro. ¿Se ha hecho cosa tan grande como ésta, o se ha oído algo como esto? ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Di-s, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, y ha sobrevivido? ¿O ha intentado dios alguno tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales y maravillas, con guerra y mano fuerte y con brazo extendido y hechos aterradores, como Hashem tu Di-s hizo por ti en Egipto delante de tus ojos?1

Los israelitas no habían cruzado todavía el Iardén. No habían comenzado aún su vida como pueblo soberano en su propia tierra. Pero aun así Moshé estaba seguro, con una certidumbre que sólo podía ser profética, de que eran un pueblo como ningún otro. Lo que les había sucedido era extraordinario. Habían sido y eran un pueblo destinado a la grandeza.

Moshé les recuerda de la gran revelación en el monte Sinaí. Recuerda los Diez Mandamientos. Da el discurso más famoso de toda la fe judía: “Escucha, Israel: Hashem es nuestro Di-s, Hashem es uno”. Da la más majestuosa de todas las órdenes: “Ama a Hashem tu Di-s con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Dos veces les dice a las personas que le enseñen estas cosas a sus hijos. Les da su misión eterna como pueblo: “Porque tú eres pueblo santo para Hashem tu Di-s; Hashem tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra”.2

Luego dice:

Hashem no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos.3

¿El más pequeño de todos los pueblos?¿Qué había pasado con todas las promesas de Bereshit, de que los hijos de Abraham serían muchos, incontables, tantos como las estrellas que hay en el cielo, como el polvo de la tierra, como los granos de arena que hay en la playa? ¿Qué hay con la declaración de Moshé mismo al comienzo de Devarim: “Hashem vuestro Di-s os ha multiplicado y he aquí que hoy sois como las estrellas del cielo en multitud”?4

La respuesta es sencilla. Los israelitas eran en efecto numerosos en comparación con lo que habían sido. Moshé mismo así lo dice en la parashá de la semana próxima: “Cuando tus padres descendieron a Egipto eran setenta personas, y ahora Hashem tu Di-s te ha hecho tan numeroso como las estrellas del cielo”.5 Habían sido una pequeña y única familia: Abraham, Sara y sus descendientes, y ahora se convertían en un pueblo de doce tribus.

Pero (y este es el punto de Moshé) en comparación con otros pueblos, aún eran pocos. “Cuando Hashem tu Di-s te haya introducido en la tierra donde vas a entrar para poseerla y haya echado de delante de ti a muchas naciones: los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos, siete naciones más grandes y más poderosas que tú...”.6 En otras palabras, los israelitas no sólo eran menos que la gente de los grandes imperios del mundo antiguo. Eran incluso menos que la gente de los otros pueblos de la región. En relación a sus orígenes, habían crecido, pero en comparación con sus vecinos aún eran pocos.

Luego Moshé les dice lo que esto significa:

Si dijeras en tu corazón: “Estas naciones son más poderosas que nosotros, ¿cómo podremos desposeerlas?”, no tengas temor de ellas; recuerda bien lo que Hashem tu Di-s hizo al Faraón y a todo Egipto”.7

Israel sería el más pequeño de los pueblos por una razón que tiene que ver con el corazón mismo de su existencia. Para mostrarle al mundo que un pueblo no necesita ser grande para ser grandioso. No tiene que ser numeroso para vencer a sus enemigos. La extraordinaria historia de Israel comprobará que, en las palabras del profeta Zejariá (4:6): “‘No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu’ dice Hashem Todopoderoso”.

En sí mismo, Israel sería testigo de algo más grande que sí mismo. Como lo expresó el filósofo exmarxista Nicolái Berdiáyev:

Recuerdo cómo la interpretación materialista de la historia, cuando en mi juventud intenté verificarla al aplicarla a los destinos de los pueblos, no funcionó en el caso de los judíos, en el que el destino parecía inexplicable desde el punto de vista materialista [...]. Su supervivencia es un fenómeno misterioso y maravilloso que demuestra que la vida de este pueblo es gobernada por una predeterminación especial, que trasciende los procesos de adaptación que explica la interpretación materialista de la historia. La supervivencia de los judíos, su resistencia a la destrucción, su capacidad de soportar las condiciones más difíciles y el papel fundamental que jugaron en la historia: todo esto apunta a los fundamentos, tan particulares y misteriosos, de su destino.8

La declaración de Moshé tiene enormes implicancias para la identidad judía. La proposición implícita a lo largo del Covenant and Conversation de este año es que los judíos han tenido una influencia sin proporción con su número porque todos somos llamados a ser líderes, a tomar la responsabilidad, a contribuir, a marcar una diferencia en la vida de los demás, a traer al mundo la presencia Divina. Como somos pocos, estamos todos y cada uno destinados a la grandeza.

S. Y. Agnon, el gran escritor en lengua hebrea, compuso un rezo para acompañar el Kadish de Duelo. Se dio cuenta de que los niños de Israel siempre han sido pocos en comparación con los de otras naciones. Luego dijo que cuando un rey gobierna a una población numerosa, no se da cuenta cuando una persona muere, porque hay otras personas que ocupan su lugar. “Pero nuestro Rey, el Rey de Reyes, el Sagrado, santificado sea... Nos eligió, y no porque seamos un pueblo numeroso, porque somos uno de los más pequeños. Somos pocos, y a causa del amor con que él nos ama, cada uno de nosotros es para él una legión entera. No tiene muchos reemplazos para nosotros. Si uno de nosotros falta, que el Cielo lo prohíba, entonces las fuerzas del Rey se ven disminuidas y su reino se debilita, como ha sucedido. Una de sus legiones se va y su grandeza se reduce. Por esta razón, es nuestra costumbre recitar el Kadish cuando un judío fallece”.9

Margaret Mead dijo una vez: “Nunca dudes de que un pequeño grupo de personas atentas y comprometidas pueda cambiar el mundo. De hecho, es lo único que alguna vez lo ha cambiado”. Gandhi dijo: “Un pequeño cuerpo de espíritus determinados, motivados por una fe infranqueable en su misión, puede cambiar el curso de la historia”. Esa debe ser nuestra fe como judíos. Podremos ser el más pequeño de todos los pueblos, pero cuando prestamos atención al llamado de Di-s, tenemos la capacidad, como lo prueba numerosas veces nuestro pasado, de enmendar y transformar el mundo.