Dos carretas traqueteaban por un camino polvoriento. En una iba sentado el rabí Meir Margulis conocido por sus estudios llamados Meir Netivim. En la otra iba el rabino Israel Baal Shem Tov, cuya fama como hombre de Di-s comenzaba a difundirse.

Curioso por conocer al misterioso hombre sobre quien tanto se había dicho, el rabí Meir le pidió al Baal Shem Tov que bajara para que pudieran hablar. “Dicen que puede hacer milagros e incluso leer la mente de la gente“, comenzó. “¿Es verdad?”.

“Bueno, sólo te diré lo siguiente”, le respondió el Baal Shem Tov. “Cuando rezabas el pasado shabat, por equivocación recitaste las bendiciones de la semana en lugar del agregado especial de shabat”.

“¡Sí, es cierto!”, respondió el rabí Meir asombrado. “Ahora dígame, por favor, qué puedo hacer para corregir una falta así”.

El Baal Shem Tov le aconsejó analizar en detalle sus acciones y que lo hiciera con arrepentimiento, el método habitual para corregir tal error.

“Rebe”, dijo el rabí Meir. “Ya conozco esos remedios. Buscaba algo más…”.

“En ese caso”, respondió el Baal Shem Tov, “deberías asegurarte de ser más paciente en tus juicios”.

Con eso, los dos hombres volvieron a sus carretas y partieron.

Como líder espiritual de un territorio extenso, el rabí Meir se aseguraba de recorrer cada pueblo y caserío judío de la región al menos una vez por año.

Al llegar a una comunidad rural, los aldeanos le pidieron al rabino que los ayudara para resolver un grave problema que había resquebrajado la unidad de su grupo.

“Vea”, le explicó uno de los ancianos, “hay un joven que vive lejos del pueblo. Nadie sabe quién es o de dónde viene. Se viste muy elegante, como un príncipe no judío, y tiene una taberna. Un día, uno de nuestros hombres le pidió a su mujer que comprase algo de vodka en allí. Ella se tomó su tiempo en regresar. Las cosas parecían algo sospechosas y comenzaron a circular rumores de que ella y el tabernero andaban en algo que no era nada bueno”.

Después de escuchar los relatos de varios vecinos, el rabino determinó que la situación realmente parecía sospechosa y llamó al tabernero para que se presentase ante él.

Efectivamente, el joven pronto entró contoneándose, engalanado en sedas y pieles coloridas. Pero a pesar de las acusaciones de los aldeanos, el hombre sostuvo categóricamente su inocencia.

Sin poder dictar un fallo definitivo sobre el asunto, el rabí Meir se fue del pueblo sintiéndose intranquilo por toda la cuestión.

Mientras viajaba, volvió a encontrarse con el Baal Shem Tov. Detuvo sus caballos y le pidió al Baal Shem Tov que hiciera lo mismo. El rabí Meir se sentó en el carro del Baal Shem Tov y le relató los acontecimientos con los que recién se había topado.

“¿No te dije que fueras paciente en tu juicio?”, lo reprendió el Baal Shem Tov. “Deberías saber que en cada generación hay 36 personas justas cuyos méritos sostienen al mundo entero. El tabernero es el más grande de ellos”.

El rabí Meir inmediatamente bajó de la carreta y pidió al conductor que regresase al pueblo para poder rogarle personalmente al joven su perdón.

Pero ya era tarde. El misterioso hombre ya se había marchado sin dejar rastros. Todo lo que el rabí Meir podía hacer era compartir las palabras del Baal Shem Tov con la gente del pueblo y devolver al tabernero su buen nombre.