Había una vez un hombre pobre pero recto que vivía en el camino que llevaba a Liozna. Todos los días caminaba a la ciudad, donde enseñaba Torá a unos niños del barrio a cambio de unas monedas para sus empobrecidos padres.
Su esposa complementaba sus ingresos con pasteles caseros que su marido repartía todos los días a los clientes de la ciudad.
Una noche de invierno, la familia dormía. De repente, los despertaron golpes en la puerta. Vela en mano, el maestro abrió, y encontró a un hombre medio congelado y cubierto de nieve.
De prisa, hizo pasar al caminante a la casa y le dio una taza de té caliente para beber. Luego de que hubiera entrado en calor, el maestro levantó de la cama a sus hijos (que dormían en el lugar más caliente de toda la casa) y llevó al viajero para que se acostara y estirara allí sus huesos cansados.
La mañana siguiente, el extraño se fue temprano. Los niños, que seguían atontados por el sueño y tiesos por el frío, volvieron a trepar a sus camas para dormir.
De repente se escuchó un grito: “¡Hay algo duro, hay un bulto en la cama!”.
Luego de inspeccionar, el maestro y su esposa vieron que el extraño había dejado una bolsa con una buena cantidad de monedas de oro.
Durante algunos días esperaron que el invitado volviera a buscar sus pertenencias, pero nunca regresó.
Como no sabía qué hacer, el hombre fue en busca del Alter Rebe, quien vivía en Liozna en aquel momento.
Luego de escuchar la historia del hombre, el Rebe le dijo: “Di-s te ha enviado este tesoro. Nadie vendrá a reclamarlo, y es a ti a quien corresponde. De todas maneras, no sería sabio de tu parte comenzar a gastarlo en lujos, porque la gente va a comenzar a sospechar todo tipo de cosas. En cambio, mantén tu buena fortuna en secreto por el momento. Termina de dar tus clases este semestre. Cuando termines, ven a mí y te diré qué hacer”.
Cuando terminó el semestre, el maestro fue en busca del Alter Rebe, quien le dio el siguiente consejo: “Réntate una casa con un negocio en la ciudad. Usa tus monedas para comprarle algunos suministros al mayorista local y ponte a venderlos para obtener una ganancia. Vuelve en un año, cuando tengas éxito, y te daré más consejos”.
Un año después, el que solía ser maestro se presentó: “Gracias a Di-s, el negocio prosperó y hemos vivido muy bien. De hecho, sólo usamos unas pocas monedas del tesoro que encontramos”.
El Alter Rebe entonces le dio el consejo de ampliar sus relaciones comerciales y comprarle directo al proveedor de Vitebsk en lugar de al mayorista local.
Pasó otro año, y el hombre le informó que los negocios habían prosperado aún más y que todavía tenía la gran mayoría de sus monedas para invertir.
Esta vez, el Alter Rebe le aconsejó viajar a Moscú, donde compraban sus productos los proveedores de Vitebsk, y vender su mercancía a los comerciantes de Vitebsk y Liozna.
Pasó un año, y la fortuna todavía le sonreía. El Alter Rebe le dijo que viajara a Konigsberg, lo que le permitiría venderles incluso a los comerciantes de Moscú.
Y así fue. Quien una vez había sido un pobre maestro y vendedor de pastes se convirtió en un comerciante respetable con negocios importantes en toda Rusia.
Una vez, antes de irse a un viaje de negocios, el comerciante fue en busca de la bendición y el consejo del Alter Rebe. “Vas a viajar a Konigsberg”, dijo el Rebe. “Quizás puedas traerme un presente”.
Honrado por el pedido del Rebe, el hombre fue a la tienda más elegante de Konigsberg y compró una costosa tabaquera dorada.
“Este es un regalo fino”, dijo el Alter Rebe cuando el hombre regresó, “pero no es lo que tenía en mente”.
En su siguiente viaje, el hombre compró una tabaquera aún más costosa, pero otra vez el Rebe dijo que no era lo que esperaba.
Antes del siguiente viaje, el Rebe le dijo al hombre: “Vas a viajar a Konigsberg. ¿Existe la posibilidad de que vayas al teatro allí?”.
El comerciante, un jasid sincero y judío piadoso, nunca había ido al teatro en su vida, pero durante este viaje fue, obediente, a comprar una entrada para un espectáculo en el teatro de Konigsberg. Se sentó en una afelpada butaca en un palco privado, alto sobre el escenario, y en seguida se quedó dormido.
Cansado de sus reuniones de negocios, el hombre durmió profundamente y sólo se despertó sobresaltado cuando el empleado de limpieza entró al palco para limpiarlo.
“¿De dónde viene?”, le preguntó el empleado, que no estaba acostumbrado a ver jasidim que durmieran en butacas costosas (o en cualquier tipo de butacas en realidad).
“De la Rusia blanca”, respondió él.
“¿De qué ciudad?”
“De Liozna.”
“¿De casualidad conoce a Zalminia?”, dijo el empleado, que había usado un nombre familiar para el Alter Rebe, cuyo nombre completo era Shneur Zalman.
“Sí, por supuesto. De hecho, soy su discípulo.”
“De ser así, por favor, envíele mis saludos.”
“¿Pero cómo es su nombre?”
“Puede llamarme Karl”.
En efecto, cuando regresó a Liozna, el obediente jasid le hizo llegar al Alter Rebe los saludos de Karl, el empleado del teatro.
“Sí”, exclamó el Rebe. “Ese era el presente que esperaba con ansias”.
Antes del siguiente viaje del hombre a Konigsberg, el Alter Rebe le dio un pequeño paquete para que le llevará a Karl. “Cuando llegues a Konigsberg”, dijo el Alter Rebe, “por favor, dale esto. Y luego, cuando estés listo para volver a casa, pídeselo de nuevo y tráemelo”.
Luego de su llegada, el comerciante fue rápido a buscar a Karl al teatro para darle el paquete. Cuando llegó el momento de irse, volvió a visitar al empleado del teatro para recoger el paquete.
“¿Zalminia dijo que tenía que devolvérselo?”, preguntó Karl mientras lo abría. Con amor, quitó un montón de papeles que tenían algo escrito por el Alter Rebe. Poco después, aquellos papeles serían impresos y se harían famosos como el Tania, la obra fundacional del pensamiento jasídico, escrita por el Alter Rebe.
“Inspiración divina”, repetía para sí mientras pasaba las páginas. “Verdadera inspiración divina... No sé qué le quedará por enseñar al mismísimo Mashíaj”.
Con eso, cerró el paquete y se lo devolvió al comerciante.
Al contar esta historia, el famoso rabí Shmuel Gronim Eshterman concluía: parece que Karl era uno de los 36 tzadikim (hombres justos) escondidos, y que el Alter Rebe quería su aprobación para el Tania.
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