Su trágica muerte nos tomó por sorpresa. La conmoción, la confusión y lo desconocido fueron, y son todavía, insoportables.

La pérdida de nuestro ser querido (el padre de mi marido, el zeide de mis hijos, que se fue de este mundo demasiado pronto) nos moviliza desde todo punto de vista. Aún nos tambaleamos de dolor. Siempre extrañaremos su presencia vibrante y poderosa.

No tengo más que un pensamiento reconfortante, uno solo. Busco encontrar consuelo en mi fe sincera en Di-s: mi creencia de que él y sus caminos son buenos, y de que la naturaleza del bien es hacer el bien.

Su alma se ha elevado a otro destino, y estoy segura de que está donde tiene que estar. Está en ese lugar, elevada, porque no estaba destinada a permanecer en este mundo corpóreo por más tiempo. La razón permanecerá (por ahora) oculta para nosotros, seres finitos. Sólo creeremos que lo que ocurrió fue guiado por la mano de Di-s.

Para aquellos de nosotros que vivimos en este mundo, el fallecimiento de nuestros seres queridos es horrible; es doloroso. Sufrimos una enorme pérdida, se nos manda incluso a llorar al difunto; es claro el mensaje de que la muerte es trágica desde nuestro punto de vista. Sin embargo, luego de los periodos de luto, durante los que se reduce de manera gradual la intensidad del duelo, se nos indica que hagamos algo que parece imposible. Se espera que pongamos un pie delante de otro y sigamos la marcha, despacio si es necesario, pero siempre hacia adelante. Estamos obligados a seguir adelante con nuestras actividades cotidianas y cumplir con nuestra misión: infundir divinidad a lo mundano.

Recuerdo con claridad el discurso que el rabino Daniel Moscowitz, de bendita memoria, mi querido suegro, dio en el Beit Jabad poco tiempo antes de su muerte. Esta anécdota se vincula muy bien con mis sentimientos y con las impresiones que tengo de este gran hombre.

“Su hijo le daba sus condolencias a un notable compañero, luego de su partida de este mundo. Se hacía evidente su importancia a medida que se mencionaba cada uno de sus círculos de influencia. Se habló de la influencia que había tenido en su país, su poder político, de a poco se pasó al efecto, más personal, que había tenido en los miembros de su clero, y por último al crédito que merecía como miembro de su familia. Al final, gritó: ‘pero para mí, ¡es mi padre!’. Su gran importancia no tenía que ver con los maravillosos logros que había tenido a escala mundial. El cuidado y la devoción que había tenido con su familia probaba su verdadera grandeza”.

Para el movimiento de Jabad, fue un hombre de gran talla y un miembro activo de la junta de la Conferencia Internacional de Emisarios de Jabad Lubavitch (Kinus Hashlujim) que se lleva a cabo todos los años en Nueva York y también en otros eventos.

Era el director regional del estado de Illinois, y se ocupaba de todo lo que estaba bajo su ala: los representantes de Jabad en más de 40 instituciones, organizaciones y la comunidad de Jabad en Chicago. Para la comunidad de Northbrook, él era su líder espiritual, su mentor y su rabino de púlpito.

Pero para nosotros, él era familia. Era un hijo para sus extraordinarios padres (que viven y están bien), un marido para mi querida suegra, un padre para mi increíble marido y para sus hermanos, y el abuelo de mis preciosos hijos y de sus primos.

Cuando pensamos en el “zaidi”, recordamos las veces que fue a las fiestas de sidur en la escuela de sus nietos, a sus cumpleaños, y cómo le importaban todos los miembros de la familia de una manera particular. Era el pegamento que unía a las diversas personalidades. Los rangos en su jerarquía iban en realidad desde adentro hacia afuera. La familia era su prioridad. Pero no se quedaba ahí: estaba enfocado en el complejo objetivo de perfeccionar el mundo.

Todas sus lecciones tenían un objetivo especial para quienes lo escuchaban. Había una directiva clara que debía ser implementada para transformar nuestras vidas, un paso a la vez, pequeño pero firme. Nunca menospreciaba el cambio; cada paso hacia adelante era elogiado. Pero también era esperado, e incluso a veces exigido.

Completar los últimos toques de la purificación de este mundo corpóreo es algo complicado. Pero tenemos una misión. Nuestros seres queridos cuentan con nosotros. Debemos darles a los que ya no están la certeza de que haremos todo lo que podamos para revelar la presencia de Di-s en este Universo. Haremos lo que ya no son capaces de hacer quienes viven en un plano superior, y nuestra mitzvá reconfortará sus almas. Cuanto más eficiente sea la manera en la que completemos nuestra tarea, más rápido completaremos el trabajo y alcanzaremos el logro final y absoluto de un mundo utópico: la era del Mashíaj.


Mientras pasaba el tiempo que siguió a la muerte de mi querido suegro, el rabino Daniel Moscowitz, bendita sea su memoria, nos ocupamos de que los niños recordaran a su zeide.

Sentados alrededor de la mesa de iom tov, cada uno de los nietos compartió con el resto el último recuerdo de su zeide.

“Lo último que recuerdo sobre el zeide…”. La oración empezaba siempre de la misma manera, pero cada niño la terminaba con un recuerdo único.

Esa misma noche, más tarde, mis pensamientos eran un torbellino. ¡Qué importante había resultado el ejercicio! Por supuesto, era efectivo para los niños, para mantener a su zeide “vivo” en sus corazones y en sus memorias. Pero a mí me transmitió un mensaje trascendental con una fuerza poderosa.

¿Es cada una de mis acciones un recuerdo positivo? ¿Tiene un efecto positivo en los que me rodean? ¿Cuál podría ser el último recuerdo que alguien tenga de ?

Qué pensamiento poderoso (y terrorífico). Mi última conversación con mi esposo, con cada uno de mis hijos, con los miembros de mi familia, con amigos, colegas y vecinos ¿es positiva? ¿Me ”sentiría bien” si esa fuera la última impresión que alguien se llevara de mí?

En la Ética de nuestros padres, la enseñanza dice: “Arrepiéntete un día antes de morir”. ¡Qué mandamiento más brillante! Uno nunca puede saber cuándo terminarán sus días. Si determinamos que cada día podría ser el último en este mundo físico, nuestras acciones serán apropiadas, significativas y genuinamente buenas.