El rabino Yaakov Kaidaner, autor de Sipurim Nora’im, recuerda una reunión en una feria en la ciudad de Königsberg. Se habían reunido judíos comerciantes de toda Polonia, Lituania y Rusia. Disponían de bastante tiempo y se pusieron a discutir sobre el movimiento jasídico y sus líderes.
Entre los reunidos había un grupo de hombres instruidos de la ciudad de Slutzk, Bielorrusia, conocidos por constituir un bastión importante de opositores al movimiento jasídico.
Cuando la conversación tocó al rabí Dov Ber, el Maguid de Mezritj, que había sucedido al Baal Shem Tov como líder jasídico, los comerciantes de Slutzk compartieron con el resto la siguiente historia:
Una vez sucedió que un joven hombre de Slutzk viajó a Volinia por trabajo. Era un día frío y gris, y él se encontró de repente en territorio desconocido. Congelado y asustado, vagó hasta bien entrada la noche. No fue hasta ya pasada la medianoche que por fin llegó a la ciudad de Mezritj.
Anduvo por las calles silenciosas, cubiertas de nieve, en busca de un lugar donde pudiera calentarse y descansar. De repente vio la luz de una vela que parpadeaba en una ventana. El joven comerciante no sabía que se trataba de la casa del rabí Dov Ber.
Emocionado por encontrar un lugar para descansar, golpeó la puerta y pronto estuvo dentro del hogar apenas amoblado del rabí Dov Ber. Al oír que había visitas, el rabí Dov Ber (que hasta ese momento estudiaba a la luz de la vela) fue a ver quién había llegado.
En respuesta a la cálida bienvenida y a la pregunta del rabí, el joven se presentó como un esperanzado comerciante de Slutzk que había perdido su camino.
“No fue por nada que perdiste tu camino y llegaste a mi casa”, le respondió el rabí Dov Ber. “Oh no, si Di-s quiso que te encontraras aquí, por algo es”.
Luego se puso los anteojos (tenía por costumbre hacerlo cuando se detenía a observar en lo profundo de los mundos espirituales) y preguntó: “Cuando te fuiste de tu casa, ¿tu hijo estaba enfermo?”.
“Sí, estaba enfermo”, respondió atónito el comerciante.
“No tienes nada de qué preocuparte”, le aseguró el rabí. “Se ha recuperado y está bien, gracias a Di-s”.
“Cuando vayas a tu casa”, continuó el rabí Dov Ber, “te enterarás de una terrible enfermedad, que debilita y mata a los niños, que Di-s nos ampare. En respuesta a esta tragedia, el rabino y los sabios en Torá de la ciudad investigarán las acciones de los pobladores para intentar determinar de quién fue el pecado que causó semejante tragedia.
“El día siguiente a tu llegada, uno de los hombres ricos de la ciudad hará una celebración por la circuncisión de su hijo, y tú estarás invitado. Allí, los más ancianos de la ciudad hablarán sobre la plaga y la gente acusará a cierto joven de ser el causante del mal. En verdad, este joven es inocente, por lo que tratará de defenderse. De hecho, uno de los líderes de la acusación —un hombre muy respetado en la ciudad— es quien ha pecado. Él es el motivo de la plaga.
“Las cosas se pondrán tan feas que el pueblo comenzará a golpear al pobre desgraciado. Cuando el líder rico (el que sabes que ha pecado) levante la mano para golpear al pobre hombre, debes tomarla y decirle: ‘Malvado, admite tu crimen. Tú eres el pecador, y tú eres la causa de todas las muertes que ha sufrido la ciudad’. Luego admitirá sus pecados, y la plaga cesará.
“Debes saber”, concluyó el rabí, “que si no sigues mis instrucciones, tu propio hijo sufrirá una muerte terrible”.
La mañana siguiente, el comerciante siguió su camino. Al llegar a casa, vio que todo era tal como lo había predicho el rabí Dov Ber. Su hijo se había recuperado y otros niños estaban enfermos. En la circuncisión, se acusó a un hombre inocente; él confrontó al verdadero pecador y la plaga desapareció.
Toda la ciudad estaba enardecida, continuaron los hombres de Slutzk. Se preguntaban: “¿Cómo puede haber semejante hombre sagrado entre nosotros, a través de quien Di-s mismo habla?”.
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