Hace unos trescientos años, vivía un hombre rico llamado Avígdor. Una vez, le llevó una enorme suma de dinero al rabí Israel Baal Shem Tov, el fundador del movimiento jasídico, para que la distribuyera entre los pobres en su nombre.

El Baal Shem Tov (literalmente: “Maestro de Buen Nombre”) aceptó con gentileza la contribución y le preguntó a Avígdor si deseaba que le diera a cambio una bendición. Después de todo, el Baal Shem Tov era famoso no sólo por ser un gran sabio de la Torá, sino también por ser un individuo honrado con el poder de bendecir.

“¡No, gracias!”, respondió arrogante Avígdor. “Soy muy rico; tengo muchas propiedades y tengo esclavos, muchas exquisiteces y todo lo que deseo. ¡Tengo más de lo que necesito!”.

“Eres muy afortunado”, respondió el Baal Shem Tov. “Quizás quieras una bendición para tu familia”.

“Tengo una familia grande y sana de la que estoy muy orgulloso; son el motivo de mi orgullo. No necesito —ni quiero— nada”.

“Bueno, entonces quizás puedas ayudarme. ¿Puedo pedirte una cosa?”, le preguntó el rabí Israel. “¿Puedes, por favor, llevarle una carta al presidente del comité de caridad de Brody?”.

“Por supuesto”, respondió Avígdor. “Vivo en Brody, y me encantaría ayudarlo con este asunto”.

El Baal Shem Tov tomó un papel y una pluma, escribió una carta, la selló en un sobre y se la dio a Avígdor. Avígdor observó la carta, la colocó en el bolsillo de su abrigo y volvió a su casa. Pero tenía tantos proyectos en mente que para cuando hubo llegado a Brody se había olvidado por completo de todo el encuentro con el rabí Israel.

Pasaron dieciséis años y la rueda de la fortuna dio un giro inesperado. Todas las posesiones y propiedades de Avígdor se perdieron o se destruyeron. Las inundaciones arruinaron sus campos de cultivo; los incendios destruyeron sus bosques. Calamidad tras calamidad. Se quedó sin un centavo.

Los acreedores tomaron su casa y todo lo que poseía. Tuvo que vender incluso sus ropas para poder alimentar a sus hijos. Un día, mientras revisaba los bolsillos de un viejo abrigo que pensaba vender, encontró una carta: ¡la carta que le había dado el Baal Shem Tov hacía dieciséis años! De repente, recordó su visita y lo arrogante que era cuando creía tenerlo todo. Con lágrimas en los ojos, se apresuró a cumplir con su misión y llevar la carta a destino. El sobre estaba dirigido a un Sr. Tzadok, presidente del comité de caridad de Brody.

Corrió a la calle y se encontró con uno de sus amigos. Lo tomó del brazo y le dijo: “¿Dónde puedo encontrar al Sr. Tzadok?”.

“¿El Sr. Tzadok? ¿Te refieres al presidente del comité de caridad, el Sr. Tzadok?”.

“Sí, ¡debo verlo de inmediato!”, respondió Avígdor.

“Está en la sinagoga”, dijo el amigo de Avígdor. “Estuve ahí hace unos pocos minutos. El Sr. Tzadok es un hombre con suerte. Esta mañana fue elegido presidente del comité de caridad”.

“Cuéntame más sobre el Sr. Tzadok”, insistió Avígdor.

Con intenciones de ayudar, el amigo de Avígdor continuó: “El Sr. Tzadok nació y creció en Brody. Sastre de profesión, nunca tuvo mucha suerte, nunca tuvo un buen pasar. Casi no podía mantener a su familia, que siempre vivió desdichada en la pobreza. Se sentaba al fondo en la sinagoga y nadie se daba cuenta siquiera de que estaba ahí. A pesar de trabajar muchas horas, nunca ganaba mucho; le resultaba difícil juntar el dinero suficiente para comprar apenas un trozo de pan para su familia.

Sin embargo, hace poco su suerte cambió. Al Sr. Tzadok le presentaron a un noble de la zona, y se encargó de confeccionar los uniformes para todos sus sirvientes. El noble quedó muy satisfecho con la labor del Sr. Tzadok y su negocio empezó a crecer. Incluso recibió un pedido de cinco mil uniformes para el ejército. Se volvió un hombre rico y se ganó el respeto de la comunidad. No olvidó que había sido pobre, hizo donaciones generosas y cumplió un rol activo en asuntos comunitarios. Justo esta mañana fue electo por unanimidad presidente del comité de caridad”.

Al oír esta historia, Avígdor se apresuró a ir a la sinagoga y encontró al Sr. Tzadok, que leía detenidamente pedidos de ayuda económica. Le dio la carta. Juntos, leyeron las palabras del Baal Shem Tov, escritas hacía dieciséis años:

Querido Sr. Tzadok:

El hombre que le ha traído esta carta se llama Avígdor. Solía ser un hombre muy rico, pero ahora es muy pobre. Ha pagado por su arrogancia. Como esta misma mañana has sido electo presidente del comité de caridad, te pido que hagas todo lo que puedas para ayudarlo, porque tiene una familia grande que mantener. Algún día volverá a irle bien, y esta vez estará más preparado. En caso de que dudes de mis palabras, te doy una señal: tu esposa espera un bebé, y hoy dará a luz a un varón.

No habían terminado de leer la carta cuando alguien entró a la sinagoga y exclamó:”¡Mazel tov, Sr. Tzadok! ¡Su esposa acaba de tener un varón!”.

Gracias al presagio del Baal Shem Tov, Avígdor volvió a ser rico. Esta vez, fue más humilde y fue admirado por todos.