“¿Por qué ser judío, o si vamos al caso, ponerse cualquier etiqueta?”, le pregunté al rabino. “Todos los problemas del mundo, bueno, en todo caso la mayoría, pueden rastrearse a algún tipo de religión organizada”.
El rabino permaneció sentado un momento frente a la clase. Era el semestre de invierno en 1972 en la Universidad de Buffalo, y la vieja y conocida providencia divina me había puesto en un curso llamado “Misticismo judío”. También era el último semestre antes de graduarme. Ya me esperaba un empleo como asistente en la enseñanza de construcción de cúpulas geodésicas y como ayudante en una granja orgánica. En los cuatro años y algo más que habían transcurrido desde la escuela secundaria, me había ocurrido mucho. Estaba saliendo del ámbito de las religiones y meditación orientales. A pesar de tener un compañero de habitación que vendía drogas, ahora estaba limpio y me di cuenta de que ese mundo era una calle sin salida.
Habiendo nacido judío y sin saber exactamente qué quería decir eso, la descripción del curso me intrigó. ¿Realmente había algo “místico” en el judaísmo? ¿De verdad había algo más que asociarse a un club privado y comer bagels con salmón ahumado los domingos a la mañana?
A pesar del intrigante título del curso, discutí con este profesor durante todo el semestre. Pensaba: ¿quién es él para enseñarme? Después de todo, yo había viajado por todo el mundo, mientras que el rabino Gurary, afectuosamente conocido como el “rabino G”, probablemente ni siquiera había salido de Brooklyn, Nueva York, (bueno, quizás para hacer un corto viaje a los Catskills) antes de llegar a la ciudad para abrir un centro de Jabad.
No, mi actitud era que yo le enseñaría un par de cosas acerca de la vida. Mi fe en esa época estaba, perdón por la expresión, en sintonía con la canción de John Lennon, “Imagine”. En mi discusión con el rabino G no pude evitar concentrarme en una línea que el vocalista principal de los Beatles canturrea: “Nada por lo cual matar o morir, ni tampoco religión”.
Efectivamente. Parecía una verdad profunda pero simple. ¿No era acaso la religión organizada la que estaba creando la mayoría, si no todos, los problemas más importantes del planeta? De las cruzadas a las guerras de religión en Europa, al terrorismo actual, existe la noción de justificar “una matanza en nombre de…”.
Levanté un poco las manos, sonreí, y usé una expresión que en realidad me enseñó él: “¿Nu?” Quizás finalmente había desconcertado al rabino, que no tenía respuesta a mi sabiduría.
“Oh, te encantará Jabad”, respondió el rabino G con un brillo en los ojos. “Somos muy desorganizados”.
Toda la clase irrumpió en carcajadas y yo también. La respuesta a ese dilema en particular vendría más tarde, así como otro centenar de preguntas que me surgían. Pero de a poco comencé a ver que este asunto judío se trataba de mucho más y que sólo estaba arañando la superficie.
El fin de semana pasado asistí a un congreso educativo en la ciudad de Nueva York que coincidió con el Congreso Internacional de Emisarios de Jabad-Lubavitch, más conocido como el Kinus Hashlujim. Mi esposa Gittel y yo nos hospedamos en casa de nuestro hijo Rafi en el barrio de Crown Heights en Brooklyn, donde se realizaba el congreso, por lo que vivimos algo de la energía y la inspiración que difunde este increíble encuentro anual. En la convención de este año había más de 4500 rabinos de Jabad que llegaron a Nueva York de todo el mundo. De hecho me sorprende que aún no haya un beit Jabad en la Luna, pero seguramente sucederá pronto.
El simple hecho de caminar por las calles de Crown Heights es emocionante. En una esquina me encontré con un enviado de Hawái. En otra había un rabino de París. En la tienda de bagels coversé con algunos shlujim de Inglaterra, donde anteriormente yo había dado conciertos y shabatones. Cada encuentro no era un simple reflejo del pasado, sino lo que es más importante, representaba un jizuk –esa proverbial “vacuna de refuerzo”– mientras discutíamos iniciativas y proyectos futuros. El Rebe de Lubavitch nunca estaba contento con los logros pasados. Con Jabad, es permanentemente una cuestión de m’jail el jail: siempre arriba y adelante.
Estar en Crown Heights durante el fin de semana también me dio una poderosa sensación de gratitud por el asombroso ejército de shlujim del Rebe. No pude evitar maravillarme ante todos los cambios que habían ocurrido desde aquella clase con el rabino G. Cuarenta y tantos años después del curso sobre misticismo judío, camino por Crown Heights en shabat muy cómodo con mi barba y mi largo abrigo negro, pareciéndome más al rabino G de lo que nunca pude haber imaginado. No sólo era yo padre de siete hijos hermosos, sino también abuelo de más de los que pudiera contar. De no haber sido por los shlujim –si el rabino G no hubiera tenido el mesiras nefesh de venir a Buffalo y abrir un beit Jabad– ¿quién sabe quién o qué hubiera sido yo, y dónde estaría? Me estremezco al pensar en cómo hubiera terminado fácilmente. Tantos de mis compañeros de la secundaria y de la universidad se perdieron en el camino: algunos por las drogas; otros a causa de otras religiones orientales; algunos pocos incluso terminaron en pabellones psiquiátricos. Muchos nunca se casaron, y ahora me confiesan qué solitarios viven sin los najes de los hijos y los nietos.
Con el tiempo aprendí que el judaísmo no es una religión; es una forma de vida. Infunde sentido e inspiración en nuestra existencia diaria. Suscita alegría en todo lo que hacemos.
Sin embargo, descubrí una cosa sobre la que el rabino G estaba muy errado. Lo vi con mis propios ojos. Y fue absolutamente alucinante.
Dos de nuestros nietos vinieron para el congreso y tuve el privilegio de llevarlos a los diversos puntos de encuentro para el programa simultáneo para “jóvenes shlujim”, los hijos de los emisarios. Habría probablemente cerca de 1000 niños que habían venido por el fin de semana, y Jabad los mantuvo seguros, ocupados y felices durante horas y horas sin parar. Se ubicó a todos los chicos en cabañas con varios supervisores. Había autobuses y arreglos para dormir, y credenciales, y toneladas de equipaje, y miles de comidas por las que preocuparse, y una cantidad de detalles que no puedo ni imaginarme.
Así que además de los casi 5000 shlujim asistentes al congreso principal, también estaba este campamento increíblemente masivo de una noche que tuvo lugar al mismo tiempo. Todos sabemos qué difícil es mantener a nuestros propios hijos contentos; ahora intenta esa abrumadora tarea para otros 1000. ¡Perdón, rabino G, pero con esta le gané! Jabad no tiene nada de desorganizado. Mis respetos a todo el maravilloso personal que manejó las actividades para estos chicos. ¡Pueden trabajar en mi colonia de verano en cualquier momento!
Mientras que el rabino G ganó la gran mayoría de nuestras discusiones en Buffalo, creo que soy yo el verdadero ganador.
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