Hace algunos años estaba preparando a un niño para su Bar Mitzvá, pero no era una labor sencilla. El niño no hacía sus tareas y pocas veces traía su cuaderno y el sidur. Aunque eso puede pasar con ciertos chicos, esta vez algo no me cuadraba.
Llamé a la mamá, quien me explicó que su familia estaba pasando por un momento difícil, pues ella y su esposo pensaban separarse, lo que evidentemente estaba afectando al niño. Sintió que yo podría hablar con su hijo y ayudarlo a pasar la crisis.
Este hecho me abrió los ojos. Me sentí terrible por juzgar al niño, cuando en realidad él estaba viviendo una situación extremadamente difícil. Tomé nota de esto y he intentado desde entonces ser muy cauteloso antes de juzgar a la gente; nunca podemos saber lo está pasando.
Hace miles de años nuestros sabios nos advirtieron sobre este asunto: "No juzgues a tu prójimo hasta que estés en su lugar". Y la verdad es que en esta enseñanza hay algo mucho más profundo. Cada acto tiene un cuerpo y un alma: el cuerpo es la acción, lo que se hizo. El alma es la dinámica detrás del acto. Por ejemplo, ante el reto de hacer algo correcto o incorrecto, esa batalla interna es el alma del acto. Al observar a otro es importante tomar en cuenta el alma junto con el cuerpo, porque se descubre que uno tiene la misma dinámica en la vida.
La naturaleza del humano es ver al prójimo y criticarlo. Esta situación se nos presenta para vernos a nosotros mismos en el espejo y decirnos: “no juzgues, ve a su lugar, encuentra esa misma batalla en tu interior”.
Así que la próxima vez que te encuentres juzgando a alguien, ¡alerta, no vayas en esa dirección! Haz una búsqueda interior y descubre un área en tu propia vida que necesita mejorar. Lograrás ser una mejor persona y probablemente más capaz de ayudar al otro en su desafío.
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