En 1940, los ejércitos alemanes se abrieron paso por toda Europa. Con cada pisada de una bota alemana, otro país caía. Para asegurar el control sobre su destrozada presa, y para dominar las zonas circundantes sin oposición, el Reich tenía que contener o destruir a las fuerzas británicas. Conquistar Inglaterra con una invasión terrestre era imposible sin eliminar la significativa amenaza de la Fuerza Aérea Real. De lo contrario, cada barco que fuera enviado a la isla sería hundido en sus proximidades. Así es como comenzó la famosa batalla de Inglaterra.

Una nación entera contenía el aliento con los ojos hacia el cielo, mientras los ingleses observaban un salvaje combate aéreo. Semana tras semana, Berlín enviaba cuervos de acero a que desgarraran los cielos, y las partes de los aviones se precipitaban hacia la tierra junto con las bombas. Los británicos seguían con horror y esperanza cómo sus propios hijos se enfrentaban a los cielos llenos de plomo, para ahuyentar una y otra vez a los nazis de las nubes de su país.

Lo que estaba en juego era la victoria contra un orden mundial tiránico. De haber perdido los cielos, a sus compatriotas les hubieran gritado órdenes en alemán, y posiblemente también a las futuras generaciones. Europa habría tenido menos esperanza si las fuerzas inglesas hubieran sido derrotadas. No les quedaba otra opción que ganar, y así lo hicieron. No debido a sus habilidades, porque para muchos pilotos su primer combate con el enemigo fue también el último, y los aviones eran destrozados casi tan rápido como eran construidos. Más bien fue su valor incansable y a su absoluta perseverancia lo que le ganó la libertad a varias generaciones y le consiguió a Europa una base vital desde la cual arrebatarle el cuchillo a su atacante.

El primer ministro, famoso por su sabia capacidad de expresar fuertes verdades en expresiones sencillas, acuñó una declaración de gratitud en honor a los valientes pilotos. Produjo una frase tan elocuente que seguro es adecuada para verbalizar un mensaje de inspiración sobre nuestro propio servicio a nuestro Creador, ya que el Baal Shem Tov nos enseñó a aprender para nuestro servicio divino a partir de todo lo que vemos y escuchamos.

Winston Churchill: "Nunca tantos debieron tanto a tan pocos".


Si tú y yo somos soldados, nuestro planeta es un campo de batalla, nuestro galut (“exilio”) es un estado de guerra y la redención es la victoria, entonces debemos reconocer el poder que se desencadena de nuestro arsenal de buenas acciones y del excepcionalmente privilegiado deber con el que carga nuestra generación. De hecho, nuestros oficiales nos informan que “Cada mitzvá nos acerca un poco más al Mashíaj”. Para entender la magnitud de fomentar el comienzo de la redención final, uno primero debe apreciar la inmensidad de cada momento que se prolonga en el exilio.

No es solo el pueblo judío el que está en un estado de desplazamiento espiritual y físico. ¡El Rey de los reyes, Creador de todo, Di-s mismo está en el exilio, por decirlo de algún modo! El Talmud dice: “Cuando el pueblo de Israel fue enviado al exilio, la Divina Presencia se exilió con él. Y cuando ellos sean redimidos, la Divina Presencia será liberada junto con ellos”. “Con todas sus aflicciones”, profetiza Ieshaiau, “él se aflige”. Nuestros sabios dicen que Hashem “llora” ante el sufrimiento de sus criaturas, y “pena” cada día en el que no llega la redención. No se sienta en su palacio mientras sus sujetos dan batalla; se encuentra junto a nosotros.

Junto con Di-s, todos sus ángeles enviados están también en el exilio. No sólo algunos de ellos, sino todos los “miles de millares le servían, y miríadas de miríadas estaban en pie delante de él” (Daniel 7:10) sufren el encubrimiento del resplandor divino desde sus cielos. Además, ¡estas figuras describen un campamento de ángeles, pero “sus tropas son innumerables”!

El Rebe de Lubavitch pasó horas encerrado en profundas discusiones con eruditos y personajes ilustres, pero aun así era capaz de expresar conceptos profundos para el entendimiento y la mente del niño. Así le describió a un joven este pensamiento: Un niño puede tener unas pocas monedas o incluso una gran colección de monedas, pero puede entender sin problemas que el banco local tiene muchas más monedas que él. Y sólo puede imaginarse cuántas monedas hay en el banco federal de Washington...

Entonces un niño también puede entender sin problemas que Di-s tiene muchos, muchos más ángeles que monedas hay en el banco federal de Washington, y que cada uno de estos ángeles individuales sufre por cada segundo que continúa el exilio, y que por lo tanto ¡acercarnos a la redención aunque sea un momento trae alivio a cada uno de estos incontables seres espirituales! Puesto en perspectiva, un momento no es una mera fracción de tiempo; es más bien inmensurable en cantidad y, por supuesto, en calidad.

Un niño también puede apreciar que junto con él, su madre y su padre y sus hermanas y hermanos esperan todos la llegada del Mashíaj. ¡Y todos los judíos de su barrio y de su país junto con millones de judíos de todo el mundo! Además, están los judíos inconmensurables de los cientos de generaciones pasadas, cuyas almas también lamentan el encubrimiento divino en las esferas espirituales y mientras tanto siguen esperando en el Jardín del Edén por la futura resurrección.

“En esos tiempos, ya no habrá hambre de guerra, ni celos ni peleas, y abundará la bondad…”: el Rambam habla de una era con la que la raza humana siempre ha soñado. Cada momento sin continentes hambrientos, sin países destrozados por la guerra y la miseria, constituye otra gran liberación para millones, en todo el mundo.

Sin embargo, por la Divina Providencia, el honor inmenso de dar inicio a esta maravillosa era recae sobre… ¡nosotros! No ha recaído sobre nosotros debido a nuestros méritos, logros o capacidades, porque nuestros actos son mediocres en comparación con los de eras pasadas. En cambio, así como “los enanos se suben a hombros de gigantes”, nuestros actos finales, apilados sobre la pirámide acumulativa de todas las generaciones pasadas, han alcanzado el punto definitivo. “El que pone las puertas a una casa, es como si hubiera construido toda la estructura”. Cuando esta mitzvá final realizada en cualquier momento por “quienquiera que sea” esté en su lugar, entonces el mundo entero y todas las almas del cielo, junto con los incontables seres espirituales, incluido el mismo Di-s, serán liberados a una maravillosa era de revelación divina, paz y plenitud.

Todos ellos se convertirán en los luchadores incansables que habrán ganado la batalla final en una guerra de buenos actos —esos somos nosotros— contra un mundo oscuro e infeliz, y exclamarán:

¡Nunca tantos debieron tanto a tan pocos!