Estimados lectores:
Esta semana leemos la advertencia de que en los días de abundancia y prosperidad los hijos de Israel olviden a Di-s. El siguiente versículo representa ese proceso.
Te condujo a través del desierto grande y aterrador, donde había serpientes, víboras, escorpiones y sed, sin agua para saciarla.
El desierto simboliza el exilio del alma en el mundo físico. El primer problema surge cuando consideramos al mundo como algo grande imposible de abarcar, los desafíos parecen imposibles de superar, nos sentimos ínfimos. Ahí pasamos al segundo paso, el terror. El mundo físico no solo es más grande que nosotros sino que nos aterra ¿Qué sentido tiene hacer el bien, ser espiritual o ser educado en un mundo tan salvaje?
En ese momento, nos pica la serpiente con su veneno febril, la tentación, el mundo físico tiene sus encantos. ¿Para qué ser honesto si todos roban? ¿Qué valor tiene ser fiel cuando todos son promiscuos? Cuando nuestra pasión por los placeres crece nuestra ética y moral disminuye hasta ser consumida por completo.
El veneno de la serpiente y la víbora por lo menos generan pasión por algo, pero el veneno gélido del escorpión paraliza, desensitiza por completo lo que nos quedará del espíritu divino. ¿Por qué me tendría que preocupar por el si yo puedo ganar arruinándolo? El escorpión termina por eliminar cualquier sentimiento positivo.
En algún momento nos sentimos sedientos, vacios y deprimidos sin nada que nos satisfaga. Probamos análisis, hobbies, más materialismo hasta el extremo del alcohol y las drogas, pero la sed sigue insatisfecha.
Y todo por considerar al mundo demasiado grande, al universo demasiado inabarcable. ¿Qué puede hacer un ser insignificante en un planeta de una galaxia pequeña que tenga alguna relevancia? Ahí nos olvidamos que si Di-s nos colocó en esta tierra es porque somos importantes y necesarios. Nos eligió para que transformemos ese arido desierto en la tierra prometida. Un pasito a la vez.
¡Shabat Shalom!
Rabino Eli Levy
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