A los judíos de Karlsruhe, Alemania, les dieron el derecho a vivir como iguales y en condiciones relativamente pacíficas desde fines del siglo XVII. La comunidad judía floreció entonces en esta ciudad, situada sobre el río Rin y muy cerca de Francia.
Shmuel Straus, un banquero de esta ciudad, gozaba de una vida feliz, con la posibilidad de criar a sus hijos, hacer buenas acciones y estudiar la Torá con su vasta biblioteca de libros judíos durante el tiempo libre. Shmuel ganaba justo lo suficiente para mantener a su familia sin preocupaciones. Era conocido por ser temeroso de Di-s y, por lo tanto, se conducía con honestidad en todos sus negocios.
La primera actividad comercial de Shmuel fue llevar adelante un pequeño banco que le dio su suegro luego de su casamiento. Con un permiso del gobierno, Shmuel cambiaba dinero y gestionaba inversiones para otros. Tenía un abrigo especial con dos grandes bolsillos: en uno llevaba las cuentas por cobrar, y en el otro, dinero para cambio.
Una mañana de viernes, antes de ir al brit, la circuncisión ritual, del hijo de un amigo, se puso el abrigo especial que usaba para shabat, para las festividades y las ocasiones especiales, y guardó en él el dinero que solía llevar en su otro abrigo. Luego de la celebración, fue camino al trabajo como siempre, a cambiar dinero y recibir pagos.
Al mediodía, dejó de trabajar para ayudar en las preparaciones para el sagrado shabat en su casa. Luego de que su mujer encendiera las velas, él se puso el abrigo de shabat y se despidió de su esposa y de sus pequeños hijos, y se dirigió a la sinagoga para los rezos del viernes a la noche.
El shabat era un día especial para Shmuel, y solía pasarlo rezando, aprendiendo y aprovechando preciosos momentos con su familia. Para la comida de shabat, siempre tenían muchos invitados. Aquel shabat no fue la excepción. Mientras caminaba el silencioso tramo de regreso de la sinagoga, se tomaba el tiempo para pensar en las palabras de la Torá que diría en la mesa. Sus invitados, junto con sus familias, llegarían pronto a la casa.
Shmuel se sentó en un banco al costado del camino mientras reunía sus pensamientos, cuando de repente se dio cuenta de que sus bolsillos seguían llenos del dinero de los negocios del día.
Criado bajo la firme creencia de que está prohibido “cargar en shabat” —transferir cualquier cosa del dominio privado (su hogar) al público (las calles de la ciudad), o viceversa—, Shmuel se quedó congelado donde estaba, sudando de sólo pensar en que había cargado el dinero. No podía tolerar la idea de usar dinero cargado hasta su casa en shabat.
Sentado en la calle desierta, de pronto pensó en la alegría que experimentaría por hacer lo correcto, y rápidamente se desabotonó el abrigo y dejó caer al suelo el contenido de sus bolsillos. Lo invadió una ola de alivio. Supo que iba a tener que pagar muchas deudas, y que su futuro estaba en duda. Sin embargo, su confianza en Di-s lo empoderó para tomar una decisión que él sabía era la correcta.
Aquel shabat fue particularmente dichoso para él. Sintió que había pasado la gran prueba que Di-s le había puesto y había salido triunfante. Su especial dicha fue un misterio para su familia y para todos los invitados, que ya se habían sentado antes a aquella mesa.
Cuando el sol se puso y salieron las estrellas, Shmuel pronunció la bendición especial que se recita sobre el vino al terminar el shabat. Su esposa sostuvo la vela especial y los miembros de la familia se pasaron unos a otros la fragancia especial para aliviar el alma frente a la partida del hermoso shabat.
Luego de decir lo posterior a la bendición del vino, Shmuel contó a su familia lo que había ocurrido en la noche del viernes, y reveló así el motivo de la extraordinaria dicha de aquel shabat. También les dijo que aquel podía ser el comienzo de una vida más difícil. Su esposa aceptó la voluntad de Di-s y les aseguró a los demás que todo resultaría de la mejor manera.
Esa misma noche, Shmuel decidió revisar el camino que había recorrido, con la esperanza de encontrar lo que había tirado. ¡Y lo encontró! Y cuando abrió la puerta de su casa, la familia soltó un suspiro de alivio, porque todo estaba intacto; todo el dinero estaba allí.
Algunos días después, el ministro de Finanzas de la región de Baden escuchó de la existencia del confiable banco Straus, y le confió a Shmuel una enorme suma de dinero. La inversión en el banco se difundió y muchas personas adineradas invirtieron su dinero con Shmuel.
Hoy, el legado de Shmuel está vivo en Ierushaláim, donde existe en su nombre el patio Straus, un lugar de enseñanza de la Torá. Sus hijos vendieron Straus & Company en 1938, cuando se fueron de Alemania para establecerse en California.
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