Recuerdo que cuando era adolescente me di cuenta de que lo primero que hacía cada día el Rebe de Lubavitch, rabí Menajem Mendel Schneerson, de bendita memoria, antes de llegar a la Sede Central de Jabad Mundial, era leer con atención las cartas que recibía de gente de todo el mundo. Le llegaban cartas de parte de estudiosos y de gente común; de niños, maestros, científicos, activistas judíos y jefes de estado. La mayoría de las cartas contenían pedidos de consejos y de bendiciones vinculados con los desafíos que los remitentes enfrentaban en la vida.

Antes de comenzar el servicio de rezos matutino, el Rebe preguntaba si alguien había traído más cartas. A veces esto sucedía dos o tres veces antes de comenzar a rezar.

De vez en cuando un grupo de estudiantes tenía una reunión jasídica con rabí Ioel Kahan, el reconocido estudioso de Jabad. Estas reuniones, conocidas como farbrenguens, son un momento para reflexionar sobre nuestras acciones y considerar qué aspectos de nuestro comportamiento tenemos que mejorar.

Rabí Kahan explicaba que uno tiene que preocuparse por el sufrimiento del otro y los desafíos del otro.

Muchas veces, a principios de los 50, espiábamos por la ventana del estudio del Rebe. Siempre había muchos volúmenes de investigaciones judías sobre el escritorio, que el Rebe leía profundamente ensimismado.

El rabino Kahan nos contó que él también vio una vez por la ventana: “Vi al Rebe rezar con atención, con lágrimas en las mejillas, mientras sus manos reposaban sobre un paquete de cartas con pedidos de la gente”.

Quien está familiarizado con la filosofía de Jabad entiende que el tiempo anterior a los rezos y durante los rezos se considera una de las partes más importantes del día para la reflexión y el perfeccionamiento de sí. Es un momento apropiado para contemplar la grandeza de Di-s y estudiar textos que nos hacen ver pequeños frente al infinito Creador de nuestro universo.

El Rebe hacía todo esto. Sin embargo, una parte central de su servicio era rezar por las necesidades de los demás y derramar lágrimas por las cartas que escribían para expresar sus dificultades y sus desafíos personales.

Yo aprendí del Rebe que si bien necesitamos trabajar en el perfeccionamiento de nuestro carácter personal, no debemos olvidarnos de los otros ni de sus necesidades.