Había dos hermanos que eran muy escrupulosos respecto de la mitzvá de melavé malká. Tenían mucho cuidado con la observancia de esta comida especial posterior al shabat, y la honraban con pescado, carne, vino y todo tipo de delicias.

Una vez sucedió que tendrían una reunión de negocios muy importante poco después de shabat, fuera de los límites de la ciudad. Era necesario que viajaran de inmediato después de la havdalá, así que tenían un dilema. ¿Qué debían hacer?

“Tenemos que cumplir con la mitzvá de melavé malká”, dijo uno de los hermanos.

“Pero este viaje es crucial, y tenemos que partir justo después de shabat”, dijo el otro.

No querían apresurarse con la cena, porque esta mitzvá era muy importante para ellos. ¿Cómo podían cumplir con la mitzvá como solían hacerlo y honrarla con música y buena comida?

Decidieron que, como el lugar de la reunión no estaba muy lejos, lo mejor sería llevar provisiones con ellos, y cuando la reunión terminara, sentarse y celebrar con alegría su melavé malká como acostumbraban hacerlo. Llevaron consigo jalá, pescado, carne, vino y muchas delicias, y se pusieron en marcha.

Era invierno, y cuando partieron comenzó a nevar y los fuertes vientos los apartaron del camino blanco. Perdieron el rumbo y se encontraron en un bosque.

Vieron una luz que brillaba no muy lejos de donde estaban y fueron hacia ella. Encontraron una casa iluminada en el oscuro bosque. Se detuvieron en la puerta y golpearon fuerte. Alguien salió de ella, llevó hasta el patio el caballo y la carreta de los hermanos y los invitó a entrar.

Les mostraban una habitación cuando, de repente, escucharon la cerradura de la puerta detrás de ellos. En ese momento entendieron que estaban atrapados en una guarida de ladrones y asesinos. Escucharon con atención y oyeron a más hombres que entraban a la casa y voces que gritaban fuerte. Los recién llegados abrieron la puerta de la habitación en la que estaban secuestrados los hermanos, les echaron un vistazo y de inmediato volvieron a cerrar. Luego el grupo se sentó a comer y a beber.

Los hermanos se miraron el uno al otro y dijeron: “Aún no hemos celebrado la mitzvá de melavé malká. Celebrémosla ahora, aunque sea lo último que hagamos”. Abrieron sus bolsos y sacaron toda la comida que habían traído. Con alegría y una canción comenzaron su cena, tal como era su costumbre.

De repente se abrió la puerta y los rufianes lanzaron a otra persona dentro de la habitación. La fiesta continuó luego, aun con más ruido que antes.

Transcurrió la noche y los dos hermanos y su compañero escucharon cómo se hacía cada vez más silencio en la otra habitación, hasta que todo enmudeció. En ese momento, decidieron intentar abrir la puerta para ver si existía alguna posibilidad de escapar. Para su sorpresa, descubrieron que, con algunas maniobras, podían desgoznar la puerta. Luego de arreglárselas para salir con mucho cuidado de la habitación, se asombraron al ver a todos los hombres echados en el piso, en el sueño de una profunda borrachera.

Dejaron la casa en silencio y fueron al patio a buscar sus caballos y sus carretas. El otro hombre les dijo que había traído consigo un vino muy fuerte, y que al parecer los malhechores se lo habían tomado todo y se habían emborrachado por completo. Desató su caballo y les dijo que hicieran lo mismo con los suyos. Él les mostraría cómo salir del bosque. Los hermanos siguieron al extraño y pronto volvieron a un lugar seguro.

¿Quién era aquel hombre que llegó a rescatarlos justo a tiempo, que trajo el fuerte vino que hizo caer a los criminales desmayados por la borrachera? No lo sabemos. Quizás no fue otro que David, rey de Israel, que vino a salvar a sus hermanos en virtud de la comida de melavé malká, que se come en su honor.

(Traducido de Likutei Sipurim por el rabino Chaim Mordechai Perlow, pp. 351-352.)