Pregunta:

Tengo una pregunta fundamental sobre el enojo. ¿Qué pasa si alguien tiene asuntos profundos, cicatrices, sensaciones de abandono, enojo, tristeza, ansiedad, etc., pudriéndose por dentro? ¿Cuál es la punto de vista de la Torá sobre cómo hay que lidiar con esas cuestiones psicológicas?

Me uso a mí mismo como ejemplo: tengo problemas con mis padres y con la forma en la que me trataron que afectan la manera en la que veo el mundo. Tengo algunos interruptores que se levantan con facilidad; a veces me enojo y me molesto mucho. Sé que no es ni sano ni conveniente. Hago mucho esfuerzo por cambiar. Pienso en Di-s, en confiar en Di-s, en creer que cada momento en la vida es una oportunidad para crecer, cambiar y trascender. Intento tener fe en que él ha dispuesto esta vida para mí, con sus cosas fáciles y las difíciles, según lo que es mejor para mí, y que todas mis dificultades y tribulaciones son para crecer y experimentar cambios positivos.

Pero aun así, mis interruptores se levantan con facilidad, y tengo mucha frustración, enojo, resentimiento, que no están resueltos...

¿Alguna palabra sabia sobre esto?

Respuesta:

Me tomó un tiempo pensar esta respuesta. La cuestión represión versus expresión no es sencilla.

Con cuestiones como esta, siempre vuelvo a una obra clásica: el Tania, de rabí Schneur Zalman de Liadi. La escribió más de cien años antes de que Freud tuviera su epifanía, pero anticipó muchas de sus ideas originales. Freud estaba interesado en ayudar a las personas a ser productivas en la vida en sociedad, mientras que rabí Schneur Zalman tenía metas más elevadas: que las personas tuvieran un sentido de espiritualidad y de lo divino. Sin embargo, su consejo con respecto a la represión mantiene ambos pies firmes sobre la tierra.

En el capítulo 28 del Tania encontrarás unas líneas cargadas de significado sobre cómo lidiar con los pensamientos perturbadores: “No te equivoques tratando de encontrar la raíz de estos problemas y de elevarlos. Esto es sólo para los tzadikim (las almas iluminadas). Pero una persona normal, ¿cómo puede elevar estos pensamientos cuando está ella misma amarrada a lo bajo?”

En la jerga actual, a esto se lo denomina “tratar de levantarse tirando de los propios cabellos”. No te lleva demasiado lejos.

Luego está la negación. La negación no significa negar estos pensamientos. La negación es estar enojado porque un pensamiento semejante comete la desfachatez de aparecer en el radar de tu conciencia. O estar paralizado por la vergüenza y la culpa. Una reacción como estas, escribe rabí Schneur Zalman, es síntoma de un ego demasiado inflado. “Una persona así”, escribe, “no reconoce cuál es su lugar”. Cree que debería ser pura y honrada; y que a una persona así nunca le surgirían pensamientos como esos. ¿Entonces por qué aparecen en su cerebro?

En cambio, escribe, una persona equilibrada reconoce que estos pensamientos son naturales en un ser humano que vive en el planeta Tierra. Entonces ignora el pensamiento y sigue adelante con su vida. Cuando llegue el momento adecuado, encontrará la manera de mejorar. Pero no caerá en la trampa de pelear contra las sombras de sus propios pensamientos.

Todos tenemos dentro nuestra parte de animal hambriento: somos bestias salvajes que destrozan y devoran a su presa, burros que se niegan a moverse de su lugar, perros rabiosos que le ladran a cualquiera que pase y monos que se comportan como tontos. Sí, debemos domarlos. Pero no intentes domesticar a tu perro mientras ladra. En ese momento, lo que quieres es que se calle y se quede quieto.

¿Cómo y cuándo se lidia con esas pequeñas molestias? A medida que pasa la vida se presentan las oportunidades.

Cuando vives con otras personas, aprendes a hacer espacio y a compartir. Quizás descubras que tienes dentro un molesto rinoceronte al que no le encanta la idea de compartir espacio. Lo identificas y lo ahuyentas.

Cuando crías a tus propios hijos, identificas en tus propios comportamientos y reacciones los patrones que se alimentaban de experiencias dolorosas cuando eras niño. Ahora es tiempo de cambiar, y ahora tienes el poder hacerlo. Estás atento a esas reacciones, las reconoces: “Sí, esto es lo que soy. Pero no tengo por qué seguir siendo así”. Y haces las cosas bien.

Sucede algo similar con los demás desafíos de la vida: la profesión, las amistades, el matrimonio, la salud. Cuando un problema se convierte en un obstáculo real para progresar, es entonces cuando sabes que es momento de derribarlo.

¿Cómo lo derribas? Sólo tienes que hacer las cosas bien. Olvídate de buscar en tu pasado. Olvídate de las autoevaluaciones. Eso es más que aquel fútil “tratar de levantarse tirando de los propios cabellos”. Sólo haz las cosas bien y todo se arreglará, ya sea que llegues al fondo del problema o no.

La pregunta aún es la misma: al final del día, te seguimos diciendo que des impulso a tu vida. ¿Cómo se puede esperar que una persona escale la resbalosa superficie que es la vida sin la ayuda de la mano extendida de alguien que ya lo haya hecho?

La respuesta es que no se puede. Es por eso que cada uno de nosotros necesita de un maestro y un guía. Es por eso que el jasidismo tiene un Rebe: se establece un vínculo con un tzadik que está firme frente al precipicio de la vida con una fuerte soga en la mano para ayudar a otros a subir. E incluso entonces se necesita también un maestro más inmediato, alguien que esté más cerca de cada situación personal para ser un guía paso por paso. E incluso entonces todos dependemos de buenos amigos con los que podamos contar y en los que podamos confiar para que nos digan cuando nos equivocamos, con amor y preocupación.

Encuentra un único camino. Encuentra un Rebe, un verdadero tzadik que te enseñe en ese camino. Encuentra un maestro. Y encuentra buenos amigos.

Luego sólo avanza, paso a paso, camino arriba. No mires hacia abajo, a las profundidades de las que vienes; salvo para confirmar que “sí, es un gran desafío, y mira lo que he logrado para llegar tan lejos”.