¿Quién no ha oído hablar de Miriam, la profetisa, hermana mayor de Moshé? Una mujer que inspiró a toda una generación de judíos esclavizados en Egipto. Una mujer que puso su vida en riesgo para salvar a los niños que el Faraón había ordenado asesinar. Una mujer tan honrada que profetizó la redención; una mujer tan creyente que preparó instrumentos musicales para los rezos de acción de gracias que los judíos entonarían tras su liberación. Luego del Éxodo, fue gracias a ella que, mientras andaban por el desierto, los judíos encontraron agua fresca que manaba de una roca llamada “el pozo de Miriam”.

A pesar de que hay tanto para aprender sobre Miriam, la Torá destaca un acontecimiento de su vida, y nos exige siempre “recordar lo que Di-s hizo con Miriam en el camino desde Egipto” (Devarim 24:9). De hecho, este es uno de los únicos seis acontecimientos que debemos recordar todos los días.

¿A qué episodio se refiere este versículo?

Miriam descubrió que Moshé se había separado de su esposa, Tzipora, debido a la elevación de su espíritu. Al discutir la cuestión de su hermano Aarón, Miriam elogió a Tzipora por ser una mujer bella y perfecta en todo sentido, y expresó que la separación de Moshé no estaba justificada. Según la estimación de Miriam, el nivel espiritual de Moshé no era una razón adecuada para separarse; después de todo, ella y Aarón eran ambos profetas casados.

Miriam subestimó a Moshé y su nivel superior de profecía. Moshé no tenía comparación: Di-s se le aparecía todo el tiempo. Tenía que estar “de guardia” en todo momento, día y noche, y esa situación no era compatible con el matrimonio.

Di-s castigó a Miriam: “¿Por qué, pues, no temiste hablar contra mi siervo, contra Moshé?” Por hablar de forma impropia acerca de Moshé, Di-s afligió a Miriam con lepra, y ella estuvo en cuarentena durante siete días, fuera del campamento judío. A pesar de que los judíos debían seguir su viaje, por respeto a Miriam, la esperaron hasta su regreso.1

Este es el episodio que la Torá no nos permite olvidar jamás.

Este relato se entiende clásicamente como un recordatorio diario sobre lo dañino del lashón hará (el discurso negativo), y sobre lo sensibles y cuidadosos que debemos ser con nuestras palabras. Miriam adoraba a Moshé, y sus palabras no tenían intención de dañarlo. Ni siquiera habló mal de Moshé, más allá de compararlo con otros profetas. El objeto de su conversación, Moshé, era demasiado humilde como para sentirse ofendido. Sin embargo, Miriam fue castigada. ¡Cuánto más entonces debemos nosotros tener cuidado de no hablar negativamente sobre los demás!

Pero esto trae una pregunta: de todas las historias sobre Miriam, ¿por qué la Torá eligió este episodio que la favorece poco y nos obliga a recordarlo? ¿No hay otra manera de lograr el resultado deseado (hacernos conscientes de los males del lashón hará? ¿Por qué una mujer tan inspiradora y honrada debe ser recordada por un error (cometido una sola vez, sin malas intenciones)? Esta historia debe transmitir también algo positivo sobre Miriam, un mensaje oculto tras la superficie.

Desde la perspectiva judía, el matrimonio es un ideal y una institución sagrados. Debió de haber habido una circunstancia muy excepcional para que Moshé y Tzipora hicieran semejante sacrificio personal y se separaran. Miriam entendía esto, pero no podía reconciliarse con la situación. Ella era una decidida devota del pueblo judío. En Egipto no le importó que corriera riesgo su vida y sirvió, junto con su madre Iojéved, como partera. La apodaron “Puá”, gracias a su facilidad para calmar a los recién nacidos. Ella y su madre salvaron numerosos bebés desafiando las órdenes del faraón.

Los niños eran la pasión de Miriam, lo que más amaba. La continuidad del judaísmo era su causa. Miriam entendía que cada niño que nace fortalece a todo el pueblo judío; cada alma es otra vela que ilumina el mundo.

Miriam no podía evitar soñar con que Moshé y Tzipora tuvieran otro hijo.2 Si cada niño que nace tiene un valor incalculable para el pueblo judío, ¡cuánto más un niño nacido de semejantes gigantes espirituales y criado por ellos!

Cuando Miriam descubrió que Moshé se había separado de Tzipora, se encontró en un dilema. Por un lado, ¿se atrevía a hablar contra Moshé? Junto con todo el pueblo judío, había sido testigo de la comunicación exclusiva que había tenido con Di-s en el monte Sinaí. Ella lo vio descender con las tablas. Él fue el conducto de las misivas de Di-s hacia el pueblo. No había duda de su grandeza. Era claro que desafiar cualquier cosa que hiciera podía tener consecuencias graves; ¡una ofensa contra el siervo predilecto de Di-s estaba a la altura de una ofensa contra Di-s mismo! Por otro lado, ¿cómo podía contenerse? ¿Podía permanecer callada ante semejante desperdicio de potencial?

Lo que ocurrió luego es historia. La conclusión de Miriam fue que si había incluso una mínima posibilidad de que sus esfuerzos condujeran a que Moshé y Tzipora se volvieran a unirse y tuvieran otro hijo, estaba dispuesta a asumir el riesgo. Haría ese sacrificio.

En el análisis final, Miriam se equivocó; no logró apreciar el nivel único de las profecías de Moshé, ni su relación con Di-s, que acabó con su matrimonio. Precisamente debido a su grandeza, el castigo por este pequeño error fue tan severo. Di-s tiene expectativas muy altas para los justos. Sin embargo, no hay duda de que las intenciones de Miriam fueran nobles y puras, de que su sacrificio tuviera valor y de que su perspectiva fuera loable y digna de emular. Por eso, todo el pueblo —con el Tabernáculo, el Arca y la Divina Presencia— esperó con respeto su regreso antes de continuar con el viaje.

Recordar esta historia todos los días nos permite abstenernos de hablar mal de otros, pero también enfatiza la importancia de tener hijos. El sacrificio y la determinación de Miriam sirven como una inspiración siempre presente.

Este ensayo está dedicado a mi querida madre, la Rebetzin Tzivia Miriam Gurary, de bendita memoria, en honor a su séptimo iartzeit.