A veces, cuando estoy entre reuniones y saludos, alguien saca a relucir aquellas viejas palabras: “No pierda el tiempo, rabino; yo no soy (o él no es) un buen judío”.

Como prueba de su falta de religiosidad o capacidad de redención, de inmediato señalan a su novia no judía o me muestran su sándwich de tocino, y esperan que retroceda horrorizado y huya en busca de un objetivo más prometedor.

Casi como si pensaran que el trabajo de un rabino debería limitarse a aconsejar a los conversos, a cuidar sólo a aquellos que ya creen o han demostrado interés en seguir perteneciendo a la religión. Sin embargo, yo diría que son precisamente los judíos que han tenido menos exposición previa al judaísmo, o quienes han caído más lejos, quienes más merecen nuestra atención.

Un judío es un judío. Lo que cuenta no es dónde estás, sino lo que haces. Y nosotros sabemos que cada acción de cada judío para Di-s es única e invaluable.

No forzamos a nadie a hacer lo correcto. Trataremos de persuadirte con amabilidad, humor y cariño en lugar de hacerlo con intolerancia y miedo. No imponemos nuestros valores por la fuerza ni por orden judicial. Nos tomamos la molestia porque nos importa, y cuando alguien responde de manera positiva a nuestro mensaje positivo todos nuestros esfuerzos valen la pena.

Esta semana leemos la extraordinaria historia del malvado profeta Balaam, quien cruzó el desierto para maldecir a los judíos. En tres ocasiones diferentes, un ángel guerrero intenta interponerse en su camino, pero es ignorado. El burro de Balaam adquiere luego, por un milagro, el poder de hablar, y así intenta advertir a Balaam para que revierta su maleficio, y luego de que fallan todos estos intentos, Hashem le muestra el ángel a Balaam y lo advierte de forma directa.

El Rebe señaló todo lo que Di-s hizo en su intento por evitar que Balaam pecara, primero con pistas más leves y luego una progresión constante de señales cada vez más obvias de que valía la pena cambiar de rumbo.

Piénsalo. Balaam era un malvado asesino que sólo predicaba la inmoralidad, el mal y el derramamiento de sangre. Según el Talmud, no tenía cualidades que lo redimieran y merecía el castigo en este mundo y en el próximo. Y aun así, Hashem le ofreció, una tras otra, todas las posibilidades de redención.

Cuánto más debemos nosotros estar dispuestos a alcanzar con amor a cada uno de nuestros queridos hermanos y hermanas. Cuánto más debemos tener la voluntad de intentar una y otra vez mostrarles el camino a Di-s y el sendero de la Torá. No hay judío que esté más allá de la redención. No existe cosa tal como un mal judío. Cada judío merece un tiempo y un esfuerzo ilimitados, porque cada judío vale un mundo.