Recientemente tuve una operación para remover un quiste. Por supuesto, mientras la operación se estaba llevando cabo, no dolía . Pero luego el dolor era terrible.
Mientras estaba acostada y me estaban operando, el cirujano me dijo que él dejaría la herida abierta. Se trataba de un agujero de unos 3cm x 4cm, y se curaría en un par de semanas. Me explicó que podría bañarme con normalidad y que estaría bien.
Le pregunté por qué no lo iba a coser y cerrarlo, y me explicó que al dejarlo abierto se curaría más rápido y sin infección.
Me horrorizaba al pensar en un agujero abierto, y no podía imaginarme cómo es que se curaría sin infectarse. De hecho, estaba obsesionada con ello y me llevó bastantes días antes de poder animarme a verlo.
Sí, era horrible, como él dijo: un agujero.
Seguí sus instrucciones en mantenerlo limpio y cubrirlo con gasa. Y él tenía toda la razón…no se infectó. Lo miré durante semanas, cómo se curaba lentamente, capa por capa. Me fasciné con el cuerpo humano, cómo es que se cura por sí mismo. Lentamente, a su paso, sin ninguna intervención externa.
Me hizo pensar sobre cómo nosotros curamos otros tipos de heridas, emocionales y físicas. Si intentamos poner un apósito o pegarlos o coserlos, tienen una mala tendencia a infectarse y a resurgir. Nos harán “recordar” que están todavía allí y nos darán dolor.
Pero si curamos esas heridas emocionales, lentamente, capa tras capa, al propio ritmo del cuerpo, y tenemos fe en el cuerpo que nuestro Creador nos dio, el cuerpo mismo sabe cómo hacer su trabajo, y se curará por completo y la herida se cerrará.
Por supuesto que cuanto más profunda sea la herida, más tarda en cerrarse, pero créeme: lo hará.
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