1951. 770 Eastern Parkway, Brooklyn, New York.

En el décimo día del mes hebreo de Shevat, invierno boreal, un pequeño grupo de Jasidim estaba amontonado esperando ansiosamente escuchar las primeras palabras de su nuevo Rebe.

Esta humilde reunión representaba el escaso remanente de la otrora gloriosa dinastía jasídica conocida como Jabad Lubavitch, que en el pasado había contado con cientos de miles de personas entre sus filas, con centros y asentamientos activos en gran parte de Europa del Este.

Muchos de los presentes habían perdido a gran parte de sus familias a causa de las purgas estalinistas o durante la guerra, mientras que otros se habían aventurado antes acruzar el Atlántico y habían comenzado a asimilarse en diversos grados a la cultura estadounidense circundante. Y sin embargo, aquí estaban todos, esperando y preguntándose qué sería de ellos y de su forma de vida en esta nueva tierra, y cuáles serían sus órdenes de marcha de ahora en más.

Hacía exactamente un año que el sexto Rebe de Lubavitch, R. Iosef Itzjak Schneersohn, había fallecido, creando un vacío de liderazgo en esta comunidad tan unida de eruditos y místicos piadosos, judíos sencillos y sobrevivientes. Durante el período intermedio, el futuro del movimiento fue incierto, ya que el nuevo Rebe había rechazado sistemáticamente todas las invitaciones para asumir el cargo.

Se produjeron numerosos debates y deliberaciones. ¿Quién los dirigiría? ¿Adónde acudirían en busca de consuelo, fuerza y guía en la vida y la Torá?

Con semejantes preguntas revoloteando, junto a los traumas de la vida bajo el régimen soviético y a las secuelas de la guerra, es fácil imaginar a este pequeño grupo de inmigrantes, en su mayoría de lengua idish, sintiéndose profundamente angustiados y desorientados.

Dentro de este relativo caos, el Rebe reveló un orden oculto. Retomando exactamente donde su suegro, el sexto Rebe, había dejado, el nuevo Rebe comenzó su discurso inaugural con las conocidas palabras del Cantar de los Cantares, Bati Legani (“He venido a Mi jardín”)1 .

Estas fueron las mismas palabras de apertura citadas por el anterior Rebe, R. Iosef Itzjak en su discurso final, que equivalía a una especie de última voluntad y testamento para sus seguidores, publicado precisamente un año antes. Este sutil acto de conexión espiritual —enhebrar la proverbial aguja de un Rebe al siguiente— fue tan importante para el Rebe, que durante las siguientes cuatro décadas, el Rebe continuaría examinando y revelando cada año aspectos más profundos y elevados de aquella última enseñanza de su predecesor y suegro, R. Iosef Itzjak en la reunión jasídica anual que marca el aniversario de su fallecimiento.

En última instancia, ambos Rebes interpretaron el verso de Bati Legani de una manera profundamente creativa e inspiradora: A pesar de toda la incertidumbre eruptiva y el caos destructivo que salpican el pasado reciente y que aún definen los tiempos de muchas maneras, el mundo no es una masa cruel y sin sentido que se lanza a ciegas por el espacio. El mundo es el jardín de Di-s, Su selecta creación y morada elegida.

Comprender y vivir esta verdad depende en gran medida de la forma en que uno vea y entienda el mundo que lo rodea y a sí mismo.

Cuando miras al mundo y a tu alma, ¿ves un a tierra de desolación o una tierra de maravillas, un desierto o un oasis?

Según la escuela jasídica tenemos, cada uno de nosotros, el poder de definir e intervenir nuestra propia experiencia sobre la base de nuestra propia percepción. Sabiendo esto desde cada fibra de su ser, el Rebe desarrolló rigurosamente y expresó consistentemente lo que yo llamaría un profundo y programático Sesgo de Positividad hacia la vida, hacia la Torá y hacia las personas, llevándolo a buscar y encontrar la esencia pura y positiva dentro de todos y de todo.

Viendo el Templo constantemente más allá de las ruinas, buscando activamente el aspecto positivo o la oportunidad en cualquier situación dada, creyendo profundamente en la bondad suprema de Di-s y en Su presencia inmanente, viviendo con propósito, responsabilidad y significado, son esas las cualidades que proporcionan la base psicoespiritual de la radical teoría del Rebe y la práctica redentora de la vida.

Cultivar esa conciencia era su manera de cuidar el Jardín de Di-s, al tiempo que nos ayudaba a cada uno de nosotros a ser mejores, más santos y más felices cuidadores de Su Jardín.

Sencillamente, este Sesgo de Positividad, que es la llave al Jardín Secreto de Di-s, se convirtió en la piedra angular de las enseñanzas del Rebe durante las siguientes cuatro décadas, expresándose de innumerables maneras, especialmente cuando continuó explayándose sobre Bati Leganí año tras año.

Qué Mundo tan Maravilloso

En un conocido discurso pronunciado veintidós años más tarde, el 10 de Shevat de 5732 (1972), el Rebe nuevamente expuso sobre Bati Lgani, abordando la potencial disonancia cognitiva que uno puede experimentar al confrontar el argumento de que el mundo es el jardín de Di-s, con la realidad

del mundo tangible en que vivimos. El Rebe lo explicó así:

Cuando miramos alrededor con ojos físicos, sólo percibimos los aspectos físicos en todo lo que vemos y naturalmente nos preguntamos: ¿Qué está pasando con el mundo? La situación se deteriora constantemente, de una generación a otra, e incluso de un año a otro. La bondad no prevalece, las condiciones no mejoran, los valores sagrados y espirituales no dominan....

Tales pensamientos llevan fácilmente a la conclusión de que este mundo no es más que una jungla dominada por bestias egoístas, y que ciertamente no se parece ni remotamente a un jardín de deliciosos frutos deliciosos...

Tales pensamientos también conducen al abatimiento y a la desesperanza. ¿Cómo podemos pretender afectar y cambiar el mundo para mejor si la situación se degenera constantemente?

La forma de nuestros pensamientos influye directamente en el color de nuestras emociones, en el tono de nuestro discurso e incluso en la eficacia de nuestras acciones. Ciertos pensamientos son más propensos a llevarnos por caminos oscuros y destructivos, mientras que otros pensamientos tienen el poder de inspirarnos y fortalecernos en la búsqueda de nuestro propósito más elevado.

Por consiguiente:

Debemos saber que el mundo ¡es efectivamente un jardín! No es simplemente un campo [utilitario] que produce granos [necesarios para subsistir], sino un jardín exuberante que produce frutos preciosos [que proporcionan color, aroma, sabor, belleza y placer].Además, este mundo no es cualquier jardín; es el jardín de Di-s. Como manifiesta el versículo, he venido a Mi jardín. [Por consiguiente, la benignidad del mundo (y la materia) es acorde a la condición de Infinito del Supremo].

Con esta perspectiva [somos capaces de] ver el mundo de forma diferente; empezamos a notar cosas que quizá, a primera vista hayamos pasado por alto. Cuando comprendemos que es nuestra responsabilidad buscar constantemente [a Di-s y el bien], nos esforzamos por mirar a nuestro alrededor y percibir qué hay debajo del caparazón, el fruto bajo la corteza.2


Además, a pesar de toda la evidencia en contra:

Confiamos en que descubriremos con éxito el jardín que está latente en la creación, porque la Torá nos dice que, efectivamente, está ahí, esperando a ser descubierto....

Sabiendo que un precioso tesoro espera ser descubierto, nos mantenemos centrados en nuestra tarea y no nos dejamos desviar por otras cuestiones....

Debemos saber que habitamos un mundo maravilloso. Y al contemplar lo anterior, podemos atravesar decididamente la vida... seguros de que encontraremos los frutos del jardín de Di-s.

Es fácil decirlo

Independientemente de lo bienintencionadas que sean, estas afirmaciones suelen dejarnos con la sensación de que quien las manifiesta no debe haber experimentado jamás el verdadero sufrimiento.

Sin embargo, tal como ya lo hemos manifestado en la introducción, y bien vale recalcarlo nuevamente en este contexto, el Rebe vivió olas de pogroms, una epidemia de tifus, crisis de refugiados, los campos de exterminio de la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique, el ascenso del comunismo, el destierro al que fue forzado su padre, que pereció allí en el exilio, la Segunda Guerra Mundial y la privación de hijos. Además, como Rebe, e incluso antes —como veremos— en su vida se dedicó a absorber y cargar con el dolor de cientos de miles de personas que acudían a él en busca de curación y consejo, de bendición y apoyo, de amor y aceptación, ayuda e incluso de alguna razón para vivir.

Similarmente, R. Iosef Itzjak, quien introdujo por primera vez la idea de que el mundo tal y como lo conocemos es de todas formas “el jardín de Di-s”, también vivió una vida de inimaginable dolor y sufrimiento, tanto personal como histórico.

Después de todo, R. Iosef Itzjak fue encarcelado, torturado, exiliado y condenado a muerte por los soviéticos, sobrevivió al bombardeo de Varsovia al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sufrió de esclerosis múltiple, perdió una hija en el campo de exterminio de Treblinka, fue testigo de la disminución drástica de los miembros de su comunidad debido al comunismo y al Holocausto, y le tocó ser testigo de la asimilación generalizada de los judíos americanos a su llegada al nuevo mundo.

En propias palabras del Rebe:3

Todo lo anterior son las opiniones de un hombre que ha visto la aflicción (Lamentaciones 3:1), que pasó por un sufrimiento indecible, tanto antes como después de haber llegado a las acogedoras costas de América....

Y sin embargo, como señaló el Rebe en 1972, seguía siendo capaz de ver el jardín de Di-s bajo toda la destrucción y profanación del hombre.

Los Rebes vivieron los violentos paroxismos de un mundo enloquecido y fueron testigos presenciales de la más civilizada de las naciones transformándose casi de la noche a la mañana en la más cruel de las máquinas de matar.

Sufriendo junto a millones de sus hermanos, contemplaron con el corazón desgarrado la destrucción de la judería europea, todo ello mientras el mundo “desarrollado” y “culto” permanecía en silencio preguntándose qué hacer con la “cuestión judía”.

Estos hombres tenían todo el derecho a ser pesimistas sobre el mundo y la condición humana, y a perder la fe en la prosperidad de la historia y de la humanidad.

Y sin embargo, a pesar de todo lo que habían sufrido, ambos Rebes mantuvieron firmemente esta enseñanza fundamental durante todo el período de su liderazgo: “¡El mundo es intrínsecamente benigno, así diseñado deliberadamente, y no sólo eso, sino también hermoso! ¡La realidad misma es una verdadera obra de arte sagrada!”

Ambos, a su manera, dedicaron cada fibra de su ser a sanar el espíritu destrozado de un pueblo maltratado, y a ayudar a reconstruir y renovar su fe en Di-s, en Su mundo y en sus creaciones, un día tras otro y una buena acción tras otra.

Una y otra vez, sin importar lo que hayan debido enfrentar en la vida, declararon claramente y a viva voz: “¡Este mundo es un jardín! ¡Y su conservación nos ha sido delegada a nosotros!”

Por más que el pasado esté plagado de nuestras monstruosidades colectivas y errores personales, cada uno de nosotros es, en esencia, sumamente capaz de revelar las sagradas chispas de luz que yacen dispersas bajo la superficie de un mundo fragmentado.

Para ello, cada uno de nosotros debe asegurarse de afinar su percepción para no perder nunca de vista la belleza originaria de la vida, ni olvidar la Mano de Quién la diseñó.

Este es nuestro trabajo redentor como jardineros fieles, trabajo para el que el Rebe jamás dejó de prepararnos: Ver siempre el bien en el mundo, ver siempre a Di-s en el mundo, y cuidar Su jardín.

Esta declaración de misión espiritual fundamental, colmada de sagrada jutzpá y esperanza, llegó a la vanguardia de la conciencia judía cuando más se necesitaba, resurgiendo como un ave fénix de las cenizas humeantes del odio, el miedo y el genocidio para inspirar a un ejército de iluminadores de ideas afines.

Esta era la manera del Rebe: desterrar la oscuridad a través de la luz.