Viena, 1960. Viktor Frankl, el autor y psicólogo de fama mundial, estaba listo para desarraigarse de toda su vida (su investigación, su práctica clínica, su familia) y mudarse a Australia.
Habiendo sobrevivido los horrores inimaginables del Holocausto y emergiendo de las cenizas de Auschwitz con una teoría poco ortodoxa y audaz de la psicología humana, ya no pudo soportar la constante burla del trabajo de su vida por parte de sus colegas. El punto de vista de Frankl sobre la naturaleza humana difería en ciertas áreas clave de los puntos de vista freudianos que dominaban la disciplina de la psicología después de la guerra, lo que lo convirtió a él y a su trabajo en un blanco constante del ridículo académico público.
La disminución de sus creencias más profundas acerca de la composición interna del ser humano fue la gota que derramó el vaso. Podía sobrevivir a los ataques de los nazis en su cuerpo, pero ya no podía soportar en su alma los ataques de sus compañeros.
Fue en ese momento cuando Marguerite Kozenn-Chajes (1909-2000), una conocida cantante de ópera y descendiente de jasidim de Vizhnitz, llamó a su puerta en Viena.1 Cuando el Dr. Frankl abrió, encontró a una mujer vestida con ropa muy elegante, a quien nunca había visto antes, parada en la puerta de su casa.
Se anunció a sí misma como la portadora de un mensaje personal dirigido a él por el Rebe jasídico, R. Menachem Mendel Schneerson, de Brooklyn, Nueva York. Al escuchar esta sorprendente explicación de su visita, y al reconocer el nombre del Rebe, el Dr. Frankl rápidamente invitó a la Sra. Chajes a hablar en privado.
“El Rebe me pidió que le dijera”, comenzó, “que no debe rendirse. Debe ser fuerte. No se deje molestar por quienes le ridiculizan. Tendrá éxito y su trabajo logrará un gran avance”.
Al escuchar esta voz tranquilizadora desde lejos, el Dr. Frankl rompió a llorar. Desalentado, recientemente había estado completando sus documentos de inmigración a Australia. Se había dado por vencido, pero las palabras de aliento del Rebe le devolvieron la vida al Dr. Frankl.
Después de recuperar la compostura, el Dr. Frankl respondió vigorosamente con un compromiso renovado de continuar el trabajo de su vida. Y, de hecho, lo hizo. Después de este encuentro decisivo, el Dr. Frankl redobló sus esfuerzos para difundir sus ideas únicas y enfoques terapéuticos para curar la psique humana. No mucho después, su obra maestra El hombre en busca de sentido fue traducida al inglés, lo que despertó un interés popular inmediato en su trabajo y visión del mundo que ha continuado hasta nuestros días. Solo ese trabajo se ha traducido a 28 idiomas y se han vendido más de diez millones de copias, dando lugar a un género completo de literatura de autoayuda, así como al campo de la logoterapia, la filosofía y práctica de salud y curación psicológica únicas de Frankl.
La historia nos dice que Viktor Frankl se convirtió en uno de los pensadores más influyentes del siglo XX; vivió el infierno del Holocausto y, sin embargo, encontró la fuerza para presentar una visión inspiradora de la psique humana que se desviaba de manera fundamental de las normas aceptadas de su tiempo. Pero, ¿por qué el Rebe estaba tan preocupado por el Dr. Frankl y, particularmente, por el destino de su trabajo? Había muchos psicólogos judíos en ese momento, el propio Freud era judío, ¿qué había en la visión del Dr. Frankl de la psique humana que despertó tanto el interés del Rebe y atrajo su atención y apoyo personal?
Para responder a esa pregunta, debemos profundizar en los comienzos del psicoanálisis mismo. En la década de 1920, Viktor Frankl era un estudiante preciado de Sigmund Freud. De hecho, desde el inicio mismo del campo del psicoanálisis, Frankl fue uno de los primeros en adoptarlo y un adepto de las teorías y prácticas radicales de Freud. Sin embargo, después de un tiempo, sus ideas sobre la forma y la sustancia de la naturaleza humana comenzaron a divergir. Donde Freud vio como piedra angular de la conciencia humana el placer puramente egoísta, Frankl vio el potencial del alma para trascender las limitaciones del yo a través de la búsqueda de significado y las obras de bondad. Esta brecha fundamental entre sus perspectivas solo se hizo más amplia y más pronunciada a lo largo de los años.
Sigmund Freud, quien falleció en 1939, nunca se vio obligado a enfrentar la inhumanidad extrema del Holocausto; uno solo puede imaginar cómo eso podría haber complicado o aclarado sus percepciones iniciales sobre la naturaleza psíquica del ser humano.
Viktor Frankl, por otro lado, sobrevivió a Auschwitz. Escuchó sus terribles sonidos y vio sus oscuras visiones; probó sus aguas pútridas y olió sus cadáveres podridos, pero también fue testigo de milagrosos hechos de absoluto desinterés y preocupación.
“Si Freud hubiera estado en los campos de concentración”, escribió Frankl,2 “habría cambiado su posición. Más allá de los impulsos naturales básicos y los instintos de las personas, se habría encontrado con la capacidad humana de autotrascendencia. Los que vivimos en campos de concentración podemos recordar a los hombres que caminaron por las cabañas consolando a otros, regalando su último pedazo de pan. Puede que hayan sido pocos en número, pero ofrecen pruebas suficientes de que todo se puede quitar de un hombre, menos una cosa, la última de las libertades humanas: elegir la propia actitud en cualquier conjunto de circunstancias; elegir el propio camino”.
Fue así que, dentro del crisol de ese horrible campo de concentración, Frankl llegó a refinar y cristalizar sus intuiciones anteriores sobre las realidades subyacentes de la psicología humana. Una vez que terminó la guerra, el Dr. Frankl no pudo eludir la inevitable colisión con los principios fundacionales y los devotos seguidores de su antiguo maestro.
La raíz de su conflicto llega directamente al corazón de lo que constituye el núcleo de una persona. A su manera, cada uno buscó descubrir lo que hay detrás de todo, lo que se esconde dentro de nuestras profundidades psíquicas debajo de las máscaras que le mostramos al mundo. Ambos querían saber qué es lo que realmente impulsa el comportamiento humano: ¿quiénes somos realmente?
En respuesta a estas cuestiones, tanto Freud como Frankl plantearon la existencia de una estructura estratificada de la conciencia humana. Lo que significa que cada humano contiene múltiples niveles de conciencia, incluidas, por supuesto, las regiones inconscientes de la psique que ejercen influencias primarias sobre nuestro comportamiento y se expresan de manera misteriosa a través de los sueños y el lenguaje.
La diferencia entre sus puntos de vista radica en sus respectivos diagnósticos de lo que finalmente está en la raíz de nuestra psique, lo que comprende nuestro ser más esencial.
Freud enseñó que, en el fondo, cada uno posee lo que él llamó el “id”, que es una parte completamente inconsciente e impulsiva de la psique que opera con base en el “principio del placer” y es la fuente de apetitos e impulsos básicos, siempre en busca de placer y gratificación inmediatas.
El Dr. Frankl no estuvo de acuerdo. Sintió que Freud y sus colegas redujeron al ser humano a una mera criatura mecánica, privándolo de su verdadera esencia.
Él creía que las personas están impulsadas principalmente por un “esfuerzo por encontrar el significado en la propia vida”. De ahí el título de su libro más vendido: El hombre en busca de sentido.
Esta diferencia fundamental de opinión entre Freud y Frankl sobre lo que se encuentra en la raíz de la psique humana está bellamente resumida en una conversación entre el Rebe y un conocido profesor que se quejó sobre la naturaleza retorcida de las personas:
“De mis encuentros en la vida, he notado que las personas pueden parecer agradables y encantadoras desde el principio. ¡Pueden expresar preocupación por usted, mostrar interés en su vida e incluso admitir abiertamente que lo aman! Pero si uno cava un poco más profundo que la superficie exterior (algunos requieren más excavación que otros) en su núcleo, todos son exactamente iguales: egoístas, arrogantes y ególatras. ¿Por qué es esta la naturaleza de la humanidad?”
El Rebe respondió con una parábola:
“Cuando uno camina por la calle, las cosas a menudo se ven tan elegantes y atractivas: altos árboles floridos, casas elegantes, carreteras pavimentadas y autos caros. Pero si uno toma una pala y comienza a cavar debajo de la superficie, descubre tierra y barro, nada como el mundo hermoso, pero “engañoso”, sobre el suelo”.
En este punto, el profesor asintió con la cabeza.
“Pero, si no se diera por vencido”, concluyó el Rebe, “y continuara cavando más profundo, eventualmente encontraría minerales y diamantes preciosos”.3
El Rebe reconoció el hecho de que debajo de la superficie de las personalidades externas de las personas, a menudo se encuentra una realidad psíquica mucho menos halagadora. Sin embargo, el Rebe enfatizó que debajo de toda la “tierra y lodo” hay algo más profundo, algo hermoso y sagrado: hay un alma.
Esta es precisamente la razón por la cual el Rebe se interesó tanto por el Dr. Frankl y su trabajo. La visión de Frankl de la psique humana se correspondía bastante estrechamente con la comprensión jasídica: tenemos un alma debajo de la superficie del yo. Esta alma forma el núcleo mismo de nuestro ser y nos conecta con otras almas y con un poder Superior. La activación de este punto central es lo que nos permite trascender nuestra naturaleza más básica y convertirnos en una fuerza para el bien en el mundo.
A lo largo de los años que siguieron a su mensaje motivador inicial para el Dr. Frankl, el Rebe escribió con admiración sobre su enfoque:4 “Es obvio [que] algunos médicos han ayudado y curado a sus pacientes de manera directa, especialmente desde que un profesor (Frankl) encontró el valor en su alma para declarar y anunciar que, contrario a la opinión del famoso fundador del psicoanálisis (Freud), la fe en Di-s y una inclinación religiosa en general, que da sentido a la vida, etc., son una de las más efectivas formas de curación”.
Además, el Rebe continuó apoyando y respaldando su trabajo,5 incluso sugiriendo a otros académicos y psicólogos6 que el trabajo de Frankl sería un buen lugar para encontrar y forjar nuevas conexiones entre los puntos de vista de la psicología y las enseñanzas del jasidismo.
Es más, a pesar de que el Dr. Frankl rara vez se involucró con la comunidad judía de alguna manera pública, se convirtió en un partidario constante del trabajo de Jabad en Viena por el resto de su vida.
De todas las historias anteriores queda claro que, a pesar de la influencia indiscutible de Freud en el campo de la psicología secular, el Rebe sintió un parentesco con las ideas y el enfoque del Dr. Frankl para sanar y motivar al ser humano a ser más humano. El Rebe estuvo de acuerdo con el Dr. Frankl en que cada persona tiene el potencial de ser mucho más que solo su cuerpo y su ego. Al activar su punto interno de significado supremo, una persona puede escapar de las arenas movedizas de las obsesiones egocéntricas y verdaderamente convertirse en santa.
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