Estimados lectores:

Hay una historia conmovedora sobre la festividad de Sucot, la fiesta del Tabernáculo, relatada por el laureado novelista Premio de Nobel israelí, S. Y. Agnon. La ley judía ordena que el judío adquiera un etrog, o citrón, antes de la fiesta de Sucot, y recite una bendición sobre él cada día de la fiesta (excepto en Shabat).

Agnon relata que poco antes Sucot en su barrio de Talpiot en Jerusalém, se encontró con uno de sus vecinos, un rabino mayor venido de Rusia, en la tienda de venta de etroguim.

El rabino le dijo a Agnon que como la ley judía considera singularmente especial adquirir un etrog muy bonito, y estéticamente perfecto, deseaba gastar una gran suma de dinero para adquirir este objeto ritual, no obstante sus medios limitados. Agnon se sorprendió, un día después, cuando la festividad comenzó y el rabino no sacó su etrog durante el servicio en la Sinagoga. Perplejo, le preguntó al hombre dónde estaba el bonito etrog.

El rabino le contó la siguiente historia: “Me desperté temprano, como es mi hábito, y me preparé para recitar la bendición sobre el etrog en mi Sucá. Como usted sabe, tenemos un vecino con una familia numerosa, y nuestros balcones se unen.

Como usted también sabe bien, nuestro vecino, el padre de todos estos niños de la próxima puerta, es desgraciadamente un hombre de poca paciencia.

Muchas veces les grita a los niños. He hablado muchas veces sobre su aspereza pero no ha servido de mucho. Cuando estaba de pie en la Sucá en mi balcón, listo para recitar la bendición sobre el etrog, oí a un niño llorando.

Era una pequeña muchachita, una de las hijas de nuestro vecino. Fui a averiguar lo que estaba ocurriendo. Me dijo que ella también había despertado temprano y había salido a su balcón para examinar el etrog de su padre cuya apariencia estética y fragancia deleitable la fascinaron.

Contra las instrucciones de su padre, ella quitó el etrog de su caja de protección para mirarlo. Desgraciadamente, dejó caer el etrog al suelo, dañándolo irreparablemente y haciéndolo inaceptable para el uso ritual. Ella sabía que su padre se enfurecería y la castigaría severamente.

Esa era la razón de las lágrimas asustadas y los lamentos de aprensión. La conforté, y tomé mi etrog y lo puse en la caja de su padre, tomando el etrog dañado para mí. Le pedí que dijera a su padre que su vecino insistió en que aceptara el regalo del bonito etrog, y que así me honraría en la Festividad. Agnon concluye: “El etrog dañado y magullado de mi vecino el rabino- ritualmente inutilizable- fue el etrog más bonito que he visto en toda mi vida”

Amo esta historia porque, en su suave manera, nos recuerda cómo un judío debe comportarse. Uno debe cumplir las mitzvot con meticulosidad y alegría pero no ha costa de perder la sensibilidad con el prójimo y con los más cercanos aun.

¡Moadim beSimja y Shabat Shalom!