Toda ansiedad surge de un temor o de un miedo. Cuando alguien percibe una amenaza y siente que su bienestar está en riesgo, puede caer de manera involuntaria en un estado de ansiedad. El miedo y el temor son manifestaciones activas del ego. El miedo es la preocupación de que el Yo se vea afectado. Toda inseguridad se inicia a partir de la firmeza con la que una persona se aferra a su ego.

En una fría noche de invierno, un anciano cocinaba una sopa para recibir la visita de su hijo que no veía desde hacía meses. Fue a buscar unas verduras y se dio cuenta de que no tenía más. “Una sopa sin verduras, no es sopa”, pensó. Entonces, decidió salir a buscar algunas en la aldea vecina. Para llegar hasta allí, tenía que atravesar un pequeño bosque de árboles altos y frondosos. Iba caminando tranquilamente por el sendero y, de pronto, el miedo lo paralizó. Algunos metros adelante, de la rama de un árbol, colgaba una gran serpiente que impedía su paso. Se quedó parado mirándola durante un largo rato hasta que pensó que su hijo estaría pronto a llegar y no encontraría a nadie en la casa. No quería que se preocupara o que pensara que su padre se había olvidado de su visita, por lo tanto, tomó coraje, se armó con una rama seca y dio unos pasos para azotar al animal y quitarlo del camino. Pero en cuanto más avanzó y más se acercó al lugar en donde estaba la serpiente, pudo notar que el tamaño era mayor del que creía haber visto. El miedo lo inmovilizó y se dejó caer al suelo con la rama. Comenzó a llorar, estaba desesperado y conmovido por no poder enfrentar al animal. Su hijo, que ya había llegado a la casa, advirtió que su padre no estaba e inmediatamente tomó la linterna y salió por el oscuro sendero a buscarlo. Caminó un buen rato hasta que, en el silencio de la noche, escuchó el llanto de un hombre. Cuando se acercó al lugar, se dio cuenta de que era su padre. Intrigado, le preguntó qué le pasaba, por qué lloraba así. El padre lo miró a los ojos con un poco de vergüenza y le explicó lo cobarde que era por no poder avanzar por el sendero a causa de la serpiente. El hijo iluminó con la potente luz de la linterna al árbol, dio unos cuantos pasos hacia el animal hasta que se acercó lo suficiente como para darse cuenta de que lo que colgaba de aquel árbol no era una serpiente, sino una cuerda atada a la rama.

Muchas son las amenazas que nos atormentan, sin embargo, entre todos los temores o miedos que nos aquejan considero que el más básico es el temor al cambio: en el instante en que percibimos que la realidad se altera, perdemos nuestra zona de confort. Eso nos obliga a salir del universo conocido para enfrentarnos con una realidad distinta de aquella a la que estamos acostumbrados. Además, el hecho de penetrar en un terreno desconocido, también, supone la pérdida del control de la situación, lo que hace que nos sintamos expuestos y vulnerables. Pero insisto, todo proviene del ego y del temor a que nuestra identidad se vea afectada de forma negativa.

Entonces, podemos concluir que la ansiedad surge porque estamos enfocados en nosotros mismos. Más si tuviéramos en cuenta que en realidad estamos en este mundo para cumplir una misión Divina y que poseemos todas las herramientas necesarias para lograrlo, entonces, el miedo disminuiría. Debemos tomar conciencia de que nada de lo que tenemos nos pertenece. Además, si pensáramos que, en verdad, nunca tenemos el control total, sino que estamos en las manos del Creador, con seguridad, seríamos humildes, y esa misma sumisión nos liberaría del ego y, consecuentemente, de la ansiedad.