“Si no es ahora ¿Cuando?”
— Hilel, Ética de los Padres 1:14
Bernie Rader, devoto seguidor de Jabad, de Londres, estaba en viaje de negocios a Detroit. Una noche, la familia que lo acogía recibió invitados y pronto el tema principal de discusión fue el judaísmo. Un invitado comenzó a dirigir muchas preguntas a Rader, específicamente con respecto a los Tefilín (filacterias, las cajas negras que contienen versículos de la Torá que los hombres judíos se ponen en la cabeza y el brazo cada mañana). Las preguntas eran de naturaleza bastante técnica y revelaban la familiaridad de su interlocutor con el tema: “¿Por qué el Teflín debe ser negro?” “¿Por qué deben ser cuadrados y no redondos?” Cuando la reunión culminó, después de la una de la madrugada, Rader no pudo resistirse a preguntarle al hombre sobre su gran interés por los Tefilín, que no es el tipo de tema que suele dominar una reunión social. El hombre negó cualquier interés particular al respecto e incluso notó que no se ponía los Tefilín. Con el celo innato de un Jabadnik, Rader respondió: “Entonces deberías ponértelos”.
En lugar de responderle directamente a Rader, el hombre comenzó a hablar sobre el hecho de que mientras todos los demás invitados se iban cada uno a su casa, él se dirigía al trabajo. Como panadero, comenzaba su jornada laboral en medio de la noche y trabajaba hasta la tarde. “Pero si crees que es tan importante para mí ponerme Tefilín”, le dijo a Rader, “y si quieres estar en mi panadería a las seis y media de la mañana, cuando hay un hueco entre una carga de pan y otra, y tú traes los Tefilín, yo me los pongo”.
Rader aceptó la oferta del panadero, y esa mañana temprano, de pie entre sacos de harina, el hombre se puso los Tefilín de Rader. Inmediatamente se hizo evidente que el panadero se había puesto los Tefilín consistentemente en algún momento de su vida; sabía
Toda cosa que valga la pena hacer, merece que se haga ahora exactamente cómo ponérselos; para alguien que nunca lo ha hecho, el simple hecho de aprender a enrollar las correas entre los dedos de la mano es un proceso, y también las bendiciones apropiadas que se debe recitar. Cuando el panadero terminó de rezar, Rader le dijo: “Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿por qué no lo haces regularmente?” El hombre respondió que no consideraba el uso de Tefilín como una prioridad y, en cualquier caso, no tenía un par. Sin embargo, agregó, si Rader le proporcionaba un par, se los pondría regularmente. Rader le dijo al hombre que a su regreso de un viaje de seguimiento a Detroit en seis semanas, estaría feliz de traer un par de Tefilín como regalo (esta fue una oferta generosa, ya que los Tefilín son caros; hoy día, un par puede costar muchos cientos de dólares, a veces más).
Al día siguiente, Rader voló a Nueva York. Llevó una carta a la oficina del Rebe en la que describía sus negocios en Detroit (el Rebe le había solicitado que le informara al respecto) y en la que mencionaba, de pasada, el curioso incidente con el panadero y los Tefilín. También le dijo al Rebe lo feliz que estaba de regresar la noche siguiente, el jueves, a Londres donde —por primera vez— toda su familia, incluyendo a todos sus hijos y nietos, pasarían el Shabat juntos.
Temprano a la mañana siguiente, Rabi Leibel Groner, secretario del Rebe, vio a Rader y le entregó la respuesta del Rebe a su carta. En cuanto a sus negocios, el Rebe le ofreció una brajá (bendición) para que todo saliera bien. Sobre el incidente con el Tefilín, el Rebe escribió: “¿Crees que es justo que un judío que ayer se puso Tefilín, tal vez por primera vez en veinte años, espere seis semanas hasta que tú le traigas un par de Tefilín? Deberías comprar el Tefilín hoy mismo”. Entonces el Rebe, consciente ahora de los planes de Rader para el fi n de semana, fue aún más lejos: “Si puedes hacerle llegar el Tefilín al hombre de Detroit para que se lo ponga hoy, hazlo; pero si no, tú mismo deberías volver a Detroit hoy y ponerle el Tefilín, aunque ello signifique que no estuvieses en casa con tu familia para Shabat”. Además, “Cuando esta persona vea lo mucho que significa para ti que él tuviese esos Tefilín de inmediato, esta mitzvá tendrá una importancia especial para él”.
A Rader le sorprendió la respuesta del Rebe. Inmediatamente se dispuso a adquirir un par de Tefilín en la zona de Crown Heights. El único par que encontró era mucho más caro de lo que había anticipado, pero lo compró; luego condujo inmediatamente al aeropuerto de La Guardia y organizó que el Tefilín estuvieran viajando en el siguiente vuelo a Detroit. Al mismo tiempo, arregló con su anfitrión de dos noches previas para que fuese al aeropuerto a recoger los Tefilín y se los llevase al panadero. Después de recibir esa tarde la noticia de que el panadero había recibido y se había puesto el Tefilín, informó al Rebe de lo que se había logrado; y sólo entonces partió para unirse a su familia para Shabat en Londres.
Seis semanas después, como Rader había prometido, estaba de vuelta en Detroit, donde se aseguró de estar en contacto con el panadero. “¿Ahora te pones Tefilín regularmente?” le preguntó al hombre.
El panadero explicó: “No me los pongo por la mañana porque estoy ocupado en la panadería, pero me los pongo por la tarde cuando llego a casa [en general, los Tefilín deben ponerse en el servicio de Shajarit de la mañana, pero se permite hacerlo en cualquier momento del día, antes de que oscurezca]. Un día, me vi atrapado en un atasco de tránsito y pude ver que no llegaría a casa a tiempo [una vez que oscurece, está prohibido ponerse Tefilín], así que dejé el coche y me fui a casa a pie; pues dado que era tan importante para ti que yo me pusiera Tefilín, no iba a renunciar a hacerlo”. Si Rader hubiera actuado de acuerdo a su plan original y hubiera traído el Tefilín seis semanas después, su comportamiento habría transmitido involuntariamente al panadero que está bien no usar Tefilín por seis semanas (como si un médico le diera a un paciente una receta para un medicamento que el médico considera muy importante, y le dijese: “Si no cumples la receta ahora, puedes cumplirla cuando vuelvas para tu próxima cita dentro de seis semanas”). El hombre podría incluso haber decidido que estaría bien esperar un año o dos antes de ponérselos o, alternativamente, que estaría bien ponérselos esporádicamente (tal vez hoy, quizás una vez más la próxima semana, o tal vez en seis semanas).
Fue la comprensible voluntad de Rader de aguardar seis semanas (¿cuántos de nosotros hubiéramos pensado actuar de manera diferente?) lo que golpeó al Rebe como algo tan contrario a las enseñanzas judías; mitzvá ha-bá le-iadjá, “si una mitzvá cae en tu mano, aprovéchala” (Mejilta, Bo)
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