Judith Faingerch nos relata cómo regresó a sus raíces judías; en diciembre de 1998, estaba planificando mis vacaciones, y de pronto me telefoneó mi hermano, me contó sobre la planificación de un viaje a Nueva York para jóvenes de la colectividad judía, comencé a averiguar en qué consistía, porque, yo había conversado con una amiga no judía para que fuéramos a Nueva York.

Hice una llamada telefónica a Beit Jabad de Palermo y me atendió el secretario del rabino Shlomo Levy, me explicó que no era un viaje turístico, que el propósito, era visitar el Ohel y 770 con la intención de que los jóvenes se conectarán aún más con su judaísmo, completó la información, indicándome, que los jóvenes se habían ganado el viaje por haber participado durante todo un año a las clases de Torá organizadas en Beit Jabad.

Cuando obtuve los detalles de ese viaje, descarté unirme, pero, algo dentro de mí me decía que debía ir; finalmente, resolví incorporarme. Paralelamente, busqué opciones para pasear por mi cuenta en los ratos libres.

Volví a llamar a Beit Jabad, y me atendió el rabino Shlomo Levy, le comenté que vivía en Ciudad de La Plata, y que quería participar en el viaje que él estaba organizando a Nueva York, me dijo que solamente faltaban quince días y haría todo lo posible por conseguirme un cupo, si lo lograba, me avisaría.

A la semana me llamó para informarme que habían conseguido el cupo, me amplió la información y me recomendó que llevara un calzado sin cuero para ponerme cuando fuéramos al Ohel, porque la costumbre era entrar con zapatos que no fueran de cuero.

Llegó el día y me encontré con el grupo en el Aeropuerto de Ezeiza, nos registramos y abordamos el avión, cuando llegó el momento de repartir la comida, a nosotros nos trajeron comida Kasher, el rabino, me explicó la importancia de ingerir alimentos Kasher.

Al llegar a Nueva York, a las damas nos alojaron en una casa situada al lado del Majón de mujeres, y a los hombres les asignaron distintas casas de familia.

A la mañana nos reunimos para rezar la plegaria matutina y luego tuvimos una clase de Torá, al finalizar, el rabino nos ofreció salir de paseo y yo le indiqué que tenía una lista de lugares interesantes que podríamos visitar, y él accedió.

Al principio me sentía un poco perdida, pero con el tiempo, las clases de Torá comenzaron a generar un despertar en mi interior, y siempre formulaba preguntas sobre lo que nos enseñaban.

Mi primer Shabat, resultó inolvidable, aprendí a encender las velas y fue una experiencia maravillosa, pero lo más extraordinario, ocurrió el lunes a la mañana, cuando nos llevaron al Ohel.

Antes de continuar relatando mi vivencia, quiero anunciarles, que yo padecía de una enfermedad autoinmune llamada lupus, y debido a ello, el frío intenso, podría afectarme severamente; permanecer en el Ohel al aire libre por mucho tiempo no era lo más conveniente para mí.

En el Ohel el rabino nos explicó cómo escribir la carta al Rebe y también nos entregó una serie de salmos para leer. Mientras estaba rezando, sentí un frío intenso y casi abandono el lugar por temor a una complicación de mi salud, un impulso increíble se apoderó de mí, obligándome a seguir en el lugar, leí todos los salmos, escribí mi carta y salí estremecida.

Era tan intenso lo que sentía que cuando llegamos al Majón, me encerré en la biblioteca y comencé a llorar, no entendía por qué, pero, no podía parar de llorar; era un sentimiento muy profundo, lloré durante una hora entera y después sentí una paz como nunca había sentido antes.

Desde ese momento, mi necesidad de profundizar en la Torá se fue incrementando cada vez más, yo despertaba a las otras jóvenes para ir a rezar, sentía una gran devoción por el judaísmo.

Cierto día íbamos en el subterráneo y por algún motivo alcé la cabeza, vi un anuncio de una asociación de lupus, le pedí a una compañera que hablaba bien inglés que llamara para obtener más información sobre la enfermedad.

Ella llamó dando mis datos y a los pocos días recibí una carta de la asociación en donde me ampliaban detalles de la enfermedad, mientras iba avanzando en la lectura, comencé a llorar angustiosamente. El rabino Shlomo Levy me vio y preguntó qué ocurría; le expliqué lo que pasaba, me dijo: nos vamos de inmediato al Ohel, y yo voy a rezar por ti; él entró a rezar y yo me quedé sentada en la sala lateral al lado de la foto del Rebe.

Al concluir el programa estipulado, llegó el momento de regresar a mi casa, estando en el aeropuerto para hacer el registro de abordaje, me informaron que el vuelo estaba sobrevendido y que no podía viajar. Me dieron un vale por setecientos ochenta dólares y una noche gratis de hotel, regresé a Argentina al día siguiente.

Cuando volví a mi hogar, deseaba continuar con lo que había aprendido, vivir alineada a los principios y valores del judaísmo, mi familia no estuvo de acuerdo y lentamente fueron mitigando mi deseo de cumplir con lo que yo había pretendido, tuve que dejar atrás todo lo que había estudiado y regresé a mi habitual manera de vivir.

El tiempo fue pasando y llegó el momento de hacer el chequeo médico para evaluar mi enfermedad, ¡el resultado fue insólito!, tenía más de diez años padeciendo de lupus y de repente había desaparecido por completo; el doctor no podía creer semejante milagro, todos los resultados indicaban que no había vestigio de la enfermedad.

Ese año me mantuve alejada de Beit Jabad, solamente asistí a escasas actividades organizadas por el rabino, cada vez que él me veía decía que me tenía reservado un cupo para el próximo viaje.

Al finalizar el año decidí volver a hacer el viaje y el rabino me explicó que ya estaban comprados los pasajes, que me había decidido muy tarde, recordé que tenía el vale del año pasado, dada la situación, le propuse, que, yo podía viajar por mi cuenta y encontrarnos en Nueva York.

Cuando le conté la idea a mi padre, me explicó que mi hermano estaba por casarse y que le convenía conservar el vale; mas bien, me daría el dinero para que comprara mi boleto, le pregunté al rabino el costo del pasaje y me dijo: setecientos ochenta dólares, era la cantidad exacta de mi vale; para mí fue una señal, era como si el Rebe me hubiera dado el dinero para comprar el pasaje, para que yo tuviera una segunda oportunidad de vivir mi judaísmo al máximo.

Quiero aclarar que mi intención era no participar de las actividades religiosas, porque, temía volver a sufrir como el año anterior; decidí comprar una entrada para ver un espectáculo navideño y ni siquiera llegué a encender las velas de Shabat en el horario indicado.

Pasaron dos días y fuimos a la oficina del Rebe en 770, al entrar, el rabino nos entregó una lista de los salmos que debíamos leer y cuando salimos, sentí de nuevo, el mismo efecto que había tenido el año anterior, y comencé a llorar por largo tiempo sin ninguna explicación.

Al regresar a mi casa, llegué a la firme conclusión de observar los principios del judaísmo y cumplir con todos sus preceptos, mi familia no estuvo de acuerdo y después de muchos conflictos internos, opté por mudarme mudarme a la ciudad de Buenos Aires.

El rabino Shlomo Levy me ofreció trabajo en su Beit Jabad y con el tiempo conocí a mi esposo, hemos formado un maravilloso hogar de Torá y Mitzvot, guiados por las enseñanzas del Rebe de Lubavitch.

Para Reflexionar

Esta historia tiene un mensaje muy especial. A veces recibimos un despertar desde lo Alto, y, si no tomamos la iniciativa, la oportunidad se pierde.

Lo increíble de la historia de Judith, es que ella se aferró fuertemente a sus sentimientos y aprovechó positivamente la energía espiritual que le concedió su experiencia personal del viaje.

Gracias a su insistencia y a la ayuda del rabino Shlomo Levy, pudo liberarse de su enfermedad y rediseño positivamente su vida.