En la década de 1960, el Rabino Marvin (Moshé) Tokayer se desempeñaba como capellán de la Fuerza Aérea de los EE. UU. en Japón, y posteriormente regresó a los Estados Unidos. Graduado por el Jewish Theological Seminary, Tokayer tomó un cargo de Rabino asociado en una congregación en Great Neck, Nueva York. Algún tiempo después, cuando Tokayer se comprometió, un Jasid de Lubavitch con el que había trabado amistad sugirió que la pareja, que pronto contraería matrimonio, fuese al Rebe para recibir su bendición. Tokayer, quien ya había tenido un breve pero cálido contacto con el Rebe, aceptó. Algunos años antes, siendo estudiante universitario en la Yeshiva University, se había reunido con el Rebe para discutir las preguntas que tenía sobre el pensamiento judío.
Él estaba muy entusiasmado con el Rebe quién, además de un intelecto amplio, tenía “los ojos más intrigantes y hermosos que jamás haya visto... sentí que me entendía más de lo que yo me entendía a mí mismo”.
Sólo ahora, cuando llegó para lo que suponía sería un encuentro breve, el Rebe le dio a él y a su prometida una bendición para su matrimonio, el Rebe lo saludó cortésmente y luego dijo palabras que parecían no tener ningún sentido: “Suficiente con lo que trabajaste con los muertos, ahora debes trabajar con los vivos”. Tokayer, completamente confundido, no tenía idea de a qué se refería el Rebe. “Rebe, no comprendo”.
El Rebe ignoró su respuesta: “Basta de trabajar con los muertos, ahora necesitas trabajar con los vivos”.
Cuando Tokayer nuevamente expresó su confusión, el Rebe mencionó un artículo periodístico que había leído un tiempo atrás que hablaba de Tokayer durante sus años como capellán, descubriendo un cementerio judío en Nagasaki. “¿Por qué pierdes el tiempo buscando cementerios? Hay personas vivas en Japón. Japón es un país en crecimiento y necesitan un rabino” Cierto, Tokayer sabía que no había ningún rabino que atendiera a la pequeña comunidad judía en Japón, pero él no estaba interesado, y su esposa lo estaba aún menos. El joven rabino trató de dirigir la conversación hacia otras direcciones, pero el Rebe no lo soltó. Cuando Tokayer notó que en cualquier caso él no hablaba japonés, el Rebe señaló que sabía inglés, hebreo e yiddish, tres idiomas que le serían útiles para tratar con la mayoría de los judíos allí, pocos o ninguno de ellos en realidad eran japoneses. Además, el Rebe pensó que la educación universitaria de Tokayer le serviría muy bien. “Creo que deberías ir”.
Una vez más Tokayer dijo no, y el Rebe intentó otra táctica: “Cuando envío a alguien como mi emisario es un boleto de ida, no regresa. Pero tú, no tienes que quedarte allí para siempre”.
Tokayer entendió cuán inusual era esta situación. El Rebe estaba claramente consternado de que no había ningún rabino en Japón, y que no tenía a nadie apropiado en su comunidad para enviar allí. ¿Por qué si no, entendió Tokayer, le pediría que asumiera tal responsabilidad a un graduado del Jewish Theological Seminary?
Tokayer nuevamente declinó, pero finalmente las circunstancias conspiraron contra él, incluyendo tres invitaciones, cada vez más urgentes, del Presidente de la Comunidad judía japonesa. Por último, él y su esposa decidieron ir por dos años como una aventura; pero al final se quedaron por muchos años.
Antes de partir para asumir su nuevo cargo, Tokayer regresó a 770. El Rebe, bien consciente de que Tokayer, aunque muy tradicional, había recibido su entrenamiento rabínico en el seminario conservador, le preguntó a quién recurriría cuando surgieran cuestiones complicadas sobre la ley judía. El Rebe se ofreció él mismo o al Rabino Moshé Feinstein, preeminente jurisconsulto de la ley judía, como recursos. Tokayer dijo que debido a las responsabilidades muy amplias del Rebe, probablemente sería mejor si llamara al Rabino Feinstein. El Rebe organizó la presentación del Rabino Tokayer ante Reb Moshé.
Hoy en día, el Lejano Oriente está salpicado de pequeñas comunidades judías y muchos rabinos, la mayoría de ellos de Jabad. Pero no era ése el caso entonces, y Tokayer nunca ha olvidado las palabras del Rebe: “No podemos abandonar ningún barco. Ninguna comunidad debe ser abandonada”.
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